David Lynch murió inexplicablemente en homenaje a su hallazgo de lo inexplicado
Recibí tantas felicitaciones por mi necrológica dedicada a Beatriz Sarlo, que me han pedido que trate de hacer lo mismo con David Lynch.
Conocí a David Lynch en Puán cuando me anoté en un seminario sobre Juan José Saer. Físicamente era más bien semejante a una mujer diminuta.
Yo no había visto "Eraserhead", pero sabía que Mel Brooks, que quería filmar "El hombre elefante", nunca filmaba sus proyectos serios para que no se asociara con su nombre una expectativa de risas. Las razones de Mel ¡que lo sobrevivió! para escoger a Lynch fueron que "Eraserhead" dentro de su pesadillesco mundo oscuro tenía un espesor narratológico perfectamente estructurado. "El hombre elefante" fue filmada muy convencionalmente y fue un éxito.
David Lynch despertó desde el comienzo lecturas encontradas. Es como si hubiera llevado al cine un ideal de Godard para crear atmósferas valiéndose de este medio que combina imágenes y música pero que puede honrar a David Hume y negar la causalidad. Su interés por el surrealismo le permite prescindir del nexo explicativo. Grandes maestros del cine policial superpusieron técnicas e ingenio, pero ninguno frente a la pregunta ¿quién es el asesino? había respondido antes que él "pez".
La apertura a la parte no atada a la conciencia renovó para siempre el cine, a punto tal que Werner Herzog y Roman Polanski, que fueron influencias grandes como Stanley Kubrick, al ver sus películas se convirtieron a su vez en sus fans. También Woody Allen lo admiró desde "Blue Velvet".
Junto a la calidad europea de su obra, en lo biográfico advertimos el mandato de Jefferson el epicúreo: la prosecución de la felicidad.
Combatió su depresión y ataques de furia encontrando en la meditación trascendental un antiveneno que empezó a militar, creando una fundación que hoy lleva su nombre.
Creyó que es científicamente cierto que usamos un porcentaje muy exiguo de nuestro cerebro y en esa esperanza buscó también adentro de su cabeza descorrer el velo de lo inexplorado. Sus estímulos, por supuesto, eran menos las imagenerías budísticas que los cuadros de Francis Bacon u Oskar Kokotschka (con quien se había propuesto estudiar).
Resulta difícil delimitar los éxitos de público y de crítica de cuando se vendió a Hollywood -a Disney o a Dino de Laurentis-y cuando se le permitió obedecer a su inspiración pura. Hubo colosales éxitos y colosales fracasos en ambos casos. Su exploración experimental parece el método poético de Raymond Roussell, aunque quien se vea interesado en su proceso creativo, puede leer su libro "Busca el pez dorado", cuyo título vuelve a su recurrente metaforía ictícola.
Logró públicos muy diversos. Cuando fallaba una película por su argumento, nos mostraba hermosamente desnuda a Patricia Arquette o ganaba el corazón de una nueva generación con canciones de Rammstein (cuyo videoclip homónimo habría de filmar).
Su actividad imaginativa fue incesante, pero no lo fue la financiación de que dispuso. "Twin Peaks" fue una serie televisiva porque no le daban dinero para una película. Cuando los productores insistieron en que se sepa quién mató a Laura Palmer, perdió entusiasmo y abandonó en gran parte el proyecto.
No creía en la teoría judeocristiana en la que el dolor pule el diamante de la creación: si Van Gogh hubiera sido feliz, habría pintado mejor.
Con la prédica de la praxis, su teoría de la creación se acerca a la marxista, pero el culto al individuo y a una genialidad secreta y autodesconocida lo aleja de una doctrina que concibe la mente creadora determinada por una identidad socialmente construida en un marco histórico.
Expandir la comunicación atemporal, poder transmitir aspectos no explorados de lo eterno, lo hacen trascender todas las épocas.
Nos ha invitado a sostener la incertidumbre existencial sin una receta mágica que ahuyente los fantasmas de nuestra neurosis pacificando los sustratos materiales tan injustamente distruibudos con una explicación tranquilizadora.
Aguantar que lo inexplicable pueda permanecer inexplicado y amar el acertijo por sí mismo sin pensar en su resolución.
Difuminadas así las certezas de nuestra infancia y de nuestra desesperación, queda abierta la posibilidad de reencontrarnos con David. No podemos decir que su muerte va sobre ruedas, pero sí sobre la Rueda, marchando por una carretera misteriosa...
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