Martin Pugliese EL PRÓCER DEL STANDUP

Acabo de tener el inmenso placer de ver el debut en el Complejo La Plaza del nuevo show de Pugliese que contó con la presencia de sus dos amadas, la madre de su hija, encargada de la producción y Juana, su hija adolescente, que inspira el sin duda mejor recorrido hasta ahora de sus habituales combinaciones de técnicas. 
El viaje comienza a partir de lo difícil que es ser padre de una chica de dieciseis al poseer esta camada siglas misteriosas y prácticas inauditas. Como soy un analista de las técnicas de humor muy memorioso, podría prácticamente contar aquí todos los chistes y el homenaje y favor y agradecimiento que desearía hacerle devendría problemático. No voy a spoilear nada, no sea cosa de que Martín haga como decidió Balenciaga, quien para evitar que le copien los diseños prohibió a la prensa participar en los desfiles. 
Baste con decir que si uno soñaba con que le plugiera o pugliese, digo plugiese a los Dioses crear al showman más completo, les plujo, qué lujo. 
Si en el espectáculo anterior ya veíamos la gran diferencia con el monólogo observacional porque Martín pedagógicamente nos informaba de la aventura de Palito Ortega trayendo a la Argentina a Frank Sinatra, más allá de la vida barrial en Los Polvorines, aquí la didáctica es aún mayor. Quienes más disfrutamos de estas reflexiones somos quienes siendo de su generación entendemos todas las referencias musicales, pero para quien no las conozca, están explicadas en su mejor forma. 
A la gran capacidad a la que nos tiene acostumbrados, aunque habría que decir siempre sorprendidos y muertos de risa, de hacer el chiste verbal de manera física, a proponernos el nombramiento sucesivo de la ciudad natal Villa Cañaz de Mirtha Legrand-de quien aclara para los más jóvenes, que es la abuela de Juanita, para que ésta se ponga de pie muchas veces hasta reventar, aquí analiza el modo de bailar previo al advenimiento del reaggeton y de los movimientos pélvicos imitando a cada coloso de la bailanta con gracia y con verdad. 
Y si las observaciones sobre cómo eran las remiserías y los jugos de naranja y comparar a L-Gante con las torres gemelas no fueran suficiente arsenal de gracia, despliega unas cualidades canoras con su respectiva sátira que son para descostillarse. Incluye el minucioso análisis del método de elaboración, interpretación y comparativa ausencia instrumental frente a los evangélicos de todo el cancionero católico. Lo vemos divertirse, hacer catarsis, reelaborar su infancia. Canta hermoso y por supuesto deformadamente hilarante, hace el sketch del inodoro al que se le rompe el botón como un actor perfecto de cine mudo y analiza cada pasito de baile de antes y las sucesivas evoluciones. 
No habla de la importancia de las impresiones freudianas infantiles ni del imprinting de Konrad Lorenz pero deja claro que quiere más a Alcides que a Lali por haberse criado con esa música. 
Un capítulo aparte es su fabulosa caracterización del dibujito animado japonés de futbolistas tras criticar nuestro uso de las plataformas y cómo había que afirmar la masculinidad viendo Narcos, Vikingos, etcétera.
No quiero quemar ninguno de sus remates ni call backs pero en la elección de la tarjeta de crédito más ridícula muestra su talento para hacer del costumbrismo no la intolerante queja usual, sino algo entrañable.
Los mejores standaperos saben apartarse de aquello que todos identificamos, para abrirnos escenas de su memoria, explicarnos lo vivido con certera gracia y hacernos identificar con lo que nunca habíamos conocido.
Temo que se tienda a infravalorar todo lo que hace nuestro prócer del stand-up en virtud, precisamente, de lo bien que lo hace.

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