Como nunca habìa ido a un encuentro entre recreacionistas de la Segunda Guerra Mundial y mi psicòloga me dice que haga cambios partiendo del afuera hacia adentro, generando nuevas conductas, decidì ir. Quedaba en San Luis y si bien el viaje en bus era largo y medio carelli para mi usual presupuesto, nada era demasiado carelli si lograba olvidarme de Septembrina, aquella joven y depilada que se acostò dos mièrcoles conmigo y me dejò para siempre yèndose a vivir a Antigua y Barbuda. El primer mièrocles que la vi me acuerdo que le habìa llevado el VHS de "Nunca en domingo", una hermosa pelìcula griega. Dado que Septembrina era al mismo pedicura y curadora de arte en el Museo Goya, solo tenìa tiempo para mì los mièrcoles. A esa situaciòn de mièrcoles quise hacer alusiòn con "Nunca en domingo" pero no la entendiò. Tendrìa que haberle llevado algo màs explìcito. Una pelìcula que se llame "Nunca en lunes, martes, jueves, viernes, sàbado ni domingo". Incluso los mièrcoles no dejaba de atender el telèfono con sus estùpidos pacientes o algùn imbècil que querìa saber si ella le podìa solucionar las patas de gallo.
Los recreacionistas de la II Guerra Mundial estaban organizando una kermesse en Merlo para juntar el dinero suficiente como para desembarcar en Normandìa. Cuando lleguè me sorprendió la belleza del paisaje, el aroma de un nogal y un asaltante que se quedó con mi billetera, mis ADIDAS y la mochi. Yo habìa leìdo a Krishnamurti y a Taisen Deshimaru y pensè que debìa aceptar todo lo que el universo me tuviera deparado y de acostado. Sentì que la remera que no me habían robado era una posesiòn màs valiosa, como un candelabro encontrado en un naufragio por un náufrago o un dos por uno para Mundo Marino para por fin conocer las orcas porque no habías ido en febrero a Madryn y casi te cagan morfando los lobos marinos confundièndote-lo que nunca-con un macho alfa. Por suerte el hotel no solo estaba pagado, sino que habìa llegado a colgar toda mi ropa y a ordenar por esos tres dìas mis bàrtulos como si me fuera a quedar a vivir ahì toda la vida. La sustracciòn de mis màs mundanos petates fue luego y quizà un corolario de mi bùsqueda de despojarme de todo lo material para conectarme con lo eterno, El gordo Atilio habìa ido como periodista de "La Naciòn" a cubrir el evento y volvìa de emborracharse en el bar "La Estrechita" de Avenida San Martin cuando me vio. En ese momento yo no sabìa lo que querìa decir su mirada y temì que me quisiera robar un segundo asaltante en el mismo dìa, esta vez sin tener ya nada para ofrecerle. Y en algùn sentido fue asì, salvo que, como me explicarìa despuès, nadie podìa ofrecerle tanto como yo. -No hay nada más espiritual que venir a ver una recreación de la II Guerra Mundial e iniciar en el amor homoerótico a un chongo for export como vos-me dijo. Si bien me parecìa un barbudo gordo y repugnante, cuyo deseo sexual me llenaba de asco, decidì aceptar lo que el universo me tuviera preparado, porque el budimo me hizo asì, no puedo cambiar. Cuando nos desnudamos en su habitaciòn llevò mi mano izquierda a su ùnica entrepierna y me preguntó si me gustaba su, recuerdo que lo definiò como "tararira". Su masculinidad, su aparato uritogenital, su òrgano de micciòn recibiò diversas denominaciones esa tarde: agarrame bien el ganso, bañame la nutria, etcètera. Me solicitó que le practicara el sexo oral y cuando le dije que era muy tímido y solo me atrevería hacerlo en el Madison Square Garden ante 50 mil albinos bizcos, me dio una burundanga para supuestamente relajarme y desinhibirme. Pero se ve que no manejò bien el tema de las dosis. Lo cierto es que me quedè profundamente dormido y cuando me despertè estaba atado a la cama siendo poseìdo por el gordo que ya me llamaba "mi amor", cuando apenas me conocìa hace unas horas y solamente me estaba haciendo el culo, què atrevimiento llamarme así. Debo reconocer que la experiencia no era un crimen atroz de lesa humanidad, sino una forma de buscar el placer y dar afecto, cosa que nunca me aclarò antes la educaciòn homofòbica que recibí. Atilio sacò un cigarrillo de marihuana y me convidò dos pitadas, me dijo que habìa que probarlo todo mientras se es joven. Dicho lo cual hizo pasar a dos cirujanas brasileras que le extirparon ipso facto las amìgdalas. Me preguntò despuès de convidarme un papel de àcido lisèrgico si alguna vez me habìan extirpado las amìgdalas. Le dije que nunca. Me dijo que es una experiencia inigualable si se la acompaña con helado. Me preguntò si era rico el helado de San Luis. Ahì cometì el error de decirle que no sabìa. Fue como si un huracàn se hubiera llevado el escenario en el que estabamos actuando. Atilio dijo que yo no sabìa absolutamente nada y que ahora comprendìa por què Septembrina me habìa abandonado despuès de haber sostenido una relaciòn de dos mièrcoles. Nunca lo habìa visto tan desatado y no me atrevì a pedirle que me desate. Me empezò a rociar con kerosene el cuerpo y a decir que iba a sentir lo que es la verdadera experiencia ardiente. Dijo que era la primera vez que iba a quemar vivo a un chabón y le dije que ya habìa probado suficientes experiencias nuevas por ese dìa. -Tenés razón, flaco-dijo poniéndose a llorar. Ahí fue cuando me reveló que él siempre supo el código Enigma pero no quería que los alemanes sepan que él sabía y por eso dejaba que lo maten.
Celebro que no hayas mencionado una manzana.
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