Por qué "La vida es bella" es mi película predilecta
Cuando vi por primera vez en fecha de su estreno este multilaureado film italiano quedé tan sacudido y conmovido que no tuve mejor idea que ceñirme a una estrechez mental binaria: dividí a la población mundial entre aquellos a quienes les había gustado y a quienes no. Vale decir, hice de un experimento humorístico renovador en contra de múltiples fanatismos, mi nuevo fundamentalismo.
Entre quienes no admiraban calurosamente "La vida es bella" se encontraban muchísimas personas que amo, admiro intelectualmente y detestaría perder. Mi padre, por ejemplo. La familia de su padre fue víctima del nazismo y muchos filósofos de la generación subsiguiente elevaron la Shoá a fenómeno que desafía los límites de nuestra representación. Intelectuales de la talla de Theodor Adorno, Hannah Arendt, Hans Magnus Enzensberger advertían que la barbarie en la civilizada Alemania, el racismo con una pátina de cientificismo, la tradición milenaria del antisemitismo y la psicología de la obediencia a la autoridad merecían ser pensados y repensados.
Y este clown italiano parecía una burla.
Psicólogos encontraban objetable el concepto de "mentira protectora" que podía educar a un niño a que dudase de mayor de sus propias percepciones. Alemanes que cargan con la culpa colectiva tachaban a Benigni de banalizar el horror (demostrando que el concepto de "banalidad del mal" no había prendido). Beatriz Sarlo comentó desdeñosamente que es una historia entre un padre y un hijo innecesariamente situada en ese contexto. Creo que entendí que se refería a que "La vida es bella" no es una película que pretende dar cuenta de la Shoá como la película "Shoá" de Claude Lanzmann o "La lista de Schindler" de Spielberg, o "Kapó" o largos etcéteras en los que la especificidad documental de características históricas quedaba más de relieve.
Sin embargo mi corazón que rara vez se fanatiza con algo, sigue diciéndome que esta película tiene muchísimo pero muchísimo de las lecciones esenciales de la vida. ¿Por qué me parece una película tan trascendentalmente excelente? Sin duda no puede deberse a un tema de mi historia familiar o a mis genes o a la sintonía de onda concordante a mis parientes, dado que más de la mitad de ellos, incluyendo a mi tío materno, consideró la película una bobada, ni siquiera un sacrilegio, una blasfemia contra un marco contextual indeformable, solo una estupidez, una ligereza.
Ahora que han pasado los años y no solo soy profesor de humor, sino padre, quisiera resumir lo que yo veo en este film porque tal vez no necesite el lector o la lectora amar a esta película para reconectarse con entrañables, poéticas y necesarias maravillas que veo en ella.
Lo primero que quiero decir es que a esta película no hay que juzgarla desde los cánones de un género previo. Es tan original la propuesta de la segunda parte, que toda la primera es una preparación del pacto de lectura nuevo. El personaje de Benigni es un loco lindo y su culto a la veracidad, tan nulo como su alegría por vivir. Asistimos a muchos ejemplos de manipulaciones de la realidad y simulaciones de efectos verbales en la primera parte sin que intervenga campo de concentración alguno. Los signos se resemantizan, los significados se vuelven patinosamente un masaje a nuestras necesidades. Chesterton diferencia la novela clásica en la que el héroe se enfrenta a peripecias objetivas, de la novela psicológica moderna en la que nada malo le sucede objetivamente al héroe pero psicológicamente sí. El héroe de la novela clásica es un hombre normal enfrentado a circunstancias extraordinarias y el de la novela moderna un extraordinariamente trastornado en un mundo normal. ¿Cuál es el caso de "La vida es bella"?. Benigni no es un prototipo estadístico de hombre normal, aunque nos identifiquemos con él y sus circunstancias ciertamente no son las típicas de todas las épocas: una posible metáfora iniciática sería entonces que ante circunstancias extraordinarias hay que devenir extraordinario.
La primera escena en la que Benigni hace el gesto hasta entonces inequívoco de que se aparten porque no tiene frenos, es decodificado como el saludo fascista. El mundo traiciona allí el significado de las cosas.
Su amigo poco después le dice que lee a Schopenhauer y que con voluntad todo se puede. No es necesario aclarar que el pesimista de los pesimistas jamás diría eso: el vocablo mismo "voluntad" ("die Wille") caracteriza una fuerza impersonal que atraviesa a todos los seres animados, como una volición unívoca cercana a la deidad spinozeana y "El mundo como representación y voluntad" describe que a pesar de cómo nos representamos las cosas, obligados por nuestras necesidades e ilusiones, lo que nos rige no somos nosotros, lo que creemos el poder de nuestra voluntad es una fantasmagoría.
Esta tergiversación o simplificación deformadora de una obra clásica de las más fáciles de entender de la historia de la filosofía puede alertarnos: nada de lo que se diga se basará en la verdad histórica o el significado real.
Se nos presenta al tío, que desgrana perlas de sabiduría en formas de sentencias que nos remiten a muchos aforismos de Oscar Wilde: nada es más necesario que lo superfluo dice el tío, cualquiera puede tener lo necesario dijo Wilde, a mí denme lo superfluo; el silencio es el grito más fuerte dice el tío, muchas frases de Wilde son esa ironía que presupone la inversión matemática de los términos. El splastick, la payasada corporal aparece con el primer "buen día, princesa" y con la piedra en la cabeza del encargado de autorizar la librería y los huevos en el sombrero. Pero lo que en Marcel Marceau o Chaplin es una pura pantomima se enlaza a una moral: la postura de Benigni cuando se entrena como mozo lleva a una inclinación excesiva que le hace decir al tío que servir es divino pero ser un sirviente es un sometimiento que no le sirve a nadie. Mi deseo de vincular citas me llevaría a recordar a Federico el Grande declarándose el primer servidor de la patria (antes de Fibertel).
Ya como mozo y gracias a la técnica denominada "ilusión de alternativas" induce a su comensal a elegir la única comida que tenía (demonizando sutilmente las alternativas inexistentes: ¿quiere una ensaladita fresca o quiere hongos fritos fritos fritos con una manteca untuosa grasosa grasosa?).
Como un cuento de hadas se realiza el cortejo y conquista de su partenaire donde vemos nuevos juegos de palabras: la llave de la voluntad de ella se la tiene que mandar la Virgen María del Cielo, Beningi aprovecha que oyó a un ñato gritar "María, tirame la llave" y hace encajar todo (salvo el incongruente hecho de una iconografía tan católica para un personaje que se pretende perseguido por judío, otro dato que nos obliga a difuminar las pinceladas de realismo con las cataratas finales del último Monet).
La escena en la que disfrazado de inspector pondera la raza superior por la belleza de sus orejas y su ombligo es una lúdica subversión (sobreversión) de Cesare Lombroso centrada en el placer y la extravagancia de lo inocente. Los chistes son pueriles, no hay humor agresivo, son chistes para enamorar a una dama y para hacer sonreír a un niño, esta tesitura de cuento de hadas se enfrenta ahora al genocidio sistemático perpetrado con la mecánica más siniestra y con sus artes va a procurar resignificar lo trágico en divertido y juguetizar la opresión.
Freud da un ejemplo del poder del superyo para convertir en juego de niños todo drama con el chiste del condenado a muerte un lunes que dice -¡linda manera de empezar la semana!
Arrojado a lo desconocido, Benigni se propone como traductor de un idioma que no conoce para convencer a su hijo de que participan de un apasionante juego. Su madre, cuando ve que los llevan, exige majestáticamente su derecho a que la lleven, por supuesto sin saber que a un campo de trabajos forzados, inanición y quema de cadáveres. ¿Por qué no siento la ironía con pena?¿por qué no digo "quedate, no pidas que te lleven, salvate"? Creo que porque siento que todas las formas del amor son una pálida dosis del amor a los hijos y no hay peor destino que verse privados de las privaciones a que nos somete su cuidado.
Nietzsche escribe que un chiste es el epitafio de la emoción. Con ese estilo epigramático, autorreferencialmente epitáfico nos recuerda que solo nos reímos de la cáscara de banana cuando la empatía está anestesiada. El humorismo es un acto intelectual que nos ayuda cuando la emocionalidad está anegada en la devastación. ¿Cuál es la inédita vuelta de tuerca que nos tiende Benigni? Que refutemos sus mentiras bucólicas en nuestro cerebro y hagamos las matemáticas para deducir el horror. Me sorprende que en Alemania consideren que trivializa al Holocausto: quizá haya minimalismo en la imaginería del campo y en los permisos que un padre amantísimo y creativo por amantísimo y creativísimo que sea se podía tomar. Pero a nivel sentimientos nadie nos lleva a un llanto tan minuciosamente razonado como este estafador que nos invita a abrir las compuertas virginales de la pureza del cuento de hadas, el terciopelo para el pensamiento, las alas para la alegría y nos obliga a que con esta mirada desfilen ante nosotros asesinatos de masas, esclavitud y lo que quizá solo en Argentina nunca se sienta como una estressante catástrofe: la impredecible incertidumbre respecto de nuestras próximas horas.
Quiero brevemente pasar revista a un repertorio de recursos de que se vale el encanto en este film para detenerme en este particular que mencioné, del cual no conozco más ejemplos.
A la técnica de inducir a un plato que era el único que había (usada para inducir al niño a creer que podría irse si quisiera pero si se queda puede ganarse un tanque de guerra), se suma la de poner el contenido escandaloso como telón de fondo del mensaje: "los niños alemanes multiplican a los seis años cuánto se ahorraría el Estado si no paga a los inválidos". Esto se ve antes cuando Benigni entra a un comercio y pregunta cómo está la situación y el hombre antes de contestar grita a sus hijos: ¡Benito, Adolfo, dejen de pelearse!.
Otra técnica de resemantización es cuando el hijo le pregunta por qué está prohibida la entrada a perros y judíos y Benigni dice que el otro día en otro comercio no lo dejaron entrar con un amigo chino que tenía un canguro y que en su librería va a prohibir la entrada a visigodos y arañas. Algo opresivo que nos fija a una fijeza inextricable se convierte en una desmantelada posibilidad entre otras, una posibilidad que se abre al horizontes de las extravagancias (el ejemplo del canguro y el chino no solo abre a la variedad numérica, sino poética y risible).
Borges usaba mucho la alternativa, la profusa perífrasis como modo de ridiculizar pero también de alabar: si quería decir que "El Quijote" es genial tomaba una frase, supongamos "En un lugar de La Mancha" y decía que era genial porque no decía "En La Mancha de un lugar" o "En de lugar un Mancha La".
En el campo, una herida física en la que un compañero declara "me pusieron cinco puntos" es interpretada como el puntaje del juego. La espontánea intervención de Benigni hace que se convierta en una lección de idiomas y modales cuando su hijo delata su gratitud en italiano, traicionando su condición de colado en una colación.
Vamos ahora a la técnica renovadora. En el humorismo tradicional se conoce como "reducción al absurdo" a una improcedente magnificación que pone de relieve en un marco descontextualizado la faceta irrisoria de una noción. Es una técnica asimilable a la freudiana del "desplazamiento". Poincaré inspiró la relatividad en un comentario satírico que recogió Einstein. Bertrand Russell dijo que un mono tecleando al azar en el infinito tarde o temprano produciría las obras de Shakespeare: Borges recogió el guante y escribió "La biblioteca de Babel", donde está todo lo escribible, y por ende casi nada de lo legible.
Benigni reduce al absurdo la idea de que se hagan botones o jabones con seres humanos diciendo "pasame a fulano, que se me desabrochó la camisa o me voy a enjuagar con sutano" y si bien la técnica de reducir al ridículo lo afirmado es intelectualmente la misma, por el hecho de que sabemos que en la realidad histórica seres humanos fueron reducidos a jabón, la operación mental a la que nos invita Benigni no es la clásica risa que anestesia el corazón, sino una incongruencia y flagrante contradicción entre la bonachona desmentida y la urticante verdad que sentimos que nos duele más, así indirectamente expresada.
Nos conmueve lo patético del mecanismo de negación de lo patético para maquillarlo de festivo.
Como conmovió a Billy Wilder cómo actuó de sano Charles Laughton cuando lo fue a visitar moribundo para ofrecerle el papel de Moustache en "Irma, la dulce".
Nalé Roxló recomendaba para valorar las cosas mirar todo con dolorosa mirada de despedida. Salvo que seamos budistas y confiemos permanentemente en la impermanencia, considerar lo efímero de todo en nuestra vida cotidiana es otra forma de escapismo o mistificación.
En un libro de autoayuda para parejas que coquetean posmodernamente con la divorcificación, leí que un modo eficaz de no decir nada hiriente a la pareja es imaginar qué pasaría si inmediatamente después de decírselo nuestra pareja sufre un ataque cardíaco y fenece.
Vivir la vida conyugal pisando huevos y bajo el vivo temor de una muerte súbita es una mentira peor que creer en la inmortalidad (aspecto en el que diferían Freud y el heideggerizado Lacan, que asume que nuestro inconciente es un ser-para-la-muerte que sobrelleva los dolores sabiendo que se alivian al final, frente a su maestro que creía en una roca viva última de la capa del inconciente radial que se sabe inmortal, no solo a sí, a vos y a todos, nadie muere realmente).
"¿Cómo puede morir un hombre que fue tantas primaveras?" escribe en un poema a su amigo Maurice Abramovicz un Borges que razona como "inverosímil" la realidad del cese completo de las funciones cardiorrespiratorias. "Vive como si estuviera contigo, no tengas demasiada seguridad de que no estoy contigo" escribe Whitman.
Negar la ausencia, la pérdida, negar que nos obligan, que nos lastiman, que no estamos donde queremos puede ser una entrañable intentona de la más motivada de nuestras ganas de vivir y puede entenderse incluso como la responsabilidad parental para padres que podrán darse el lujo de no tener gratitud por no tener felicidad, pero no pueden transmitir esa chata ceguera a sus criaturas.
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