Una película de amor sobrenatural: I love you Philip Morris

 Immanuel Kant desde Königsberg y sin internet hizo un link en el corazón de Descartes hacia Hume y descubrió que nuestro acceso a la realidad está mediado no por Fibertel, sino por las intuiciones congénitas de espacio y tiempo. Todo lo que podemos conocer está organizado espacial y temporariamente, incluso la teoría del Big Bang acerca del origen del tiempo para los que somos bingbanguistas de la primera hora.


Las derivaciones kantianas-más allá de algunos spams-llegan a disciplinas tan dissímiles como la historia y la psicología: Hayden White en "Metahistory" escribe que todo lo que conocemos de la historia está puntuado, ubicado y estructurado bajo la forma de narraciones que se entraman con figuras retóricas en nada distintas a las de la epopeya, la épica y en nuestro país incluso el catecismo (porque "Vincere" se atreve a mostrar la vida sexual de Mussolini pero en nuestro medio ni Jorge Polaco se atrevió a filmar un coito de San Martín).

En "El hombre que confundió a su mujer con un sombrero"-y me apresuro a aclarar que no la confundió en un sentido sexual-el neurólogo Oliver Sacks define el concepto de integridad mental e identidad individual como un autonarrativismo coherente.


Aunque nadie lea ya al excelente Bernhard Schlink, cuyo reciente Sommerlügen puedo traducirles ilegalmente supongo que en privado si no le cuentan a nadie, aunque la ficción en la literatura ocupe un lugar cada vez más reducido y la literatura sea desertada por muchos genios porque lo que garpa es ser guionista de sitcoms, la realidad misma, lo que creemos que es nuestro pasado común y lo que tenemos por nuestro yo solo llegan a nosotros mediante los instrumentos con los que se urden las fábulas y los mitos.

Y digo todo esto porque la película "I love you Philip Morris", que no trata de un fumador compulsivo, está basada en un caso real. Como escribió Diego Lerer, nos parecería que están estirando demasiado el verosímil si no lo supiéramos.



Podemos leer a Kant pero la realidad que vivimos mientras tanto muy bien podría haber sido escrita (muy mal) por José Pablo Feinmann.


La película misma está basada en un caso real pero la realidad misma está basada en una forma de ficción: por eso lo que me interesa subrayar para quienes hayan visto la película es lo que tiene de mortalmente amorosa. Cervantes tuvo que hacer morir a Quijote en la segunda parte haciéndole recobrar a Quijano la razón: porque los falsos Quijotes podían revivir mediante un elixir o un hongo alucinante. Una definición del amor es que es nuestro anhelo de inmortalidad y otra es que es una irracionalidad probablemente ocasionada por haber visto muchas películas: como el Quijote, el amor solo recobra la razón cuando está para morir


Esta no es una película sobre el homoerotismo, ni sobre el amor entre un hombre y un hombre que no solo se relacionan sexualmente. En ningún aspecto yo diría que es un "puterío": ni en el sentido del chisme reallity, ni del de ver si Jim Carrey actúa mejor de pederasta que Heath Ledger en "Backbroke Mountain" (que no se traduce como "monte rotura de espalda") o Sean Penn en "Milk". Es sobre el amor humano, que en muchas películas actuales se simboliza más desgarradora o patéticamente con personajes gays.



No es una comedia, en el mismo sentido en que "La vida es bella" no es una comedia, aunque se valga del humor permanentemente.

Se podría emparientar a "Atrápame si puedes" de Spielberg por las peripecias de un estafador exitoso y escurridizo, aunque sin la moralina y el happy-endig y sin la grandezza de Spielberg.

Yo particularmente soy capaz de emparientarla a "Un grito de libertad" y "Papillon" y "Un condenado a muerte se escapa" por el tiempo en pantalla que los protagonistas están presos, a todas las películas que hizo de manera muy pregante ya Jim Carrey como para que no estén inscriptas en su rostro, a "Double Indemnity" o "El padrino" por querer el espectador que al tránsfuga la vaya bien y, qué se yo, a "Only you" por la fe esotérica en el amor predeterminado o a "Contra la pared" por la aparición de la cárcel como alegoría del sentimiento.


Pero el grado de desesperación e incondicionalidad del amor que le tiene el personaje encarnado por Jim Carrey al compuesto por Ewan MacGregor es incomparable.



Claro que si ustedes ven lo lindo que está Ewan MacGregor en esta película no creo que no puedan creer que sea digno de hacer que uno se haga pasar por experto en finanzas o fingir la propia muerte por HIV.


Es la película en la que más luce su hermosura hasta el punto en el que le hace desear a uno postular que las personas tan increíblemente preciosas pertenecen a otra especie y que la existencia siendo así de esplendorosos es muy otra a la que jurídicamente, cívicamente, médicamente se computa bajo los mismos cánones.


Me pregunto si la película no habría ganado en el item pedagogía sentimental si el objeto de amor de Jim Carrey no fuera de una magnificencia que arrasa con la percepción crítica de todos los que lo vemos sin estar enamorados de él.

El espesor narratológico logra que con ligereza desfilen ante nuestros ojos acontecimientos abismalmente catastróficos, pero impide que al salir del cine tengamos la sensación de que los doce hercúleos trabajos y el paroxismo de la agonía nos inviten a una reflexión que alimente nuestro espíritu y que difiera en esencia de "en manos de un gran director con esta historia la película haría parecer a Citizen Kane esquemática".
Una escena bellísima que nos regala la película es un flashback en el que el protagonista recuerda a un ex novio moribundo diciéndole que él sabe que él no es el gran amor de la vida de su compañero que le está sosteniendo la mano. Es una escena semejante a "Las alas de la paloma" y es casi el único momento sensiblero que no está rápidamente desmentido por la viñeta de una resurrección folletinesca o el leit-motiv musical de reminiscencias hawaianas.
A punto de morir simula ser un visionario y declara que ya conoce a la persona que se convertirá en el gran amor de la vida de Jim Carrey y le pide que le prometa que lo trate bien. Es un momento bisagra en la película porque más tarde la muerte será clásicamente lo hondo y angustiante y la vida lo chispeantemente indigna de ser tomada con formalidad y respeto no lúdico ni sibarítico a las reglas de juego. Pero en ese momento la muerte del ex novio, la autoconciencia de la finitud deviene festiva celebración de la vida.
No estoy acertando a explicarme y es como si quisiera decir "las luces que a lo lejos me vieron zarpar" y termino diciendo "me zarparon el facón al vistear": quiero decir que cuando estemos por morir, si es que nuestra muerte nos es anunciada y estamos lúcidos, difícilmente nos sintamos por encima de muchas cosas, difícilmente tengamos un magnánimo gesto de desprendimiento encogiéndonos de hombros. Sería lo lógico, sería racional considerar que la muerte desprovee a la vida de todo peso, pero en la realidad solo en los momentos de toma de conciencia de que vamos a morir es cuando nos hacemos los profundos.
Por ejemplo: cuando comprendemos que la persona que amamos ya no nos acompañará, la amamos más.
Esto lo sabe cualquier ejercedor de los juegos de seducción y si Schopenhauer asegura que el acto de inhalar (oxígeno se refiere él) es una lucha contra la muerte, podríamos extender el espíritu milimétricamente microscópico de su exageración y decir que el instante de no atender el teléfono, el momento de ausentarse y no darnos entidad, la simulación de que no nos registra, es la dosificada muerte de la que se alimenta la vida de esa ficción que es el amor.
No sabemos realmente qué es la realidad, qué estatuto tiene exactamente la vida humana o a qué orden de cosas pertenece el amor: pero sentimos que el amor es vida concentrada, más real que nunca.
Para algunos es una debilidad, para otros una fuerza. Irving Singer en "The nature of love" historiza los conceptos del amor en occidente para recordarnos su caracter cultural, pasa revista a Platón a Lutero, como Denise de Rougemont al amor cortés, y tras largos etcéteras concluye que es la atribución gratuita de valor.
Para Freud, el determinista, la atribución no es gratuita: dotamos de todas las investiduras majestuosas a nuestro objeto porque es un sustituto de un objeto de amor anterior (el primero era la propia madre). Así, vemos a nuestro actual sustituto como sinceramente insustituible. Pero no elegimos de quién nos enamoramos, ni podemos elegir siquiera de quién no enamorarnos. Por si esto fuera poco, todo enamorado es un humillado, escribe Freud: la energía libidinal es limitada y, o está en el yo, o está en el objeto. Esta adjudicación de esplendores es simbolizada con una ameba que extiende sus pseudópodos. Puede ofendernos semejante comparación como ofendió a Borges que Chesterton comparara las perdidas obras de Stevenson con botellas de champagne en el mar: las obras eran singulares, el champagne, industrialmente idéntico. Pero cada botella que se descorcha es una experiencia única. Y no estamos en la cabeza de la ameba como para asegurar que la imbecilización del enamoramiento no es comparable con semejante libelo, semejante especie.
Stendhal escribe que el amor es la cristalización de una imagen idílica, como se cristaliza el agua en una rama, adoptando su forma cual escultura viviente (introyectar el objeto de deseo como ideal del yo se llama en Psicoanálisis). Ortega escribe que el amor no es ciego, sino visionario y que Stendhal ve parálisis y sometimiento en lo que es activa creación de la fantasía.
Casi la misma crítica que le formulan en "El Antiedipo" a Freud, Deleuze y Guattari:la máquina deseante que genera subjetividad no es universalmente estática como un teatro, como una tragedia de Sófocles. 
Antes de que "dar" significara fornicar, podía pensarse con nobleza que el amor no es exactamente dar ni exactamente recibir, sino que podría definirse como "recibir el deseo de dar".
Jim Carrey quiere proteger a Ewan MacGregor, pero en esta protección vemos también la trampa de la evasión interior que todo amor incluye: es preferible que nuestro objeto de amor sea un perro, un bebé, o Ewan MacGregor a que seamos nosotros mismos porque librados a nosotros mismos nunca podremos darnos ese faltante que por definición es forínseco-siquiera imaginario, pero exterior.
Por eso Jim Carrey en esta película hace todo para Ewan MacGregor, pero no hace nada para vencer sus propias compulsiones: por eso el romanticismo fundamentalista debería ser desenmascarado como fuga hacia adelante.
No es imposible suponer que Federico Andahazi vive en una burbuja mental embelesada en la que siente que escribe bien: que un número abultado de lectores oficien así de complacedora "Amada" no quita que ese marco contextual sea un refugio falaz. Si Federico Andahazi viviera en una isla desierta, estoy seguro de que escribiría mejor: librado del consenso social fácil de conmover, intentaría escribir de una manera que le guste a él mismo o a su padre, etc.
Por eso el amor entendido como la posibilidad de reinventarnos a nosotros mismos ante los ojos de un otro privilegiado que con su mirada nos reconstituye se vale de la vanidad: y es por vanidad que incurrimos en comportamientos heroicos y es por vanidad que esperamos que incurran por nosotros en comportamientos heroicos.
Pero esta película muestra también el estado de pasaje de un malentendido, de un susurro que no consigue abrirse camino en boca de un eterno chamuyero para desmentirse y pedir crédito cuando le prestan oído. Muestra verídica y verédicamente a una pareja mal avenida donde la falta de calle de Ewan MacGregor le impide tanto romper el cordón como poner en vereda a Jim Carrey.
Un amor que sucede tras los bastidores de la escénica interpretación del amor.
Buster Keaton no hubiera conseguido un contraste más logrado que el del baile acaramelado de estos dos presidiarios mientras los guardiacárceles de celdas contiguas le gritan con violencia que apaguen esa puta música al negro que se deja sobornar para oficiar de dj.
El sutil beso en la boca en la penumbra cuyo anticlimax sincrónico es la picana eléctrica al negro, sería para alquilar balcones si la cárcel no fuera un lugar tan cerrado en su intento de brindar contención, que desde el balcón no se la ve.
Antológica también es la escena en la que Ewan encara a Jim y le pregunta si él pagó para que le pegaran al preso que gritaba desaforadamente como un psicótico y no lo dejaba dormir. Todos esperamos dada la santurrona cara de ternura infinita y bondad inquebrantable de Ewan que desde una humanitaria caridad le reproche semejante paliza a alguien fuera de sí. Cuando Jim reconoce que fue Ewan lo abraza y declara: "nunca nadie había hecho algo tan romántico por mí".
La película empieza con Jim Carrey de niño oyendo de boca de su hermanastro que es adoptado. Continúa con Jim Carrey solamente convertido en policía para poder rastrear a su madre biológica. Y sigue con el portazo de la madre biológica que se hace la desentendida.
En el desgarrado, incesante, invencible e insaciable amor de Jim hacia Ewan está la búsqueda de esa madre mitológicamente perdida y también el ejercicio tentativo de su amor materno. No consideramos que el mayor amor que existe en este planeta es el de las madres porque nos parezcan amantísimas las madres que vemos. No pensamos amantísimamente, por ejemplo, en las madres de los Kirchner. La imponderable enormidad de ese amor nos está inspirada más bien por la inerme indefensión y la autoignorada dependencia de los recién nacidos.
El relámpago del amor siempre se siente como recién nacido y nos convierte en tan autosuficientes como recién nacidos.
Algo de esa inconmensurable candidez hay en esta actuación deslumbrante de Ewan MacGregor. Para comprender el mérito de esta interpretación y no subsumirlo a rasgos inescapables, basta con comparar su actuación en "El sueño de Cassandra", la tercer y mejor versión de "Crimen y castigo" de Woody Allen.
La ternura que dimana nos darían ganas de protestar contra la idea de Freud de que toda ternura es lascivia con meta inhibida (con el Ché Gevara instándonos a hacer la revolución sin perder la lascivia con meta inhibida).
Esta versión de Ewan MacGregor nos recupera al Platón que asimila lo bueno a lo bello...

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