Hoy es San Chesterton (no importa cuándo leas esto)
ue tal cosa es así porque lo afirma el Papa o la Biblia y lo vereis impugnar, sin análisis, como superstición, pero poned como prefacio "se dice que" y el sagaz racionalismo del espíritu moderno hará suyas las más nimias de vuestras palabras. Este paréntesis no está tan fuera de lugar como tal vez parezca, porque conviene tener presente que cuando en los voluntarios convenios domésticos haga irrupción un rígido oficialismo, será rígido en sus actos pero excesivamente laxo en sus ideas. Intelectualmente será, cuando menos, tan vago como los arreglos domésticos "de aficionado", con la única diferencia de que estos últimos son, al fin y al cabo, prácticos, es decir, están fundados en experiencias sufridas (...). Sería más práctico implantar la reforma procediendo al revés: alteremos las leyes nacionales para que se asemejen a las del kinder. Los castigos serían mucho menos horribles, mucho más humorísticos y sobre todo, llevarían con mucha más fuerza al ánimo del delincuente la convicción de que tiene "orejas de burro". Imaginemos a ciertos banqueros, de cara a la pared, cumpliendo la penitencia (...)La educación moderna está basada en el principio de que un padre sea probablemente más cruel que cualquier otra autoridad, pasando por alto el hecho obvio de que es probablemente menos cruel que cualquier otro. Todos podemos ser crueles; pero los primeros asomos de crueldad aparecen con la masa incolora e indiferente de extraños y mercenarios mecánicos que se han dado en llamar hoy día "agentes de mejoramiento", polizontes, doctores, detectives, inspectores, instructores, etc. Se les ha conferido automáticamente un poder arbitrario por el mero hecho de existir de tarde en tarde un Barreda o una Tejerina, como si no pudiesen existir también doctores o maestros criminales (...)
G.K. Chesterton, La historia de la familia, La hebra dorada, Bs. As., 1952
Francis Plate nos dice que su padre golpeaba siempre a sus hijos cuando encontraba alguno de ellos a su alcance. Al parecer, esto sólo inducía a los jóvenes Place a rehuir a su padre, y sin duda, era lo que deseaba su progenitor, si es que deseaba algo. Francis deja constancia de esa costumbre sin amargura y le agradece con razón a su buena estrella el hecho de que su padre respetara el interior de su cabeza, mientras la golpeaba por fuera (...)Ahora bien: el señor Place podrá ser calificado por mucha gente de mal padre; y no afirmo que haya sido muy bueno. pero si se lo compara con el buen padre convencional que se impone deliberadamente a su hijo como un dios, que aprovecha la credulidad y devoción filial para convencer al niño de que lo que él aprueba está bien y lo que censura está mal, que le impone una conducta correlativa a un sistema de prohibiciones y castigos, de recompensas y panegíricos, para los cuales reclama una sanción divina, si se lo compara, decimos, con semejante abortista y creador de monstruos, Place parece casi una Providencia (...) La gente frente a la cual los niños carecen totalmente de protección es la que se consagra al muy perverso y cruel tipo de abominación que se llama educar al niño como es debido. Ahora bien: nadie sabe cómo se debe educar a un niño. Todos los métodos descubiertos hasta ahora llevan a los horrores de las civilizaciones existentes, que Ruskin ha calificado de montones de gusanos humanos que luchan entre sí por unos trocitos de alimento. Ese piadoso engaño es una tentativa de pervertir ese misterio divino que se llama la conciencia del niño transformándolo en un instrumento de nuestra conveniencia y de usar esa fuerza maravillosa y solemne que se llama la Verguenza para afilar nuestra propia hacha (GBS "Prólogo a Misalliance")
(...)se presume que el asalariado no abandonará su puesto, simplemente porque es un asalariado. Se niega que el pastor pueda dar su vida en defensa de su rebaño; a decir verdad, se niega, incluso, que la leona defienda a zarpazos a sus cachorros. Hemos de creer que las madres son inhumanas, pero no que los mercenarios son humanos. Tal es la más reciente actitud respecto a la educación en la infancia, y el mismo principio que se aplica al niño, se aplica al cónyuge. De la misma manera como se supone que todo el mundo amará a un niño, excepto su madre, se presume que el hombre puede ser feliz con cualquier mujer, salvo su esposa.
(Chesterton, Las tragedias del matrimonio)
(...) y estos hijos de una gran siete están protegidos hasta del malestar que la aversión de sus presos puede causarle a sus carceleros por el hipnotismo de la idea convencional de que la relación natural entre el marido y la esposa y el padre y el hijo es un intenso afecto y que experimentar cualquier otro sentimiento por un miembro de la propia familia es ser un monstruo. Bajo la influencia del sentimiento así fabricado, a la gente más detestable se la mima con una deferencia,una obediencia y aun un afecto totalmente inmerecidos mientras viven, y son llorados cuando mueren por aquellos cuya vida han hecho dolorosa, sea por desenfreno o por malignidad
(Shaw, prefacio a "Getting Married")
La más antigua de las instituciones humanas tiene una razón de ser que puede parecer tan descabellada como la anarquía. Es la única entre todas las instituciones de su género cuyos principios se fundan en una espontánea atracción, y puede decirse estricta y no sentimentalmente que se basa en el amor y no en el miedo. El intento de compararla a otras instituciones coercitivas que complican la Historia ha sido fuente de infinitas disquisiciones sin lógica. Es tan única como universal; no existe en otras relaciones sociales nada que pueda compararse a la mutua atracción de los sexos
(Chesterton, La perspectiva del divorcio)
La verdad que parece pasársele por alto a la gente en este asunto es que la ceremonia matrimonial es totalmente inútil como hechizo mágico para transformar en un solo instante el carácter de las relaciones existentes entre dos seres humanos (...)no hay ninguna treta que se pueda urdir con anillos y velos y bendiciones que sea capaz de fijar por veinte minutos el afecto de un hombre y una mujer y mucho menos por veinte años (Shaw, Casándose)
Se ha lanzado, con gran alarde de banderas y procesiones, la idea de un levantamiento general de las mujeres contra los hombres, como si se tratara de una revuelta de vasallos contra sus señores, de negros contra negreros o de irlandeses contra ingleses; como si de verdad tuviésemos por cierta la excelencia de la legendaria nación de las Amazonas (...)Un inglés no tiene por vacía y tétrica su casa si no la comparte con un irlandés. Un blanco no sueña, ni aun en sus más exaltados momentos de juvenil romanticismo, con la perfecta belleza de un negro. Un magnate de la industria dedica rara vez poemas a la fascinación personal del sereno de su fábrica. Los levantamientos contra cualquiera de las demás relaciones son razonables, y a veces inevitables, porque estando originalmente fundados en la fuerza o en el interés personal, puede darse por finito el contrato que dictó el egoísmo. Pero el amor de una mujer y un hombre no es institución que pueda abolirse ni contrato que pueda terminarse. (Chesterton, opus cit.)
Hasta las parejas más afectuosas deben tener momentos en que advierten mucho más sus defectos recíprocos, que sus atractivos. Hay matrimonios en que los cónyuges sienten una furiosa aversión el uno por el otro durante varias horas consecutivas; otros, en que esa aversión es permanente y matrimonios que no se tienen antipatía jamás; pero estos últimos son gente incapaz de sentir aversión por nadie. Si no riñen, no es porque estén casados, sino porque no son belicosos. Los beligerantes riñen tan fácilmente entre sí como con sus criados y parientes y amistades: el matrimonio no provoca ninguna diferencia. Los que hablan y escriben y legislan como si todo ello pudiera ser impedido haciendo solemnes votos de que no sucederá, son insinceros o locos o unos estúpidos sin remedio (...)Si una persona propone o acepta un contrato no sólo para hacer algo, sino para hacerlo con placer puede asegurarse que está loca: sin embargo, la superstición popular le atribuye al rito matrimonial el poder de fijar nuestras fantasías o afectos para toda la vida hasta en las condiciones menos naturales (Shaw, ibidem)
El voto es algo potente y único,aunque los haya habido de varias clases, además del nupcial: de caballería de pobreza, de celibato, paganos y cristianos. No veo forma más breve de condensar el problema que preguntar si el ser libre incluye la libertad de encadenarse a sí mismo. Porque el voto es un pacto consigo mismo (Chesterton, opus cit.)
Cuando un hombre enamorado le propone casamiento a una mujer y eso se le niega, la negativa le resulta tan penosa que a menudo amenaza con suicidarse y a veces hasta lo hace. Con todo,esperamos que afrontará la mala suerte y ni siquiera se nos ocurre obligar a la mujer a que lo acepte. Su caso es el mismo que el del marido cuya esposa le dice que ya no lo quiere y desea que el matrimonio sea disuelto. El lector, dirá, quizá, si es supersticioso, que ambos casos no son análogos...que, mediando el matrimonio, la situación es distinta; se equivoca: en el matrimonio no hay magia. Si la hubiera las parejas casadas no querrían separarse jamás. Pero lo hacen. Y cuando lo hacen es simple esclavitud obligarlas a seguir viviendo juntas (Bernard Shaw, idem)
El suicidio y el divorcio fueron las formas de libertad en que, al parecer, se especializaron las generaciones precedentes a la Gran Guerra. No pretendo, de momento, pronunciarme sobre el problema moral de ambas; apunto, como signo de los tiempos, esos dos falsos o ciertos impulsos de la desesperación: acabar con la vida y acabar con el amor (...)Jamás parece ocurrírsele al rey de esta leyenda que la corona de oro que ciñe su frente es un ornamento menos sagrado y menos estable que el anillo de oro que ciñe el anular de la mujer casada (...)En una u otra forma, hállase siempre la noción de dos corazones encadenados juntos, o atravesados por la misma flecha, o, sea como sea, ligados el uno al otro en una ligazón que sólo puede llamarse cautiverio. Lo notable del caso es que aun no siendo legal, seguirá siendo un voto: los amores ilegales de las leyendas medievales tienen todos sus leyes especiales, y especialmente su peculiar lealtad, como en los romances de Tristan o Lancelot: podemos en tal sentido decir que el desenfreno medieval era más estable que el matrimonio moderno (...)Quienes así discurren aseveran que desean el divorcio pero omiten decir si desean también el matrimonio: para divorciarse ha sido hasta ahora requisito indispensable cumplir previamente con la formalidad de contraer matrimonio (...)Cuando esos reformadores proponen, por ejemplo, que tres años de continuada ausencia sean causal, ni sus partidarios ni sus detractores saben decirnos por qué precisa razón lógica ese período ha de ser tres años y no tres meses o tres minutos(...)Así, al hombre desafortunado que no puede soportar a la mujer que entre todas las mujeres ha elegido, lejos de animarle para que vuelva a reunirse con ella y procure tolerarla, se le anima a que elija otra, a la que, con el decurso del tiempo, podrá aborrecer igualmente (Chesterton, La superstición del divorcio)
En realidad, el divorcio no es la destrucción del matrimonio, sino la primera condición de su mantenimiento. Mil matrimonios indisolubles significan mil matrimonios y nada más. Mil divorcios pueden significar dos mil matrimonios, ya que las parejas se pueden volver a casar: el divorcio sólo recombina a las parejas, algo muy deseable cuando están mal combinadas. Asimismo, logra que la gente tenga más deseos de casarse, sobre todo la que es prudente y orgullosa y tiene un alto sentido de su dignidad. Además, el hecho de que sea posible un divorcio impide a menudo que se lo solicite, no sólo porque induce a los cónyuges a portarse bien mutuamente, sino porque, como ninguna habitación parece una cárcel si se deja abierta la puerta, si se eliminara la sensación de cautiverio el matrimonio proporcionaría de inmediato una dicha mucho mayor que ahora. Asimismo, si la puerta estuviese abierta siempre, no habría necesidad de precipitarse a traves de ella como sucede ahora, cuando se abre por un instante en el curso de toda una vida y quizá no vuelva a abrirse jamás (Bernard Shaw, El divorcio favorece al matrimonio)
I suppose that, taking this summer as a whole, people will not call it an appropriate time for praising the English climate. But for my part I will praise the English climate till I die-- even if I die of the English climate. There is no weather so good as English weather. Nay, in a real sense there is no weather at all anywhere but in England. In France you have much sun and some rain; in Italy you have hot winds and cold winds; in Scotland and Ireland you have rain, either thick or thin; in America you have hells of heat and cold, and in the Tropics you have sunstrokes varied by thunderbolts. But all these you have on a broad and brutal scale, and you settle down into contentment or despair. Only in our own romantic country do you have the strictly romantic thing called Weather; beautiful and changing as a woman. The great English landscape painters (neglected now like everything that is English) have this salient distinction: that the Weather is not the atmosphere of their pictures; it is the subject of their pictures. They paint portraits of the Weather. The Weather sat to Constable. The Weather posed for Turner, and a deuce of a pose it was. This cannot truly be said of the greatest of their continental models or rivals. Poussin and Claude painted objects, ancient cities or perfect Arcadian shepherds through a clear medium of the climate. But in the English painters Weather is the hero; with Turner an Adelphi hero, taunting, flashing and fighting, melodramatic but really magnificent. The English climate, a tall and terrible protagonist, robed in rain and thunder and snow and sunlight, fills the whole canvas and the whole foreground. I admit the superiority of many other French things besides French art. But I will not yield an inch on the superiority of English weather and weather-painting. Why, the French have not even got a word for Weather: and you must ask for the weather in French as if you were asking for the time in English.
Then, again, variety of climate should always go with stability of abode. The weather in the desert is monotonous; and as a natural consequence the Arabs wander about, hoping it may be different somewhere. But an Englishman's house is not only his castle; it is his fairy castle. Clouds and colours of every varied dawn and eve are perpetually touching and turning it from clay to gold, or from gold to ivory. There is a line of woodland beyond a corner of my garden which is literally different on every one of the three hundred and sixty-five days. Sometimes it seems as near as a hedge, and sometimes as far as a faint and fiery evening cloud. The same principle (by the way) applies to the difficult problem of wives. Variability is one of the virtues of a woman. It avoids the crude requirement of polygamy. So long as you have one good wife you are sure to have a spiritual harem.
Now, among the heresies that are spoken in this matter is the habit of calling a grey day a "colourless" day. Grey is a colour, and can be a very powerful and pleasing colour. There is also an insulting style of speech about "one grey day just like another" You might as well talk about one green tree just like another. A grey clouded sky is indeed a canopy between us and the sun; so is a green tree, if it comes to that. But the grey umbrellas differ as much as the green in their style and shape, in their tint and tilt. One day may be grey like steel, and another grey like dove's plumage. One may seem grey like the deathly frost, and another grey like the smoke of substantial kitchens. No things could seem further apart than the doubt of grey and the decision of scarlet. Yet grey and red can mingle, as they do in the morning clouds: and also in a sort of warm smoky stone of which they build the little towns in the west country. In those towns even the houses that are wholly grey have a glow in them; as if their secret firesides were such furnaces of hospitality as faintly to transfuse the walls like walls of cloud. And wandering in those westland parts I did once really find a sign-post pointing up a steep crooked path to a town that was called Clouds. I did not climb up to it; I feared that either the town would not be good enough for the name, or I should not be good enough for the town. Anyhow, the little hamlets of the warm grey stone have a geniality which is not achieved by all the artistic scarlet of the suburbs; as if it were better to warm one's hands at the ashes of Glastonbury than at the painted flames of Croydon.
Again, the enemies of grey (those astute, daring and evil-minded men) are fond of bringing forward the argument that colours suffer in grey weather, and that strong sunlight is necessary to all the hues of heaven and earth. Here again there are two words to be said; and it is essential to distinguish. It is true that sun is needed to burnish and bring into bloom the tertiary and dubious colours; the colour of peat, pea-soup, Impressionist sketches, brown velvet coats, olives, grey and blue slates, the complexions of vegetarians, the tints of volcanic rock, chocolate, cocoa, mud, soot, slime, old boots; the delicate shades of these do need the sunlight to bring out the faint beauty that often clings to them. But if you have a healthy negro taste in colour, if you choke your garden with poppies and geraniums, if you paint your house sky-blue and scarlet, if you wear, let us say, a golden top-hat and a crimson frock-coat, you will not only be visible on the greyest day, but you will notice that your costume and environment produce a certain singular effect. You will find, I mean, that rich colours actually look more luminous on a grey day, because they are seen against a sombre background and seem to be burning with a lustre of their own. Against a dark sky all flowers look like fireworks. There is something strange about them, at once vivid and secret, like flowers traced in fire in the phantasmal garden of a witch. A bright blue sky is necessarily the high light of the picture; and its brightness kills all the bright blue flowers. But on a grey day the larkspur looks like fallen heaven; the red daisies are really the red lost eyes of day; and the sunflower is the vice-regent of the sun.
Lastly, there is this value about the colour that men call colourless; that it suggests in some way the mixed and troubled average of existence, especially in its quality of strife and expectation and promise. Grey is a colour that always seems on the eve of changing to some other colour; of brightening into blue or blanching into white or bursting into green and gold. So we may be perpetually reminded of the indefinite hope that is in doubt itself; and when there is grey weather in our hills or grey hairs in our heads, perhaps they may still remind us of the morning.
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