Recomiendo ver esta peli de hace algún tiempo: "El discurso del Rey"

 


“El discurso del rey” ha sido premiada en Hollywood como lo que no es. 
Como una típica película en la que el héroe afronta una adversidad alegórica y la supera, triunfando en virtud de sus virtudes morales. El rey de esta película adolece de tartamudez, tema acerca del cual podría haberse hecho un film documental clínico o en su defecto una comedia que algo vulgarmente se solazara en su defecto. En efecto los primeros chistes que acuden a mi memoria vinculados a la tartamudez me sorprenden por su abundancia. Por ejemplo el del hombre que asiste a la “casa mala” de los chistaderos del Once, donde la mafia judía manejaba la trata de blancas polacas y rusas. César Tiempo escribió poemas haciéndose pasar por una trabajadora sexual tan conmovedora que le llovieron ofertas de matrimonio por parte de sensibilizados millonarios (lamentablemente antes de la ley de matrimonio igualitario). Fue en tiempos xenófobos y chauvinistas, donde aquel famoso producto de exportación, el nacionalismo, llevaba a algunos lacanianios a pesar suyo a hacerse hinchas de Independiente “porque es el único cuadro que tiene un nombre argentino”. Borges le mostró a un periodista lo que había sido la sede de una casa de citas y subrayó, con esa deliciosa ironía que ostentaba y que consistía en pretextar asombro ante una incongruencia, que la argentina costaba quince pesos y la francesa veinte, a pesar de todas las prédicas nacionalistas. En el marco previo a la sustitución de importaciones va un hombre al prostíbulo y pide a la “rococó cocotte” y la madama le constesta “¡ah!, la tartamudita!”.
El Antiguo Testamento describe a Moisés como un hombre con dificultades como orador, razón por la cual -entre las más esenciales lindantes con la fiaca- trató de disuadir a Adonai de que lo ungiera en calidad de conductor a la Tierra Prometida. Por eso un chiste judío lamenta las ineptitudes fonoarticulatorias mosaicas y las erige a causación de haber terminado adoptando como patria el trozo de tierra más desértico y carente de petróleo de todo el Medio Oriente, zona de por sí de las menos recomendables para afinacarse y por fin tener un lugar propio y libre de amenazas (por políticamente incorrecto que suene, en contraste el plan de Hitler de confinar a los judíos a Madagascar parece más idílico).
-¿A dónde querés conducir a tus hermanos para que dejen de ser esclavos de los egipcios en la pirámide jerárquica?-habría preguntado a un joven Moshé (53) el Eterno (infinita edad). Y éste habría exclamado:
-A Ca-a…a ca-a… -y Dios se lo concedió:
-¿El Canahán? A mí en lo personal me parece desabrido, reseco, que te asás de calor y que vas a estar rodeado de politeístas beligerantes, pero bueno, sea.
“Ca-a” era el comienzo de, según una versión del chiste "Canadá" y según la más popular, "California". Ambas son un poquito jasídicas en el sentido místico y profético de hacer anticipar el descubrimiento de América al héroe de carnadura humana, demasiado humana que siempre opuso a la figura mesiánica del mágico Jesús el pueblo hebreo.
Hollywood tendería a decir que la tartamudez de Moisés es una alegoría también, una alegoría de la adversidad, de cómo con idealismo podemos superar nuestras falibilidades y hasta me imagino el libro de “Hágalo usted mismo” dedicado a separar las aguas. Pero el pueblo judío es pragmático hasta la médula, materialista histórico avant la léttre y como dijo Einstein “redujo el elemento supersticioso indemostrable al mínimo indispensable, Uno”. Prefirió la peor parcela de tierra pero real y concreta a la más amplia e inmortal que ofrece el Reino de los Cielos. Se atuvo a los Diez Mandamientos que en nada difieren de un código penal secular, no alegó nunca que fuera simbólico el precepto de no matar. La tartamudez de Moisés es una forma de la afasia y no un emblema de cualesquier contrariedad para los hebreos. “Hebreo” que significa literalmente “a este lado del río Heber”, define cartográficamente una identidad. El nombre “Deutschland” en cambio deriva del país de los prístinos, preclaros, distintivamente puros como la palabra “explicar” (deuten/Deutung) explica claramente (deutlich). “Argentinos” sería también los poseedores de la claridad de la plata, un metal cuyas propiedades incluyen las de haber servido para poder sobre su gelatina perpetuar imágenes fotográficas y las de haber servido para poder detectar la silueta de la neurona (gracias a la tinción lograda con la plata, la tinción de Camilo Golgi, fue que los ojos humanos de Ramón y Cajal fueron los primeros en entrever y avizorar una dendrita y un axón).




El pueblo judío se caracteriza por lo literal como los mejores chistes y por eso creemos intuir especial inteligencia en ambos. Porque nuestra mente sobrevuela febril de deseos y temores metáforas de metáforas si queda librada a sí misma. Ha acuñado la metáfora del “arma de doble filo” que únicamente funciona en el sentido figurado, nadie ha muerto por propia mano a causa de un “arma de doble filo”.




Hay un problema de cohesión a priori en la permisiva alegoría: si la tartamudez se escinde de sus singularidades específicas y sirve como indicador de renguera, alusión a la eyaculación precoz, sugiere calvicie o alergia a las pelotitas amarillas de plátano, no hay un criterio para rechazar la posibilidad de que aluda a defectos del espíritu como la tendencia a pagar solamente en cuotas, algo que se puede considerar inocente a primera vista pero que acarrea consecuencias infernales, tales como la reelección.




El colmo de la lucidez es poner coto y freno a los lujuriosos desenfrenos de la lucidez, por eso Popper define como científico lo pasible de ser refutado. El infinito es abominable porque es tan seductor como irrepresentable. Nos atrae el Absoluto como una necesidad mayor que las fisiológicas y nos repele su inexistencia como una muerte peor que las fisiológicas
Los psicólogos freudianos celebran la existencia de la anorexia, producto de los mandatos sociales posmodernos fisicalistas, como una posibilidad concreta de demostrar que sus teorías son ciertas incluso ahora que no hay histerias de conversión, producto de los mandatos sociales victorianos.




La sensación subjetiva de obesidad y la negación psicológica del apetito basadas en la ansiedad por ser amados parecen darle la derecha a Freud: no somos animales con necesidades, somos perversos insaciables con deseos autocontradictorios y corrientes de energías anárquicas. Pero el precio de los granos, que hace tambalear a Kadafi y brindar a Cristina, pronto va a demostrar que la anorexia es una mutación que se adapta mejor al ambiente, algo concreto y específico y no un síntoma, no un símbolo, no una metáfora (hablo de las anoréxicas modestas, abnegadas y calladas que heredarán como únicas sobrevivientes el legado de generaciones, no de las que jactanciosamente vomitan ad náuseam y gastan más alimentos que los glotones y los biocombustibles).

“El discurso del rey” tiene un título clásico que se inscribe en la tradición sajona que cultiva la sencillez. No se titula “El triunfo de la voluntad”, ni “Ni los reyes la tienen fácil” ni “Es mejor ser lavacopas y tener chamuyo” ni “Cristina Emperatriz Eterna y su milonario Aparato del Estado contra el Imperialismo Corporativo”. Como habla de un rey y específica y literalmente se circunscribe, se ciñe al episodio particular del discurso que debió dar ese rey, la película se llama “El discurso del rey”. Si los foucaultianos quieren retraducirlo a “El lenguaje del rey”, allá ellos, en la tradición francesa la palabra “discurso” equivale a lo que en la inglesa “lenguaje”, pero a mí me importa un soberano comino porque para mí son una y la misma cosa una llave francesa y una llave inglesa porque las compré en la ferretería anglofrancesa y el lenguaje es una herramienta.
Recordemos un tercer chiste ligado a la tartamudez: el del al que le preguntan si lo aceptaron como locutor y dice -No, no, no, so, so, son u-u-unos antitisese…antisemitas.
La gracia de ese chiste, tocado por la gracia de Dios que permite a los perseguidos burlarse de su propia persecuta, estriba en la sorpresa final de que el aspirante a locutor fuera tartamudo. Pero no sería tan bueno el chiste si se basara en esa mera contradicción. El hecho de que un tartamudo estúpidamente se haya postulado a locutor da cuenta de la soberbia y la testarudez, la tozudez de dicha personalidad. Es todo una diatriba contra la tendencia revanchista por parte de los paralíticos a exigir que se construyan estadios de básquet para basquetbolistas en sillas de ruedas. Es una apelación al sentido común, como suelen serlo los mejores chistes, los más disparatados. Es recordar lo que sentimos cuando oímos que un retardado mental tiene capacidades mentales especiales. No estoy diciendo que un maratonista que perdió las piernas debería limitarse a aprender griego para leer en Esquilo las acepciones a un tiempo sexuales, comerciales, peyorativas y sagradas de la voz “potra” en “la Oristíada” (“yegua, preferiste yacer con el potrillo”). Seguramente yo no abjuraría del bipedismo si perdiera dos de mis piernas, pero me parece que choca con la sensatez el caso famoso del corredor con piernas ortopédicas que tiene entrada prohibida a las Olimpíadas porque resulta que sus prótesis le permiten una mayor velocidad al estar diseñadas con materiales que sufren menos la resistencias del aire que la carne y los huesos
love making is ororororgasgasorgasm
Hollywood tiende a venerar a los discapacitados y la prueba está en que Al Pacino ganó su Oscar haciendo de ciego, Robert De Niro merced a una transformación física para la que engordó quince kilos, Dustin Hoffmann haciendo de autista, Daniel Day Lewis con “Mi pie izquierdo” y la hermosa actriz de “Moster” desfiguró su belleza solo para ganar una estatuilla que debería venir deforme y amorfa. Salvo en este último caso, estamos hablando de actores excelentes que hicieron papeles mucho mejores. El caso de la bella devenida en monstruo es otra tendencia hollywoodense: la de creer que no se puede actuar sin “ser”, sin una consustanciación íntima, pero de esto es culpable el metodismo de Lee Strasberg y en última instancia Stanislavsky y sería un argumento literalista en pos de la institución que quiero atacar por su fundamentalismo metaforizador.
En la ceremonia del Oscar el guionista de esta película agradeció y dedicó el premio a todos los tartamudos del mundo. Sonaba grotesco y herético: ¿por qué?
Por la lectura hollywoodense de las cosas. Es una religión. Es contra lo que escribo y abarca mucho más que Hollywood de la misma manera que la tartamudez no abarca mucho más que la tartamudez.
Ya dijimos que no se parece al judaísmo, aunque en muchas cosas guarda relación: por ejemplo se premian las películas que se hicieron y no las que se pudieron haber hecho. Hitchcock buscaba complacer a David O. Selznik en su desembarco a Hollywood filmando “Rebecca” y todo lo que la Paramount le exigía para que por fin le dejen filmar su soñado naufragio, “Titanic”. ¡Qué increíble pensar que el propio Alfred Hitchcock tuviera que rogar por filmar una película para la que no podríamos concebir mejor director posible! Bueno, la filmó James Cameron con esa horrenda actriz; Kate Wislet, que solo por ser la amigüita de Leo Di Caprio consiguió el papel de “el momento más erótico de mi vida”. La sombría catástrofe del “Titanic” se convirtió en un film de efectos especiales, canciones de Celine Dion y símbolos del amor.
“Romeo y Julieta” es un símbolo del amor, es un sinónimo de romanticismo también. Y lo quiero destacar porque la Weltanschauung hollywodesca no es un invento de Hollywood. ¿Cómo se puede considerar la desconexión comunicacional que lleva al suicidio como algo idílico, bucólico o romántico?
Billy Wilder descubrió la historia de “la lista de Schindler” cuando ya era demasiado tarde: sus últimos tres filmes no habían sido éxitos, las productoras le negaron todo presupuesto. Terminó haciéndolo Spielberg y no se puede negar que es un film majestuoso, excelentemente fotografiado, actuado y eficaz. Se le podrá objetar que en los créditos ni se mencione el empleo de nuestro tango “Por una cabeza”, pero tal vez Hollywood se lo apropió porque era hollywoodense siempre. Por eso aparece también en “Mentiras verdaderas” y en “Perfume de mujer”: porque el héroe nunca gana seis cero, seis uno y seis dos en cómodos tres sets, sino que siempre lucha denodadamente hasta el último aliento y gana justo en la raya como dice ese tango. Hollywood no premia las películas que no se hicieron, decía, ¿cómo podría?, aunque estaría muy bien que midiera las que se podrían haber hecho y las que se terminaron haciendo. Sería desopilante imaginar a la Comisión Nobel anunciar el Premio a la mejor novela todavía no escrita en la que con un tratamiento intimista y una cronología dislocada se persuadiera al lector de las bondades de la energía atómica aplicada a fines pacíficos. Seguramente sería la única manera de que César Aira con justicia lo obtuviera, entreverándose en política y primereando por hiperproductividad. De esa manera sodomizaría con justicia a Ishiguro usando un preservativo Prime Rear que además de servir para primerear, sirve para to posses anyone from the rear.
De la misma manera que el rey a la sazón da la maldita casualidad de que era tartamudo y la película no se inscribe en el registro de las que juegan contrafácticamente a ver qué hubiera pasado si la nariz de Cleopatra hubiera sido como la de Diego Peretti, o Néstor reelecto, Hollywood se reduce a ponderar lo que es.
El rey de Inglaterra es el rey de Inglaterra. 



Supongamos que en un furor de progresismo electoralista la comunidad homosexual argentina reclamara igualdad de derechos para ser el rey de Inglaterra.



Sabemos que ni se les ocurriría y sin embargo todos somos el rey de Inglaterra en el sentido de que todos hemos nacido en un lugar y con unos deberes y privilegios que son indelegables. Hay cosas que tenemos que hacer por nosotros mismos. Ni Bill Gates que puede comprar productos mejores de los que monopoliza para destruírlos, puede contratar a alguien que le suene la nariz. No pueden dejar de poner el cuerpo ni Magnetto con sus 500 mil dólares mensuales para tratar su cáncer de garganta con métodos experimentales en Chicago, ni Steve Jobs con sus mil millones de dólares para tratar su cáncer de páncreas (es divertido imaginar un diálogo telefónico entre Magnetto y Steve Jobs: -Che. ¿vos tenés prepaga, cuánto estás pagando? -Yo pago dos millones de dólares al año solo para que me cubra la remisión cancerígena. -Es una bicoca, un regalo, a mí acá en EE.UU. me cortan la cabeza, dos millones de dólares es lo que pago para que vuelva el enfermero querendón en lugar de la enfermera bruta…)
No importa que ser designado a un cargo por motivos genéticos sea una fe demasiado abultada en los lazos de sangre. Bush hijo o Alfonsinito, que me hace acordar a Guillermo Andino surgido de la muerte de su padre, la brujita Verón, Alejandro Dumas, el historiador Romero, Bartolomé Mitre, y Nuestro Señor el Nazareno Unigénito Jesucristo prueban que la tendencia al nepotismo está bien, siempre que quede en familia.
Sarkozy y Berlusconi no son menos “reales” en el sentido más escandaloso del término, si se quiere censurar a Inglaterra por no haber aplicado guillotinas: producen más chismografía e “identificaciones secundarias”, más telenovelas y cholulismo farandulesco que la serena señora que saluda a los mineros galeses vestida con austera elegancia.
Además la monarquía, como le hubiese gustado a Belgrano, anida en nuestro acervo semántico y mientras comemos felices en “El rey de la papafrita” y decimos que Susana Giménez es “la reina de las ignorantes”, no podríamos decir que los panqueques de Carlitos sean “el Ministro de Interior del panqueque”, ni que el autor de la biografía “El sino de Saussure” sea “el canciller de los analfabestias”.
La película habla acerca de un específico impedimento psicológico que se supera gracias a una excelente relación docente-alumno, siendo Geoffrey Rush (el maestro en elegir papeles) el docente. Habla de cómo el docente tiene que tener autoridad así se encargue de educar a alguien que lo supere en rango, poder, credenciales sociales, solvencia económica, estatura histórica y aplastantes voluminosidades políticas.
Creo que en esas especificidades hay que reparar para verle el chiste a la película, así como puede causarnos risa que un gallego haya sido el descubridor de la neurona.
Reflexionar acerca de la tartamudez es más profundo que ver en la tartamudez analogías, porque las analogías son lo más frívolo del pensamiento. Pensemos en cuánto sufren los tartamudos, mucho más que los ciegos, al menos los que yo conozco, quizá el ciego literalmente no vea lo que se pierde. Si vemos en la tartamudez un símbolo de otra cosa, podemos llegar a decir que el ser humano es biológicamente tartamudo en su primer desarrollo en relación con los demás animales, porque por ejemplo es el que más tarda en adquirir la capacidad de caminar (suponiendo que el lenguado no compita). Podemos considerar que los suizos son tartamudos de la seducción, al menos según el testimonio de Fátima, una alumna helvética que me asegura que en Sudamérica están los mejores amantes, circunstancia que podría vincularse a nuestro pobre culto al trabajo que nos emparenta a los gángsters del Informe Kinsley, los únicos que podían hacer el amor todos los días. Se entra en un terreno difuso, porque siempre se puede culpar a Oscar Wilde de haber querido llegar a ser Tinelli, pero ser un “tartamudo de la chabacanería”. Quien esto lea puede que haya pasado de largo sin advertir que pagar en cuotas es bastante ceñiditamente una tartamudez pecuniaria y si no lo advirtió podemos decir que sufre de tartamudez de la intelección. Según el psicoanálisis toda civilización debe su sofisticación a evitar la fluidez en la concreción efectiva de los primeros deseos sexuales condenados a incestuosos por un tema de oportunidad. Vale decir que la civilización es la tartamudez del deseo.
Si entramos en eso, nada nos impide atribuir cortedad e interrupciones frustradas supongamos a Les Luthiers en sus esfuerzos por ser Enrique Pinti. La crítica suele hacer eso: dice que Spielberg en “La terminal” trató de ser Capra, que Matisse tendía con pictórica tartamudez al cubismo, que Romina Paula tiene la boquita pintada por Manuel Puig.
¿Por qué no decir entonces que el arquero de Boca es el Cervantes del arco, que tiene una oligárquica tartamudez para aplicar retenciones que darían ganas de confrontarlo llegando a irse a las manos?¿por qué no vincular el gooool que le hace Velez con una clave de lectura tartamuda de las “Almas muertas” de Gogol?
El sinónimo inesperado puede ser visto como tartamudez de la coloquialidad, los que dicen “sorbete” por “pajita” como mojigatos que padecen la “tartamudez de la procacidad de estudiantina”, etc.
Me compré para escribir esto el libro “Cómo hablar en público e influir en los hombres de negocios” de Dale Carneguie.
Dice que no conviene decir “Gran Bretaña gastó aproximadamente mil millones de libras esterlinas durante la guerra”, sino “¿Les sorprendería a ustedes enterarse de que Gran Bretaña gastó, durante los cuatro años de la Gran Guerra, una cantidad de siete libras esterlinas por cada minuto trascurrido desde que se creó el Virreinato del Río de la Plata? Pues la cantidad es aun más enorme. Gran Bretaña gastó en la Guerra Mundial siete libras por cada minuto pasado, día y noche, desde que Colón descubrió América. Aún más colosal es la cantidad gastada. Gran Bretaña consumió en la guerra un tesoro de siete libras por cada minuto transcurrido desde que Carlomagno fue coronado emperador. El expendio fue aún más fabuloso que todo esto. Gran Bretaña gastó durante la guerra siete libras por cada minuto transcurrido desde que nació Jesucristo. En otras palabras, Gran Bretaña gastó siete mil millones de libras. Y solo han transcurrido unos mil millones de minutos desde que nació Jesús.”
Dice que no hay que decir: “El Vaticano tiene 15.000 piezas”, sino “El Vaticano tiene tantas piezas que si alguien ocupara una pieza diferente cada día durante cuarenta años, no llegaría a vivir en todas”.
¿No es una forma de tartamudez conceptual?
Desde los augures romanos estamos acostumbrados a una correspondencia biunívoca entre dos elementos: el vuelo de determinado pájaro significaba el éxito en una determinada batalla (esto puede consultarse a vuelo de pájaro en la publicación ornitológica “Aves ‘s truths”), llevar algo nuevo, algo viejo y algo azul asegura un buen matrimonio: las alegorías en cambio sugieren que el mapa de equivalencias se dispersa profusamente.
Si mi nutricionista me dice que levantar una moneda de un peso en la calle disminuye la presencia de omega 3 en mi organismo le puedo creer porque la relación cuanti y cualitativa entre los términos es como dijo el líder mesiánico Cavallo un peso, un dólar, como la transformación por parte de Moisés de una serpiente en un bastón. Pero no le puedo creer si me dice que como me faltan antioxidantes contraje una tartamudez recomendativa que me obliga, queriendo recomendar una película a hablar del chiste del hombre que quería saber dónde había un baño y le pregunta a un tartamudo.
En algún sentido Cristina es la continuadora de Evita porque en algún sentido los triángulos son cuadrados y en algún sentido lo negro es blanco y las salchichas de pancho 46 en el partido de San Martin son goulash de ternera de Turandot.
En algún sentido a todos nos asisten las obligaciones que por impedidos que estemos tenemos que llevar a término, sin poder delegarlas.
Todos tenemos que dotar de un sentido a nuestras vidas, aprender a conocernos y a pesar de ello a amarnos, a intuir cuánto de específicamente subjetivo hay en el entrañable amor de determinada persona que nos ama, basándonos en un conocimiento cabal de qué representamos a nivel intelectual, a nivel erótico y a nivel simpático para la mayoría convencional de la población.
Lo que sabe Scarlett Johanson acerca de sí misma lo supo por intermedio o a través de una interacción comunitaria universal y es menos suculento que lo que sabe ahora Seann Penn literalmente por intermedio o a través de ella.
Pero eso no es de lo que habla esta película. Por eso conmino a que se la lea como una historia inmanente, sin la irrupción improcedente de simbolismos, a que se la vea ininterrumpidamente, aunque suene a invencible tartamudeo el adverbio “inin…"

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