José Ingenieros tiene cara de bueno
"Cuando su niño se cae y Ud. castiga al piso donde el cayó, procede con la misma lógica de los que defienden a Mussolini atacando a Inglaterra, es decir, con perfecta paralógica, o sea con lógica desviada" escribe Carolina Tobar García [1]en una nota intitulada “Ocupémonos de los niños retardados”.
Dar comienzo con esta cita a este trabajo que se propone investigar conceptualmente el marco histórico en el que se inserta la postura psicológica preconizada por José Ingenieros podría parecer perfectamente paralógico, casi retardado. Sin embargo, si el espíritu que anima a estas líneas es ampliar el foco del campo visual específico de una disciplina, como es en este caso la psicología a la que todavía llamaremos “preprofesional” por referirnos a una etapa anterior a la institucionalización de la carrera universitaria, procurar una correlación entre el contexto sociopolítico y las tendencias en la orientación científica puede ilustrarse con la suprascrita cita: Mussolini es empleado como símbolo algo inesperado en unos consejos consagrados a las madres de niños con deficiencias mentales. Como explica Lucía A. Rossi en la introducción al capítulo 4 Genealogía de tradiciones conceptuales en psicología, su valoración en el marco político, social e institucional y su impacto en la conformación de la identidad profesional [2]: “En correspondencia con los períodos de democracia ampliada y restringida, las valoraciones sociales que dan fondo a lo conceptual otorgan presencia institucional e inciden indirectamente, a largo plazo, en el perfil profesional” (…) En esta dirección, la psicología de clara inspiración biológica-con enfoques objetivos y positivos-resulta funcional a la política de Estado, en tanto sus precisos diagnósticos detectan los déficit que impiden la integración laboral, permitiendo una certera derivación institucional. A esto apuntan los enfoques patológico-clínicos de la escuela francesa {Escuela que con P. Janet, Charcot y G. Dumas admiten un inconciente fisiológico e instintual propuesto por Theodule Ribot} y los genético-funcionales en criminología, de José Ingenieros {Desplazan la propuesta inaugural de Félix Krueger (discípulo de Wilhelm Wundt), de carácter estructural, en 1906}.
El propio José ingenieros declara[3]: “Cada época ha tenido cierta experiencia actual que ha sido el fundamento necesario de su ciencia posible; un sabio no puede formular hipótesis legítimas apartándose de ella, fuera de límites relativamente reducidos (…)Aristóteles o Bacon no podrían concebir sus sistemas en una tribu salvaje”.
Advertimos cuán reñido está el punto de vista de Ingenieros con lo que declara el programa de nuestra materia bajo el apartado Aportes de la asignatura a la formación profesional: “Promover el respeto por la diversidad, la pluralidad de enfoques, la comprensión de lógicas diferentes en sus fundamentos y argumentaciones”.
Sin embargo implicaría una improcedente descontextualización condenar [4]desde nuestros valores alcanzados sobre los hombros de los errores de generaciones pasadas aquellos racismos por así decirlo “bienintencionados” de los filántropos que pretendían valerse de teorías que hoy sabemos ingenuas. El propio Aristóteles debería ser despreciado por esclavista y el propio Shakespeare con su Shylock por antisemita, si se lo aísla del marco histórico que sustentó su cosmovisión.
{en “La simulación en la lucha por la vida” Ingenieros había declarado: El antisemitismo es otro fenómeno curioso de simulación en la lucha de razas; como el tiempo demostró, el pretendido antisemitismo francés fue una máscara de la reacción cléricomilitar, que en Francia se disfrazaba con la indumentaria de una guerra al judaísmo para arrastrar en ese engaño a las masas populares, explotando el sentimiento de odio al rico. Bien se dijo, de esa simulación adaptada a la lucha de las razas, que era el “socialismo de los imbéciles”}
El error que nos permite reírnos hoy de la ingenuidad de operarle las orejas al “petiso orejudo”
en un intento de morigerar su molicie y mendacidad es muy común en los casos de revisionismo histórico tan frecuentes en nuestro país inestable, donde la figura del “primer trabajador” no tarda en considerarse “tirano prófugo” y se somete al prócer Sarmiento a juicios desde un baremo al que su tiempo no había accedido, llegando Felipe Pigna en su afán por volver didáctica la historia a emplear la categoría de “primer desaparecido” aplicada a Mariano Moreno.[5]
El ejercicio de la función “biofilástica” del derecho penal tal como lo entendía Ingenieros puede resultarnos fachista, así como la existencia de leprosarios para enfermos de HIV en Cuba, pero correspondieron a la mente de un moralista que obedecía a un ideal. Y como se dice al comienzo de la obra más reeditada y popular de José Ingenieros,[6]: “Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un Ideal”
El resorte misterioso de un ideal es lo que hace decir a Ingenieros[7]: Son los parásitos de la escoria social, los fronterizos del delito, los comensales del vicio y la deshonra, los tristes que se mueven acicateados por sentimientos anormales: espíritus que sobrellevan la fatalidad de herencias enfermizas o sufren la carcoma inexorable de las miserias ambientales“, “Los hombres de razas de color no deberán ser, política y jurídicamente, nuestros iguales; son ineptos para el ejercicio de la capacidad civil y no deberían considerarse personas en el concepto jurídico“, “Cuanto se haga en pro de las razas inferiores es anticientífico; a lo sumo se los podría proteger para que se extingan agradablemente, facilitando la adaptación provisional de los que por excepción puedan hacerlo. Es necesario ser piadoso con estas piltrafas de carne humana; conviene tratarlos bien, por lo menos como a las tortugas seculares del jardín zoológico de Londres o a los avestruces adiestradas que pasean en el de Amberes”. [8]
La animalización que también aparece en Sarmiento contra Francisco Aldao y contra Facundo {cuyos rasgos de pilosidad salvaje son descabelladamente desopilantes} opera peyorativamente, siendo que su admirado Darwin declara que prefiere parecerse a un simpático mono, que a un barbárico originario de Tierra del Fuego[9]:
Jamás olvidaré la sensación de pasmo que me invadió al contemplar por vez primera a un grupo de fueguinos en una bravía y desolada zona costera, porque en seguida me vino a la mente la semejanza de nuestros antecesores con aquellos salvajes. Iban completamente desnudos, la piel pintarrajeada, el largo cabello enmarañado, y echaban espumarajos por la boca a causa de la turbación que experimentaban. Su semblante, sobresaltado y receloso, tenía expresión de ferocidad. No conocían arte ni oficio alguno y, cual alimañas, vivían de lo que cazaban. No poseían organización social y se mostraban implacables para con todos los que no pertenecieran a su reducida tribu. Quien haya visto a un salvaje en su entorno natural no sentirá excesivo rubor si se ve obligado a reconocer que por sus venas fluye la sangre de criaturas de un orden mas bajo. En lo que a mí concierne, prefiero descender del heroico monito que se plantó ante su más temido enemigo para salvar la vida de su cuidador o del viejo babuino que descendió de la montaña y arrebató triunfalmente a un camarada más joven de los dientes de una sorprendida jauría, que de un salvaje que halla placer en torturar a sus enemigos, que ofrece sacrificios sangrientos, comete infanticidios sin el menor escrúpulo, trata a sus mujeres como esclavas, no conoce el decoro y es víctima de las más necias supersticiones.
José Ingenieros peca de más papista que el Papa, al criticarle a Darwin vestigios de cartesianismo en “La pretendida antinomia del instinto y la inteligencia”[10]: Darwin es mucho más explícito que Lamarck: la filogenia orgánica y la filogenia mental corren parejas en los capítulos III y IV de Descent of Man dedicados a establecer la comparación entre los animales inferiores y superiores. Pero al penetrar en los dominios de la psicología, sin que ésta poseyera una terminología propia, tomó del cartesianismo los dos vocablos antitéticos y con ellos introdujo la confusión que aún reina en la psicología comparada
Nos interesa el punto de vista psicológico del Instituto de Criminología dirigido por Ingenieros, pero debemos relevar su cara jurídica que suscribía a la Escuela Positivista de Cesare Lombroso, cuyos representantes también fueron Garófalo y Ferri: así como el pecado original se hereda seminalmente, la personalidad del delincuente está genéticamente determinada y es visible en rasgos fisionómicos, frenológicos y gestuales. Por lo tanto no se lo debe condenar por una intención que no puede sino tener, sino aislar como a un perro rabioso en virtud de que es dañino para el medio en el que se halla inserto. [11]
Este paradigma de la jurisprudencia oblitera el concepto hegeliano de tener derecho a un castigo entendido como el privilegio de siquiera serle a uno atribuida la conciencia moral. La idea de que un delincuente es inimputable porque pertenece a una estirpe sanguíneamente criminal puede resultarnos risible, pero nuestro actual sentido de la justicia merecerá probablemente carcajadas mayores en generaciones venideras si es que, para empezar, no se nos tacha de positivistas por anhelar una mejoría razonable para el porvenir. En rigor, argumentar que la manera de pensar de Ingenieros es positivista y que por eso mismo está perimida y es obsoleta, ya no se sostiene, no es otra cosa que un argumento positivista que parece adscribir a la idea de progreso indefinido (¿se habría superado la idea de progreso indefinido gracias al mero paso del tiempo?)
{para Darwin la risa es filogenéticamente anterior al llanto, solo los primates superiores de evolución más tardía lloran ¿reír será entonces antipositivista?}.
Dado que la actual posmodernidad presupone una caída de las certezas y un bregar en pos de la tolerancia hacia culturas diferentes, el dilema de si condenar o no desde nuestros instrumentos penales etnocéntricos a un aborigen amazónico que mata ritualmente a su primogénito, no nos permitiría sentirnos tan lejos de esta suspensión de la atribución de conciencia moral para casos excepcionales.
Fernando Savater en La libertad en acción [12]comenta que suele plantear a sus alumnos de ética un interrogante. Una mujer tiene que ir a recibir al aeropuerto a su amante y para ello tiene que atravesar un bosque donde acecha un asesino: le pide a su marido que la acompañe, pero éste se rehusa. La mujer va sola, atraviesa el bosque y es asesinada ¿de quién es la culpa?.
La mayoría de alumnas culpa al marido, una minoría al amante y los varones a la mujer. La sola etiquetación de “un asesino” parece naturalizar al sujeto homicida en el relato, liberándolo de volición y culpa.
Y tampoco podríamos considerarnos a salvo en plena era del homo videns de las tendencias a leer como señales universales y no códigos culturalmente construídos a los rasgos de un rostro, sus ademanes y la cartografía de los cuerpos. Piaget analiza, en los niños que atraviesan el período preoperatorio, el artificialismo: suponer, por ejemplo, que el pecho materno fue creado por la mano del hombre: en la actualidad gracias a los implantes, todos perteneceríamos a dicho período, en la contemplación postoperatoria de una cirugía estética. En Part and Parcel in Animal and Human Societies, in Studies in animal and human behavior, vol. 2. pp. 115-195. Cambridge, Mass.: Harvard UP, 1971 (originally pub. 1950), el etólogo Konrad Lorenz habla de la “pedomorphosis” para referirse a proporciones que nos proporcionan sensación de ternura: una cabeza relativamente grande, predominio de la cápsula cerebral, ojos grandes y de disposición baja, región de las mejillas prominente, extremidades cortas y gruesas, una consistencia elástica y neumática, y movimientos torpes
. Señala que hay animales que cumplen con dichas características y que no podemos menos que “leerlos” como entrañables. Por eso en alemán el conejo (Kaninchen) y la ardilla (Eichorchen) tienen nombres que terminan con el sufijo diminutivo “chen”, explica, sin tener presente que “muchacha” también (Mädchen){sin tener presente, pero teniendo pasado porque en su época los discursos de género no hacían, para decirlo con un chiste alemán, que la denominada “violencia de género” llevara a “rasgarse las vestiduras”: la palabra que designa a la muchacha (Mädchen) o a la señorita (Fräulein) en alemán lleva género neutro y no femenino en virtud de una prevalencia de la morfología por sobre la semántica: toda palabra terminada en ung, heit, keit y schaft será femenina, toda palabra terminada en nis, zeug, chen y lein será neutra: Lorenz insiste en Ganzheit und Teil in der Tierischen und menschlichen Gemeinschaft, artículo de 1950, en que respondemos biológicamente con mecanismos de liberación innata que se disparan al ver a un bebé en virtud de una serie de características fijas y no a un significado global dado por una configuración que sea más que la suma de las partes, de manera que su crítica a la teoría más gestáltica tiene un paralelismo en la observación antedicha referida a la autonomía de las partículas lingüísticas}
“Ricardo III” es un típico ejemplo del facilismo intelectual de asociar maldad a fealdad o deformidad, acaso “heredado” de la platónica asimilación de lo bueno a lo bello. Pero si tuviéramos que citar una pieza dramatúrgica para ilustrar las sutiles divergencias en estas caracterizaciones, sería el capítulo del “Superagente 86” en el que aparece un personaje llamado “Simon the likeable”: un villano, un agente de Caos que en razón de una apariencia probablemente paidomórfica sucita en quienes lo contemplen la inmediata aceptación y simpatía. ¿En qué consiste la diferencia entre “Simón el agradable” y “Ricardo III”? En el caso del villano shakespeariano la repulsiva apariencia es un espejo de un alma ruin, una evidencia visual que a todas luces pone en evidencia lo tenebroso y oscuro de su espíritu. En cambio, Simón que posee una personalidad criminal, goza de un aspecto primoroso. Este pasaje de la bruja abominable y hedionda a la pérfida preciosa de un culebrón podría computarse como un salto cognitivo hacia una mayor complejidad por parte de los guionistas, si no fuera que el genio de Shakespeare da una explicación elaborada del resentimiento de “Ricardo III”, a saber, la exclusión a la que lo relega la mirada de los otros que le constituye la identidad. Sin embeberse de la dimensión cultural, Simon produce una respuesta automática e involuntaria en quienes interactúan con él que no pueden menos de querer ayudarlo y asistirlo (a robar un banco, por ejemplo). Vale decir que el personaje del Superagente 86 se inscribe dentro de la visión darwiniana que postula a la expresión no como perteneciente a la esfera exclusivamente humana del símbolo, sino como una conducta ancestralmente útil y cristalizada. Darwin es quien descorre el velo respecto de la historia de la génesis del homo sapiens, pero también quien oblitera con sus teorías el componente histórico de cada cultura: la macrohistoria antropológica cercena la historia sociopolítica cuyo contexto, escenario o paisaje modela significados, conductas e ideales.
Si se objeta que “Simon, el agradable” es un personaje ficticio sobre el cual difícilmente se pueda teorizar, debemos recordar que para Lacan nuestra percepción de la realidad tiene “estructura de ficción”, para el neurólogo Oliver Sacks la cordura se define en la actualidad como la posibilidad de dotarse a sí mismo de un relato coherente que explique la propia identidad (un “autonarrativismo”), que para Hayden White, autor de “Metahistory”, la historia en tanto que ciencia se entrama con figuras retóricas que en nada difieren de las que urden ficciones.
El propio José Ingenieros en su “primera página de su primer libro”, id est, su tesis presentada a la Facultad de Medicina escribe: “Convergiendo, pues, hacia la psicología individual por el camino de la psicopatología, y hacia la sociología por el estudio de los fenómenos de patología social, penetramos en los dominios de la locura y el delito (…) en su visión sintética de las degeneraciones humanas, entrelazan sus tentáculos nefastos, engendrando ese personaje magistralmente burilado por Shakespeare en su Hamlet: el alienado criminal”. [13]
Y no conforme con judicializar a Hamlet, medicaliza al malade imaginaire de Moliere: “Las peripecias de Argan-a quien hoy no consideraríamos un “enfermo imaginario”, sino un caso de neurastenia gastrointestinal[14] (…)”
Hoy en día puede resultarnos fácil el discurso condenatorio (gracias al vehículo del lenguaje) para con la inclinación a “subirse a un colectivo”, en el sentido de incurrir en un preconcepto y universalizar, digamos, la componente “punga” de todo hermano chileno.
Podemos estar tentados de decir que Lombroso era tanto o más racista que el personaje “Micky Vainilla” de Peter Capusotto, que abomina de todo “morocho” casi instintivamente. [15]Pero debemos tomar conciencia de nuestra necesidad intelectual de representación del mal: a Hannah Arendt la revista “Life” le encargó una nota acerca del juicio a Adolf Eichmann en Jerusalem, que terminaría rechazando por ser poco maniquea (por referir, verbigracia, conductas de rabinos colaboracionistas para “evitar un mal mayor”) y que terminaría convirtiéndose en un libro donde acuñó el concepto de “banalidad del mal”. Este concepto puede resumirse con un poema del cantante y novelista Leonard Cohen quien escribe antropométricamente[16]: “talla de Adolf Eichmann: normal; peso: normal; altura: normal ¿qué esperaban, garras y colmillos?”.
Más allá de ignorar Arendt un diario de Eichmann que se daría a conocer póstumamente en el que se declara cierto regocijo sádico (cosa que desvirtuó sus conceptualizaciones provocando la imputación de “banalización del mal”), la filósofa analiza el descargo que realiza el autor intelectual del gaseamiento de seis millones de seres humanos y lo reputa propio de un burócrata que reitera slogans vaciados de contenido.
Michel Onfray, más recientemente, reprocha al mismísimo Kant esta vacuidad administrativa, basándose en que la defensa de Eichmann declaró haber actuado siguiendo los principios del imperativo categórico.
Por su parte en su “Dialéctica de la Ilustración” Adorno y Horckheimer aseguran que la fría razón técnica, desapegada de valores tradicionales y de la emoción, el ideal del Iluminismo mismo propugnado por Voltaire y Diderot fue lo que hizo posible la espeluznante eficacia de los campos de exterminio nazis.
¿Cabe reírnos con suficiencia de José Ingenieros para quien el mal tenía por causa una malformación fisiológica tipificable, si nuestros más sofisticados y frondosos intelectuales optan por ubicar su razón de ser en la banalidad o en Kant o en la Enciclopedia?
Eichmann declaró que matar a una persona es un crimen, pero matar a seis millones ya es una anodina estadística, una inconcebible abstracción. Por eso para comprender la enormidad de los crímenes nazis el Washington Memorial Museum se vale de un personaje ficticio, un niño llamado Daniel cuya biografía inventada puede seguirse desde que es capturado y conducido en un tren. Necesitamos dicha pedagogía para que sea visible la atrocidad, necesitamos ver.
Irónicamente Adolf Eichmann que se escondía en la Argentina bajo el nombre de Richard Clement, trabajaba como operario en una empresa alemana y vivía en San Fernando fue descubierto y desenmascarado por un ciego que lo reconoció por su perfume y su voz y llamó a la Fundación Simon Wisenthal quien lo comunicó al Mossad. Se trataba de un superviviente cuya hija había agradado a Martin Eichmann, el hijo de Adolf, y que deseaba antes de formalizar un compromiso que los padres de los novios se conocieran.
La denominable “invisibilidad del mal” también puede pensarse desde la perspectiva posmoderna en la que una presunta impresión visual biológica y pura está precedida y condicionada por un relato: si se compara la imagen de Hitler con la de la mayoría de los judíos que vivían en Alemania, la noción de “raza aria” se desdibuja, las caracterizaciones verbales del hebreo avaro con nariz ganchuda y panza prominente pesaban más que la percepción ocular.
{Cabe recordar que en “Eros, generador”[17], José Ingenieros se pregunta “¿De dónde habrá venido este mito? El parentesco lingüístico de los pueblos arios ha sido corroborado por la mitología comparada”}
En el acervo popular para decir que algo es consistente, viene a cuento, es pertinente decimos que “tiene mucho que ver”. Transmitimos también con palabras el concepto de que “una imagen vale mil palabras”.
En tal sentido sí podría decirse que nuestra época procede con cuidados éticos al trasladar al campo de la nomenclatura las medidas correctivas contra la discriminación. Un preso tal vez vea en efecto modificado el estatuto liberticida de su cautiverio si lo llamamos “persona en situación de cárcel”
.
Pero si así fuera ¿por qué la inmortalidad del Dr. Down, descubridor del síndrome que interesaba a Tobar García, habría de cerrarnos como equivalente a una invectiva?¿por qué, si las palabras y no lo visible recortan la realidad, se insulta en el nombre de un filántropo como Croto, que favoreció a indigentes?
¿Por qué los más exquisitos pensadores franceses del lenguaje, que en su homenaje hay que llamar “discurso” nos hablan de bagaje, caja de herramientas, construcción, herramienta y demás metáforas del campo semántico de la sólida albañilería para dar cuenta de la opacidad tenue de la inconsútil evanescencia de la inasible red que presupone esta mediación de nuestra percepción?
Piaget observó que algunos niños que transitaban el estadio sensoriomotor situaban en la boca el órgano del pensamiento. En ese estadío, claro está, es lo que se puede decir de la boca de una irresistible actriz “una boca a la que solo le falta hablar”.
Podemos considerar ingenuo a Ingenieros pero en ese caso ¿cómo consideraremos a Camile Paglia, renombrada profesora de estética en universidades norteamericanas que en un reportaje de 1991 explicó el misterioso atractivo que ejerció Monica Lewinsky sobre el hombre más poderoso del mundo decodificando una boca como un indicio nada simbólico de un comportamiento?: One reason I believed the Paula Jones story right from the start was because of the allegation that he [Clinton] demanded oral sex from her. Based on my long study of pornographic pictures and videos, I can easily see why Paula Jones would instantly produce a fantasy of oral sex. People kept saying, very ignorantly, "Oh, she's not very attractive -- what would he have seen in her?" Well, I can see very clearly she has this big wide mouth, and a lot of teeth, and there's a sort of slackness about her jaw -- which is what women porn stars develop when they learn how to relax their jaw muscles to perform great oral sex. I think that Paula Jones was at every stage a walking, talking advertisement for oral sex! So I was stunned when I first saw the pictures of Monica Lewinsky on every TV program -- the big wide smile, the nicely relaxed lips with all those teeth -- and I thought, Oh my God, here we go again!"?
¿No es ingenuo el atentado que se pretendió operar sobre Fidel Castro y que ahora se conoce gracias a que se desclasificaron archivos secretos de la CIA? Se procuró mediante una lapicera rociada de un producto químico lograr que se le cayera la barba, atributo en el que se hacía residir su carisma.
Si recordamos el corte de la coleta de los soldados patricios por parte de Belgrano o la exigencia del cabello corto por parte de Pasarella como director técnico de la selección, si recordamos que Tarzán el hombre mono era inexplicablemente lampiño o imberbe ¿podemos asegurar que esas bagatelas y minucias del look no siguen funcionándonos crucialmente como indicadores de status, modalidades de guiño interpersonal, entes de contacto y señaléticas de éticas?
Por eso, advirtamos el rasgo humanitario del presidio presidido por José Ingenieros, en el que los convictos eran autorizados a usar bigote: [18]
En 1907, Figueroa Alcorta nombró a José Ingenieros director del recientemente creado Instituto de Criminología, que funcionaba en la prisión. Construida conforme al modelo panóptico de Bentham, con largos pabellones de dos pisos que confluían en una garita central desde donde el guardia podía observar las celdas, era un edificio de 22.000 metros cuadrados, con aspecto de castillo medieval, que albergaba a alrededor de 900 reclusos bajo el control de 200 empleados.
Funcionaban 23 talleres (de imprenta, carpintería, herrería, sastrería, zapatería, talabartería, panadería, albañilería, plomería, pinturería, etc.) organizados como en la vida real, con maestros, oficiales y aprendices, que les daban la imagen de una gran fábrica. Estaban obligados a trabajar de ocho a diez horas y recibían un salario por su trabajo. También recibían beneficios de orden físico, moral e intelectual, como mayor frecuencia de visitas, posibilidad de usar bigote, hacer ejercicios físicos o no llevar número, y hasta la promesa de reducir la pena. Además, los internados recibían instrucción escolar y moral. El penal fue demolido en 1962, y en su predio se construyó la actual plaza Las Heras.
Bibliografía:
Adorno, Theodor, Horkheimer, Max Dialéctica de la Ilustración, 6º edición, Editorial Trotta, Madrid, 2003
Arendt, Hannah, EICHMANN EN JERUSALÉN. UN ESTUDIO SOBRE LA BANALIDAD DELMal Lumen, Barcelona, 1986
Borges, Jorge Luis, Sur, Buenos Aires, Año I, Nº 4, primavera de 1931
Cohen Leonard, “Flores para Hilter”, Visor, Barcelona, 1979
Ingenieros, José Criminología, Daniel Jorro Editor, Madrid, 1913
Ingenieros, José El hombre mediocre, Losada, Buenos Aires, 1961
Ingenieros, José Historia natural de las funciones psíquicas, Psicología Genética, volumen especial de los “Archivos de Psiquiatría y Criminología” (Buenos Aires, 1911)
Ingenieros, José, La simulación en la lucha por la vida, Talleres Gráficos Shenone Hermanos&Linari, Pasco 735, Buenos Aires, 1920
Ingenieros, José, Principios de Psicología, Losada, Buenos Aires, Sexta Edición, 1919
Ingenieros, José Tratado del amor, texto ordenado por Aníbal Ponce, Ramón J. Roggero y Cía, Buenos Aires, 1950
Onfray, Michel, El sueño de Eichmann, precedido de Un kantiano entre los nazis, Gedisa, Madrid, 2009
Rossi, Lucía, Psicología: Su inscripción universitaria como profesión, Una historia de discursos y de prácticas, Eudeba, Buenos Aires, 1998
Sagan, Carl; Los dragones del Edén Especulaciones sobre la evolución de la inteligencia humana, Grijalbo, Madrid, 1978
Salessi, Jorge, Médicos, maleantes y maricas, Higiene, criminología y homosexualidad en la construcción de la nación argentina (1871-1914), Beatriz Viterbo, Buenos Aires, 2000
Savater, Fernando Las preguntas de la vida, Ariel, Barcelona, 2001
Tobal García, Carolina, Revista Argentina de Educación Maternal “LA MUJER Y EL NIÑO” dirigida por Josefina Marpons (Buenos Aires, 1935)
Twain Mark, Cartas de la Tierra, Galerna, Buenos Aires, 1977
[1] En el número 4 de la primer Revista Argentina de Educación Maternal “LA MUJER Y EL NIÑO” dirigida por Josefina Marpons (Buenos Aires, 1935)
[2] Psicología: Su inscripción universitaria como profesión, Una historia de discursos y de prácticas,
Eudeba, Buenos Aires, 1998
[3] en Historia natural de las funciones psíquicas, Psicología Genética, volumen especial de los “Archivos de Psiquiatría y Criminología” (Buenos Aires, 1911)
[4] como lo hace Jorge Salessi en el capítulo II, La simulación de José Ingenieros, de su ensayo Médicos, maleantes y maricas, Higiene, criminología y homosexualidad en la construcción de la nación argentina (1871-1914), Beatriz Viterbo, Buenos Aires, 2000
[5] “Niso y Euríalo eran gays” puede oírse en una conferencia acerca de Virgilio a cargo de Susana Braund en relación al libro IX, verso 176 de La Eneida {Stanford on itunes}: resulta tan incongruente oír esto como si se dijera que Ricardo Alfonsín es jacobino. Dicho sea de paso: Ricardo Alfonsín confirma en cierto sentido las teorías genéticas y desde la perspectiva genetista además nos sitúa en antes de la invariante conservadora de objeto permanente (porque esperamos encontrar la personalidad del ex presidente allí donde la vimos por última vez: ¡en su cara!).
En la Antigüedad Grecolatina no existía el rótulo de “homosexual” como en la actualidad. Borges escribe en “Nuestras imposibilidades” (Sur, Buenos Aires, Año I, Nº 4, primavera de 1931): “Añadiré otro ejemplo curioso: el de la sodomía. En todos los países de la tierra, una indivisible reprobación recae sobre los dos ejecutores del inimaginable contacto. Abominación hicieron los dos; su sangre sobre ellos, dice el Levítico. No así entre el malevaje de Buenos Aires, que reclama una especie de veneración para el agente activo-porque lo embromó al compañero. Entrego esa dialéctica fecal a los apologistas de la viveza, del alacraneo y de la cachada, que tanto infierno encubren”.
Para los romanos quien incurría en una práctica sexual homoerótica no quedaba rotulado como “homosexual” con la misma lógica con la que a quien delinque se le define su identidad como “delincuente”. José Ingenieros, ávido lector hasta el plagio de Bernard Shaw, coincidía en que malformaciones genéticas (por ejemplo una especie de gigantismo) producían este “desvío” en Oscar Wilde {G.B.S“Mis recuerdos de Oscar Wilde”, en Harris, Frank, Vida de Oscar Wilde, Austral, Buenos Aires, 1964}. Contra las biopolíticas la militancia gaylésbica adoptó la estrategia de definir la orientación como una “elección” sexual. A su vez podemos preguntarnos por la pertinencia de dicha postura: en el determinista Freud una elección de objeto es inconciente, vale decir: no es una elección, sino algo que se le impone al sujeto desde su interioridad. ¿O podrían elegir los bebés otro objeto de deseo que no sean sus madres?.
José Ingenieros en su póstumo “Tratado del amor” se ocupa de la lógica del deseo y dice a lo largo de una atrabiliaria filípica en la que fustiga contra el matrimonio: “Si a una mujer o a un hombre que deseara comer una manzana le impusieran como condición comer exclusivamente manzanas hasta la muerte, no aceptaría hipotecar de esa manera su porvenir”. Esto va en la línea de no circunscribir las categorizaciones a un acto, no clasificar a una persona por así decirlo como “manzanafágica”. Lo cual en los términos de Piaget sería propio de la época de las “colecciones no figurales” en las que no se sabría responder a la pregunta ¿qué hay más, amapolas o flores?{ejemplo de Crónica TV: Mueren tres personas y un boliviano} Tal vez el ejemplo de las amapolas sea un error por parte de Piaget, dado que su estilística resulta opiácea y además, dado que las sustancia denominadas “opiáceas” exceden largamente al producto de la amapola, por lo que estaríamos ante un elemento singular que cataloga figuradamente una colección. Pero ¿podemos asimilar el José Ingenieros severo vigilante de la ley al José Ingenieros que escribe “en esos temperamentos de coerción social exalta el amor y engendra las pasiones, que son siempre una lucha desesperada contra los convencionalismos de la domesticidad”?.
Leamos la siguiente cita para advertir que el mismo José Ingenieros que en su criminalística clausuraba toda posibilidad de regeneración como consecuencia de la presión social exterior, postula aquí la construcción social de la ignominia: La deshonra por infidelidad del cónyuge es un sentimiento de humillación análogo al de ser víctima de un robo. La sanción social del ridículo ya existía cuando era costumbre que el marido vendiera, alquilara o prestara sus esposas; se compadecía al cornudo como a un pobre diablo que dejaba escapar de su chacra un caballo o una gallina. Además, la infidelidad de la mujer demostraba falta de respeto a su amo; por eso el cornudo era considerado un hombre poco respetable. En realidad poco hombres se afligirían de ser cornudos, si no mediara la sanción del ridículo; contados son los que se ofenderían de serlo si absolutamente no se supiera. Ello no puede sorprender si se piensa que muchos son felices aunque se sepa y bastantes viven de sus preciosos ornamentos.
Esta negación del costado biológico del padecimiento de una víctima de adulterio si fuera formulada hoy podría llevar a que siguiendo el lema de Didier Eribion de transmutar la vergüenza en jactancia se hable de la cornamenta como elección sexual o se proponga la Marcha del Orgullo Cornudo
, siquiera como exhibicionista fase política necesaria hasta lograr la desestigmatización.
En la siguiente cita de Ingenieros vemos nuevamente su vuelco tardío hacia una concepción cultural de lo ilícito y hasta un llamamiento a la transgresión: “Las mujeres casadas tienen con frecuencia una abnegación de esclavas que las lleva a guardar fidelidad a sus maridos infieles; tan rigurosa es para ellas la sanción social, que viven intimidadas, con el consuelo de llamar virtud a su terror. Son muchas, con todo, las que logran amar fuera del matrimonio y evitar que se sepa, lo que les resulta menos difícil de lo que suponían, cuando se deciden a probarlo”
[6] Ingenieros José, El hombre mediocre, Losada, Buenos Aires, 1961
[7] citado por derechopenalonline: http://www.derechopenalonline.com/derecho.php?id=15,261,0,0,1,0
[8] En 1910 Mark Twain redactó una parodia a “El paraíso perdido” intitulada “Cartas de la Tierra” (Galerna, Buenos Aires, 1977) donde aparecen ideas muy similares a las de Ingenieros en lo que hace al carácter congénito y las conductas estereotipadas de los hombres-cabra y los hombres-tortuga. Podríamos recordar que en “Historia de la estupidez humana” de Paul Tabori se citan casos de juicios penales a animales, que en Martín García se fusiló a una yegua acusada del delito de “traición” por servir a unos presidiarios a fugarse y que recientemente en Alemania se falló a favor de dos esponsales recién divorciados la división de un bien particularmente disputado: un gato, al que se condenó a pasar tres días en casa de la mujer y cuatro en casa del hombre. La extensa cita de Twain merece la pena, sin embargo, por comulgar con Ingenieros en la sugerencia de leyes diferenciales y por esbozar una importancia de lo sexual que parecería anticipar a Freud:
“Tomemos dos extremos de temperamento: la cabra y la tortuga. Ninguna de esas dos criaturas hace su propio temperamento, sino que nace con él, como el hombre y como el hombre, no puede cambiarlo. El temperamento es la Ley de Dios escrita en el corazón de cada ser por la propia mano de Dios, y debe ser obedecido, y lo será a pesar de todos los estatutos que lo restrinjan o prohiban, emanen de donde emanaren.
Muy bien, la lascivia es el rasgo dominante del temperamento de la cabra, la Ley de Dios para su corazón, y debe obedecerla y la obedece todo el día durante la época de celo, sin detenerse para comer o beber. Si la Biblia ordenara a la cabra: “No fornicarás, no cometerás adulterio”, hasta el hombre, ese estúpido hombre, reconocería la tontería de la prohibición, y reconocería que la cabra no debe ser castigada por obedecer la Ley de su Hacedor. Sin embargo cree que es apropiado y justo que el hombre sea colocado bajo la prohibición. Todos los hombres. Todos de igual modo. A juzgar por las apariencias esto es estúpido, porque, por temperamento, que es la verdadera Ley de Dios, muchos hombres son cabras y no pueden evitar cometer adulterio cuando tienen oportunidad; mientras que hay gran número de hombres que, por temperamento, pueden mantener su pureza y dejan pasar la oportunidad si la mujer no tiene atractivos. Pero la Biblia no permite el adulterio en absoluto, pueda o no evitarlo la persona. No acepta distinción entre la cabra y la tortuga, la excitable cabra, la cabra pasional que debe cometer adulterio todos los días o languidecer y morir; y la tortuga, esa puritana tranquila que se da el gusto solo una vez cada dos años y que se queda dormida mientras lo hace y no se despierta en sesenta días. Ninguna señora cabra está libre de violencia ni siquiera en el día sagrado, su hay un señor macho cabrío en tres millas a la redonda y el único obstáculo es una cerca de cinco metros de alto, mientras que ni el señor ni la señora tortuga tienen nunca el apetito suficiente de los solemnes placeres de fornicar para estar dispuestos a romper el descanso por ellos. Ahora, según el curioso razonamiento del hombre, la cabra gana su castigo y la tortuga encomio. (…) Durante veintitrés días de cada mes (no habiendo embarazo) desde el momento en que la mujer tiene siete años hasta que muere de vieja, está lista para la acción y es competente. Tan competente como el candelero para recibir la vela. Competente todos los días, competente todas las noches. Además quiere la vela, la desea, la ansía, suspira por ella, como lo ordena la Ley de Dios en su corazón. Pero la competencia del hombre es breve (…) Después de los cincuenta su acción es de baja calidad, los intervalos son amplios y la satisfacción no tiene gran valor para ninguna de las partes; mientras que su bisabuela está como nueva. Nada le pasa a ella. El candelero está tan firme como siempre, mientras que la vela se va ablandando y debilitando por las tormentas de la edad, a medida que pasan los años, hasta que por fin no puede pararse y debe pasar a reposo con la esperanza de una feliz resurrección que no ha de llegar jamás
[9] Tomado de El origen del hombre, epígrafe de “Los dragones del Edén” de Carl Sagan Especulaciones sobre la evolución de la inteligencia humana, Grijalbo, Madrid, 1978
[10] Ingenieros, José, Principios de Psicología, Losada, Buenos Aires, Sexta Edición, 1919
[11] En “Aplicaciones y ventajas”, página 207 de Ingenieros, José, “Criminología”, Daniel Jorro Editor, Madrid, 1913 se aclara:
El criterio que va penetrando en todo el Derecho Penal en formación, y en todos los regímenes penitenciarios, se aparta de esa preocupación por la responsabilidad penal para atender a la defensa social adaptada a la temibilidad de los delincuentes. Esta nueva situación de hecho, contribuirá a disipar las preocupaciones jurídicas que impedían un estudio integral de la psicología criminal, al substraerle los autores de delitos que presentaban perturbaciones intelectuales.
[12] Las preguntas de la vida, Ariel, Barcelona, 2001
[13] No hay alusión a animales en José Ingenieros que no sea peyorativa: incluso para la metáfora aquí empleada los “tentáculos” son “nefastos”. El comienzo de La simulación en la lucha por la vida nos muestra un copo algodonoso moviéndose que resulta ser un gusano, comparación que no presupone un título de gloria para el comparando: “Entre el gusano disimulador de su cuerpo bajo un copo de algodón y el delincuente disimulador de su responsabilidad jurídica tras una enfermedad mental, debía lógicamente existir un vínculo: ambos disfrazábanse para defenderse de sus enemigos, siendo la simulación un recurso defensivo en la lucha por la vida”. Para reencontrarnos con la diferencia entre cómo veía Darwin a los animales y cómo los veía Ingenieros, bastará con recordar la última obra del naturalista, que data de 1881, The Formation of Vegetable Mould, Through the Actions of Worms, With Observations on Their Habits: demuestra que el número de lombrices y su velocidad de trabajo justifica el atribuirles el arado subterráneo que potabilizó la tierra en todo el globo, permitiendo el crecimiento del mantillo vegetal que oxigenaría el planeta haciendo posible el surgimiento de las formas de vida superior terrestre: “Puede dudarse de que existan otros muchos animales que hayan desempeñado un papel tan importante en la historia del mundo como el de estos animales humildemente organizados”.
Es interesante que Darwin se refiera a la organización más o menos humilde de un organismo a expensas de considerar su tamaño. Hoy sabemos que Paul Broca, el craneólogo, se equivocaba al ponderar el peso del cerebro de Couvier; hoy sabemos que Einstein poseía un cerebro incluso más pequeño de lo normal y que en la cantidad de conexiones neuronales reside el aspecto antropométricamente operativizable de la inteligencia. Esto no rige aún para el acervo popular: nadie dice en lugar de “no le llega agua al tanque”, “tiene en el tanque demasiado separada la estructura molecular del hidrógeno y el oxígeno”. Tampoco se habla de tener poca cohesión en la argamasa dulce de la caramelera. El síndrome de Down es un cromosoma de más: el saber popular expresa “juega con varios jugadores menos”. Se oye decir, por ejemplo: “Fulana tiene la cabeza muy abierta” . La explicación del chiste del gallego que indignado al oír que el ser humano utiliza solamente un cuarto de su cerebro se pregunta ¿y el otro cuarto qué? no se fundamentaría sobre la base de que es incapaz de sumar correctamente fracciones, sino en que tendría una refutatoria autoconciencia de poseer solo medio cerebro.
Para el saber popular rige todavía otra no dilucidada antropometría fisicalista: la del tamaño de otra parte del cuerpo, la que le permite decir a Woody Allen “el cerebro es mi segundo órgano favorito”. Solo combinando los trabajos de Freud “Las teorías sexuales infantiles” y “El sepultamiento del complejo de Edipo” podríamos conjeturar que la envidia de pene comienza siendo no ontológica, sino cuantitativa, dado que las niñas suponen que el clítoris ya les crecerá.
Cabe agregar que Freud, si bien discriminó genitalidad de sexualidad, fue tachado de pansexualista en el sentido de pangenitalista al atribuir a toda forma puntiaguda en los sueños una inequívoca simbología fálica: Ingenieros, con su paradigma delicuescente soñaba con poder leer en un rostro las hereditarias marcas de la delincuencia, Freud haciendo eje en las pulsiones sexuales como motoras de toda sensomotricidad, soñaba con una piedra de Rosetta que retradujera con idéntica universalidad al respetable caballo que burló la censura preconciente. Así la expresión “mi reino por un caballo” cobraría un significado falocéntrico.
El crítico literario Harold Bloom en un reportaje de la revista Paris Review, refuerza, skinneriano, el concepto que expresara en el prólogo a “El canon occidental” respecto de la raigambre shakespeareana de Freud llegando a afirmar que Shakespeare vuelve a Freud innecesario. Ingenieros, para definir la noción de “simulación” y diferenciarla de la de “imitación” de Gabriel Tarde, escribe: “El actor dramático que desempeña en la escena un papel de homicida-Otelo, pongamos por caso-no imita a Otelo, pues ello significará dar muerte a la actriz que hace de Desdémona; el actor simula matar". Cabe puntuar en este recorrido a) que Otelo es una representación social construída en su época de “moro” con rasgos llamativamente africanos: una demostración de la erección lingüística de las etnias desdeñables y b) que en la obra el celoso personaje sin “desdemonizar” a Desdémona exige a Iago “ocular proof”, que es precisamente lo que le exige a la criminalidad Ingenieros.
Shakespeare, según sus biógrafos, inició su carrera precisamente con una carrera, teniendo que correr para salvar su vida desde Stratford a Londres porque había osado burlarse con su facilidad para la aliteración de la hija del granjero contiguo llamada Lucía, a la que apodó “piojosa” (lousy Lucy). De modo que la materia verbal de una humilde liendre sería la responsable de la redacción de “El rey Lear”, obra en la que se pregunta “¿un ratón puede vivir pero Cordelia está muerta?. Leamos la cita de Bloom, que nos revela una concepción redimible de la criminalística, mediante el insight al que se llega por la palabra:
Edmund es el villano más notable en todo Shakespeare, un manipulador tan fuerte que hace que en contraste Yago parezca menor. Edmund es una conciencia sardónica y sofisticada que puede envolver a todos los demás que están en escena en King Lear . Es tan sucio que hacen falta Goneril y Regan juntos para enfrentarlo...Ha sido herido de muerte por su hermano; está allí tendido en el campo de batalla. Le avisan que Goneril y Regan están muertos: uno mató al otro y después se suicidó, todo por él. Edmund reflexiona en voz alta y dice, extraordinariamente (todo en cuatro palabras): "Entonces Edmund era amado". Uno lee con sobresalto esas cuatro palabras. Y en cuanto las dice, Edmund empieza a reflexionar en voz alta: qué significa que, aunque los dos eran monstruos de las profundidades, ambos me hayan amado tanto que uno de ellos mató al otro y se mató después. Razona en voz alta. Dice: "Uno emponzoñó al otro por mí/Y después se apuñaló". Y de pronto agrega: "Anhelo la vida", y después, sorprendentemente, agrega: "Algún bien quiero hacer / a pesar de mi propia naturaleza" y de pronto barbotea, después de haber dado la orden de que mataran a Lear y a Cordelia que no lo hagan: "Avisad a tiempo " Pero no llegan a tiempo. Cordelia ha sido asesinada. Y después Edmund muere. Pero su cambio es sorprendente. Se produce cuando se escucha decir, verdaderamente atónito: "Entonces Edmund era amado", y a partir de allí empieza a cavilar. Si no hubiera pronunciado esas palabras, no habría cambiado. No hay nada como eso en la literatura antes de Shakespeare. Eso vuelve a Freud innecesario.
Walter Benjamín en La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica deploró que las reproducciones copiosas nos depriven de una mística unicidad irrepetible: si su campo hubiera sido la biología, seguramente habría deplorado que la ameba se autoclone y postularía la ausencia de un aura que sí tendría el motochorro que acecha en una salidera. Sarmiento, en cambio, artífice de numerosos cambios, ignoraba la mutabilidad potencial de las especies y para dar a entender que Rosas era un incorregible y eterno animal convirtió a la que fuera su Residencia Presidencial, su Quinta, en sede del Jardín Zoológico. Irónicamente en 1833 en dicho ambiente se había registrado la entrevista entre el “Restaurador de las Leyes” y cierto joven seminarista que necesitaba permiso por carecer de visado para esperar en Buenos Aires al vapor, oriundo de Montevideo, que lo conduciría al Beagle…
[14] Ingenieros, José, La simulación en la lucha por la vida, Talleres Gráficos Shenone Hermanos&Linari, Pasco 735, Buenos Aires, 1920
[15] Peter Bruckner y Alain Finkielkraut establecen en su ensayo La ingratitud una diferente diferencia entre los animales y los humanos: un gato, explican, siempre reconocerá a otro gato, mientras que a la humanidad no siempre parece resultarle sencillo reconocer a un semejante como parte de la misma especie {como diría el “Pipita” Higuaín de él mismo y sus hermanos en relación a cómo jugaba su padre al fútbol, el hecho de que descendemos de un mismo tronco}. En “Pedro el Desgreñado”, libro un de pedagogía popular alemana contemporáneo a Ingenieros (Struwwelpeter: http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/a/a4/H_Hoffmann_Struwwel_09.jpg ), se enseña a los niños a no burlarse de los negros en virtud de que a ellos tampoco les agradaría ser negros y los negros no tienen la culpa de haber nacido así ¿qué más quisieran que ser blancos? El castigo consiste en la aparición del mago Merlín con un gigantesco frasco de tinta china que los convertirá por un día en negros.
Podríamos discriminar el recorte de las discriminaciones en nuestro recorrido entre identidades congénitamente “dignas de ser linchadas” e identidades “linchables” en razón de determinada conducta.
John Watson homologaba al ser humano con los animales en aras de convertir la psicología en ciencia dura pero negando toda conducta hereditaria: en su noción de mente como caja negra podemos ver la huella heredada de la noción de tabula rasa del empirista "nato" David Hume, que negó no solo la herencia, sino la causa (si bien la reemplazó por la “sucesión”, palabra cuya mala inteligencia podría, a nuestro juicio, confundirse con cierta índole de herencia: el juicio por sucesión). Mediante condicionamientos descubrió que los niños no poseen un temor innato a ciertos animales: no probó introducir en el gabinete del laboratorio para ver si los chicos se asustaban a personas de color, pero las conclusiones las sacaría mucho más recientemente un tocayo suyo: uno de los Premio Nobel por descubrir la doble hélice de ADN, James Watson, sorprendió a la comunidad científica mundial al declarar en octubre de 2007 que los negros son menos inteligentes que los blancos, pese a nuestro anhelo de igualdad a priori: http://www.timesonline.co.uk/tol/news/uk/article2677098.ece [16] Cohen Leonard, “Flores para Hilter”, Visor, Barcelona, 1979
[17] Ingenieros, José, Tratado del amor, texto ordenado por Aníbal Ponce, Ramón J. Roggero y Cía, Buenos Aires, 1950
[18] Citado en “La Nación”, “De 1910 a 2010”: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1257550
Dar comienzo con esta cita a este trabajo que se propone investigar conceptualmente el marco histórico en el que se inserta la postura psicológica preconizada por José Ingenieros podría parecer perfectamente paralógico, casi retardado. Sin embargo, si el espíritu que anima a estas líneas es ampliar el foco del campo visual específico de una disciplina, como es en este caso la psicología a la que todavía llamaremos “preprofesional” por referirnos a una etapa anterior a la institucionalización de la carrera universitaria, procurar una correlación entre el contexto sociopolítico y las tendencias en la orientación científica puede ilustrarse con la suprascrita cita: Mussolini es empleado como símbolo algo inesperado en unos consejos consagrados a las madres de niños con deficiencias mentales. Como explica Lucía A. Rossi en la introducción al capítulo 4 Genealogía de tradiciones conceptuales en psicología, su valoración en el marco político, social e institucional y su impacto en la conformación de la identidad profesional [2]: “En correspondencia con los períodos de democracia ampliada y restringida, las valoraciones sociales que dan fondo a lo conceptual otorgan presencia institucional e inciden indirectamente, a largo plazo, en el perfil profesional” (…) En esta dirección, la psicología de clara inspiración biológica-con enfoques objetivos y positivos-resulta funcional a la política de Estado, en tanto sus precisos diagnósticos detectan los déficit que impiden la integración laboral, permitiendo una certera derivación institucional. A esto apuntan los enfoques patológico-clínicos de la escuela francesa {Escuela que con P. Janet, Charcot y G. Dumas admiten un inconciente fisiológico e instintual propuesto por Theodule Ribot} y los genético-funcionales en criminología, de José Ingenieros {Desplazan la propuesta inaugural de Félix Krueger (discípulo de Wilhelm Wundt), de carácter estructural, en 1906}.
El propio José ingenieros declara[3]: “Cada época ha tenido cierta experiencia actual que ha sido el fundamento necesario de su ciencia posible; un sabio no puede formular hipótesis legítimas apartándose de ella, fuera de límites relativamente reducidos (…)Aristóteles o Bacon no podrían concebir sus sistemas en una tribu salvaje”.
Advertimos cuán reñido está el punto de vista de Ingenieros con lo que declara el programa de nuestra materia bajo el apartado Aportes de la asignatura a la formación profesional: “Promover el respeto por la diversidad, la pluralidad de enfoques, la comprensión de lógicas diferentes en sus fundamentos y argumentaciones”.
Sin embargo implicaría una improcedente descontextualización condenar [4]desde nuestros valores alcanzados sobre los hombros de los errores de generaciones pasadas aquellos racismos por así decirlo “bienintencionados” de los filántropos que pretendían valerse de teorías que hoy sabemos ingenuas. El propio Aristóteles debería ser despreciado por esclavista y el propio Shakespeare con su Shylock por antisemita, si se lo aísla del marco histórico que sustentó su cosmovisión.
{en “La simulación en la lucha por la vida” Ingenieros había declarado: El antisemitismo es otro fenómeno curioso de simulación en la lucha de razas; como el tiempo demostró, el pretendido antisemitismo francés fue una máscara de la reacción cléricomilitar, que en Francia se disfrazaba con la indumentaria de una guerra al judaísmo para arrastrar en ese engaño a las masas populares, explotando el sentimiento de odio al rico. Bien se dijo, de esa simulación adaptada a la lucha de las razas, que era el “socialismo de los imbéciles”}
El error que nos permite reírnos hoy de la ingenuidad de operarle las orejas al “petiso orejudo”
El ejercicio de la función “biofilástica” del derecho penal tal como lo entendía Ingenieros puede resultarnos fachista, así como la existencia de leprosarios para enfermos de HIV en Cuba, pero correspondieron a la mente de un moralista que obedecía a un ideal. Y como se dice al comienzo de la obra más reeditada y popular de José Ingenieros,[6]: “Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un Ideal”
El resorte misterioso de un ideal es lo que hace decir a Ingenieros[7]: Son los parásitos de la escoria social, los fronterizos del delito, los comensales del vicio y la deshonra, los tristes que se mueven acicateados por sentimientos anormales: espíritus que sobrellevan la fatalidad de herencias enfermizas o sufren la carcoma inexorable de las miserias ambientales“, “Los hombres de razas de color no deberán ser, política y jurídicamente, nuestros iguales; son ineptos para el ejercicio de la capacidad civil y no deberían considerarse personas en el concepto jurídico“, “Cuanto se haga en pro de las razas inferiores es anticientífico; a lo sumo se los podría proteger para que se extingan agradablemente, facilitando la adaptación provisional de los que por excepción puedan hacerlo. Es necesario ser piadoso con estas piltrafas de carne humana; conviene tratarlos bien, por lo menos como a las tortugas seculares del jardín zoológico de Londres o a los avestruces adiestradas que pasean en el de Amberes”. [8]
La animalización que también aparece en Sarmiento contra Francisco Aldao y contra Facundo {cuyos rasgos de pilosidad salvaje son descabelladamente desopilantes} opera peyorativamente, siendo que su admirado Darwin declara que prefiere parecerse a un simpático mono, que a un barbárico originario de Tierra del Fuego[9]:
Jamás olvidaré la sensación de pasmo que me invadió al contemplar por vez primera a un grupo de fueguinos en una bravía y desolada zona costera, porque en seguida me vino a la mente la semejanza de nuestros antecesores con aquellos salvajes. Iban completamente desnudos, la piel pintarrajeada, el largo cabello enmarañado, y echaban espumarajos por la boca a causa de la turbación que experimentaban. Su semblante, sobresaltado y receloso, tenía expresión de ferocidad. No conocían arte ni oficio alguno y, cual alimañas, vivían de lo que cazaban. No poseían organización social y se mostraban implacables para con todos los que no pertenecieran a su reducida tribu. Quien haya visto a un salvaje en su entorno natural no sentirá excesivo rubor si se ve obligado a reconocer que por sus venas fluye la sangre de criaturas de un orden mas bajo. En lo que a mí concierne, prefiero descender del heroico monito que se plantó ante su más temido enemigo para salvar la vida de su cuidador o del viejo babuino que descendió de la montaña y arrebató triunfalmente a un camarada más joven de los dientes de una sorprendida jauría, que de un salvaje que halla placer en torturar a sus enemigos, que ofrece sacrificios sangrientos, comete infanticidios sin el menor escrúpulo, trata a sus mujeres como esclavas, no conoce el decoro y es víctima de las más necias supersticiones.
José Ingenieros peca de más papista que el Papa, al criticarle a Darwin vestigios de cartesianismo en “La pretendida antinomia del instinto y la inteligencia”[10]: Darwin es mucho más explícito que Lamarck: la filogenia orgánica y la filogenia mental corren parejas en los capítulos III y IV de Descent of Man dedicados a establecer la comparación entre los animales inferiores y superiores. Pero al penetrar en los dominios de la psicología, sin que ésta poseyera una terminología propia, tomó del cartesianismo los dos vocablos antitéticos y con ellos introdujo la confusión que aún reina en la psicología comparada
Nos interesa el punto de vista psicológico del Instituto de Criminología dirigido por Ingenieros, pero debemos relevar su cara jurídica que suscribía a la Escuela Positivista de Cesare Lombroso, cuyos representantes también fueron Garófalo y Ferri: así como el pecado original se hereda seminalmente, la personalidad del delincuente está genéticamente determinada y es visible en rasgos fisionómicos, frenológicos y gestuales. Por lo tanto no se lo debe condenar por una intención que no puede sino tener, sino aislar como a un perro rabioso en virtud de que es dañino para el medio en el que se halla inserto. [11]
Este paradigma de la jurisprudencia oblitera el concepto hegeliano de tener derecho a un castigo entendido como el privilegio de siquiera serle a uno atribuida la conciencia moral. La idea de que un delincuente es inimputable porque pertenece a una estirpe sanguíneamente criminal puede resultarnos risible, pero nuestro actual sentido de la justicia merecerá probablemente carcajadas mayores en generaciones venideras si es que, para empezar, no se nos tacha de positivistas por anhelar una mejoría razonable para el porvenir. En rigor, argumentar que la manera de pensar de Ingenieros es positivista y que por eso mismo está perimida y es obsoleta, ya no se sostiene, no es otra cosa que un argumento positivista que parece adscribir a la idea de progreso indefinido (¿se habría superado la idea de progreso indefinido gracias al mero paso del tiempo?)
{para Darwin la risa es filogenéticamente anterior al llanto, solo los primates superiores de evolución más tardía lloran ¿reír será entonces antipositivista?}.
Dado que la actual posmodernidad presupone una caída de las certezas y un bregar en pos de la tolerancia hacia culturas diferentes, el dilema de si condenar o no desde nuestros instrumentos penales etnocéntricos a un aborigen amazónico que mata ritualmente a su primogénito, no nos permitiría sentirnos tan lejos de esta suspensión de la atribución de conciencia moral para casos excepcionales.
Fernando Savater en La libertad en acción [12]comenta que suele plantear a sus alumnos de ética un interrogante. Una mujer tiene que ir a recibir al aeropuerto a su amante y para ello tiene que atravesar un bosque donde acecha un asesino: le pide a su marido que la acompañe, pero éste se rehusa. La mujer va sola, atraviesa el bosque y es asesinada ¿de quién es la culpa?.
La mayoría de alumnas culpa al marido, una minoría al amante y los varones a la mujer. La sola etiquetación de “un asesino” parece naturalizar al sujeto homicida en el relato, liberándolo de volición y culpa.
Y tampoco podríamos considerarnos a salvo en plena era del homo videns de las tendencias a leer como señales universales y no códigos culturalmente construídos a los rasgos de un rostro, sus ademanes y la cartografía de los cuerpos. Piaget analiza, en los niños que atraviesan el período preoperatorio, el artificialismo: suponer, por ejemplo, que el pecho materno fue creado por la mano del hombre: en la actualidad gracias a los implantes, todos perteneceríamos a dicho período, en la contemplación postoperatoria de una cirugía estética. En Part and Parcel in Animal and Human Societies, in Studies in animal and human behavior, vol. 2. pp. 115-195. Cambridge, Mass.: Harvard UP, 1971 (originally pub. 1950), el etólogo Konrad Lorenz habla de la “pedomorphosis” para referirse a proporciones que nos proporcionan sensación de ternura: una cabeza relativamente grande, predominio de la cápsula cerebral, ojos grandes y de disposición baja, región de las mejillas prominente, extremidades cortas y gruesas, una consistencia elástica y neumática, y movimientos torpes
“Ricardo III” es un típico ejemplo del facilismo intelectual de asociar maldad a fealdad o deformidad, acaso “heredado” de la platónica asimilación de lo bueno a lo bello. Pero si tuviéramos que citar una pieza dramatúrgica para ilustrar las sutiles divergencias en estas caracterizaciones, sería el capítulo del “Superagente 86” en el que aparece un personaje llamado “Simon the likeable”: un villano, un agente de Caos que en razón de una apariencia probablemente paidomórfica sucita en quienes lo contemplen la inmediata aceptación y simpatía. ¿En qué consiste la diferencia entre “Simón el agradable” y “Ricardo III”? En el caso del villano shakespeariano la repulsiva apariencia es un espejo de un alma ruin, una evidencia visual que a todas luces pone en evidencia lo tenebroso y oscuro de su espíritu. En cambio, Simón que posee una personalidad criminal, goza de un aspecto primoroso. Este pasaje de la bruja abominable y hedionda a la pérfida preciosa de un culebrón podría computarse como un salto cognitivo hacia una mayor complejidad por parte de los guionistas, si no fuera que el genio de Shakespeare da una explicación elaborada del resentimiento de “Ricardo III”, a saber, la exclusión a la que lo relega la mirada de los otros que le constituye la identidad. Sin embeberse de la dimensión cultural, Simon produce una respuesta automática e involuntaria en quienes interactúan con él que no pueden menos de querer ayudarlo y asistirlo (a robar un banco, por ejemplo). Vale decir que el personaje del Superagente 86 se inscribe dentro de la visión darwiniana que postula a la expresión no como perteneciente a la esfera exclusivamente humana del símbolo, sino como una conducta ancestralmente útil y cristalizada. Darwin es quien descorre el velo respecto de la historia de la génesis del homo sapiens, pero también quien oblitera con sus teorías el componente histórico de cada cultura: la macrohistoria antropológica cercena la historia sociopolítica cuyo contexto, escenario o paisaje modela significados, conductas e ideales.
Si se objeta que “Simon, el agradable” es un personaje ficticio sobre el cual difícilmente se pueda teorizar, debemos recordar que para Lacan nuestra percepción de la realidad tiene “estructura de ficción”, para el neurólogo Oliver Sacks la cordura se define en la actualidad como la posibilidad de dotarse a sí mismo de un relato coherente que explique la propia identidad (un “autonarrativismo”), que para Hayden White, autor de “Metahistory”, la historia en tanto que ciencia se entrama con figuras retóricas que en nada difieren de las que urden ficciones.
El propio José Ingenieros en su “primera página de su primer libro”, id est, su tesis presentada a la Facultad de Medicina escribe: “Convergiendo, pues, hacia la psicología individual por el camino de la psicopatología, y hacia la sociología por el estudio de los fenómenos de patología social, penetramos en los dominios de la locura y el delito (…) en su visión sintética de las degeneraciones humanas, entrelazan sus tentáculos nefastos, engendrando ese personaje magistralmente burilado por Shakespeare en su Hamlet: el alienado criminal”. [13]
Y no conforme con judicializar a Hamlet, medicaliza al malade imaginaire de Moliere: “Las peripecias de Argan-a quien hoy no consideraríamos un “enfermo imaginario”, sino un caso de neurastenia gastrointestinal[14] (…)”
Hoy en día puede resultarnos fácil el discurso condenatorio (gracias al vehículo del lenguaje) para con la inclinación a “subirse a un colectivo”, en el sentido de incurrir en un preconcepto y universalizar, digamos, la componente “punga” de todo hermano chileno.
Podemos estar tentados de decir que Lombroso era tanto o más racista que el personaje “Micky Vainilla” de Peter Capusotto, que abomina de todo “morocho” casi instintivamente. [15]Pero debemos tomar conciencia de nuestra necesidad intelectual de representación del mal: a Hannah Arendt la revista “Life” le encargó una nota acerca del juicio a Adolf Eichmann en Jerusalem, que terminaría rechazando por ser poco maniquea (por referir, verbigracia, conductas de rabinos colaboracionistas para “evitar un mal mayor”) y que terminaría convirtiéndose en un libro donde acuñó el concepto de “banalidad del mal”. Este concepto puede resumirse con un poema del cantante y novelista Leonard Cohen quien escribe antropométricamente[16]: “talla de Adolf Eichmann: normal; peso: normal; altura: normal ¿qué esperaban, garras y colmillos?”.
Más allá de ignorar Arendt un diario de Eichmann que se daría a conocer póstumamente en el que se declara cierto regocijo sádico (cosa que desvirtuó sus conceptualizaciones provocando la imputación de “banalización del mal”), la filósofa analiza el descargo que realiza el autor intelectual del gaseamiento de seis millones de seres humanos y lo reputa propio de un burócrata que reitera slogans vaciados de contenido.
Michel Onfray, más recientemente, reprocha al mismísimo Kant esta vacuidad administrativa, basándose en que la defensa de Eichmann declaró haber actuado siguiendo los principios del imperativo categórico.
Por su parte en su “Dialéctica de la Ilustración” Adorno y Horckheimer aseguran que la fría razón técnica, desapegada de valores tradicionales y de la emoción, el ideal del Iluminismo mismo propugnado por Voltaire y Diderot fue lo que hizo posible la espeluznante eficacia de los campos de exterminio nazis.
¿Cabe reírnos con suficiencia de José Ingenieros para quien el mal tenía por causa una malformación fisiológica tipificable, si nuestros más sofisticados y frondosos intelectuales optan por ubicar su razón de ser en la banalidad o en Kant o en la Enciclopedia?
Eichmann declaró que matar a una persona es un crimen, pero matar a seis millones ya es una anodina estadística, una inconcebible abstracción. Por eso para comprender la enormidad de los crímenes nazis el Washington Memorial Museum se vale de un personaje ficticio, un niño llamado Daniel cuya biografía inventada puede seguirse desde que es capturado y conducido en un tren. Necesitamos dicha pedagogía para que sea visible la atrocidad, necesitamos ver.
Irónicamente Adolf Eichmann que se escondía en la Argentina bajo el nombre de Richard Clement, trabajaba como operario en una empresa alemana y vivía en San Fernando fue descubierto y desenmascarado por un ciego que lo reconoció por su perfume y su voz y llamó a la Fundación Simon Wisenthal quien lo comunicó al Mossad. Se trataba de un superviviente cuya hija había agradado a Martin Eichmann, el hijo de Adolf, y que deseaba antes de formalizar un compromiso que los padres de los novios se conocieran.
La denominable “invisibilidad del mal” también puede pensarse desde la perspectiva posmoderna en la que una presunta impresión visual biológica y pura está precedida y condicionada por un relato: si se compara la imagen de Hitler con la de la mayoría de los judíos que vivían en Alemania, la noción de “raza aria” se desdibuja, las caracterizaciones verbales del hebreo avaro con nariz ganchuda y panza prominente pesaban más que la percepción ocular.
{Cabe recordar que en “Eros, generador”[17], José Ingenieros se pregunta “¿De dónde habrá venido este mito? El parentesco lingüístico de los pueblos arios ha sido corroborado por la mitología comparada”}
En el acervo popular para decir que algo es consistente, viene a cuento, es pertinente decimos que “tiene mucho que ver”. Transmitimos también con palabras el concepto de que “una imagen vale mil palabras”.
En tal sentido sí podría decirse que nuestra época procede con cuidados éticos al trasladar al campo de la nomenclatura las medidas correctivas contra la discriminación. Un preso tal vez vea en efecto modificado el estatuto liberticida de su cautiverio si lo llamamos “persona en situación de cárcel”
Pero si así fuera ¿por qué la inmortalidad del Dr. Down, descubridor del síndrome que interesaba a Tobar García, habría de cerrarnos como equivalente a una invectiva?¿por qué, si las palabras y no lo visible recortan la realidad, se insulta en el nombre de un filántropo como Croto, que favoreció a indigentes?
¿Por qué los más exquisitos pensadores franceses del lenguaje, que en su homenaje hay que llamar “discurso” nos hablan de bagaje, caja de herramientas, construcción, herramienta y demás metáforas del campo semántico de la sólida albañilería para dar cuenta de la opacidad tenue de la inconsútil evanescencia de la inasible red que presupone esta mediación de nuestra percepción?
Piaget observó que algunos niños que transitaban el estadio sensoriomotor situaban en la boca el órgano del pensamiento. En ese estadío, claro está, es lo que se puede decir de la boca de una irresistible actriz “una boca a la que solo le falta hablar”.
Podemos considerar ingenuo a Ingenieros pero en ese caso ¿cómo consideraremos a Camile Paglia, renombrada profesora de estética en universidades norteamericanas que en un reportaje de 1991 explicó el misterioso atractivo que ejerció Monica Lewinsky sobre el hombre más poderoso del mundo decodificando una boca como un indicio nada simbólico de un comportamiento?: One reason I believed the Paula Jones story right from the start was because of the allegation that he [Clinton] demanded oral sex from her. Based on my long study of pornographic pictures and videos, I can easily see why Paula Jones would instantly produce a fantasy of oral sex. People kept saying, very ignorantly, "Oh, she's not very attractive -- what would he have seen in her?" Well, I can see very clearly she has this big wide mouth, and a lot of teeth, and there's a sort of slackness about her jaw -- which is what women porn stars develop when they learn how to relax their jaw muscles to perform great oral sex. I think that Paula Jones was at every stage a walking, talking advertisement for oral sex! So I was stunned when I first saw the pictures of Monica Lewinsky on every TV program -- the big wide smile, the nicely relaxed lips with all those teeth -- and I thought, Oh my God, here we go again!"?
¿No es ingenuo el atentado que se pretendió operar sobre Fidel Castro y que ahora se conoce gracias a que se desclasificaron archivos secretos de la CIA? Se procuró mediante una lapicera rociada de un producto químico lograr que se le cayera la barba, atributo en el que se hacía residir su carisma.
Si recordamos el corte de la coleta de los soldados patricios por parte de Belgrano o la exigencia del cabello corto por parte de Pasarella como director técnico de la selección, si recordamos que Tarzán el hombre mono era inexplicablemente lampiño o imberbe ¿podemos asegurar que esas bagatelas y minucias del look no siguen funcionándonos crucialmente como indicadores de status, modalidades de guiño interpersonal, entes de contacto y señaléticas de éticas?
Por eso, advirtamos el rasgo humanitario del presidio presidido por José Ingenieros, en el que los convictos eran autorizados a usar bigote: [18]
En 1907, Figueroa Alcorta nombró a José Ingenieros director del recientemente creado Instituto de Criminología, que funcionaba en la prisión. Construida conforme al modelo panóptico de Bentham, con largos pabellones de dos pisos que confluían en una garita central desde donde el guardia podía observar las celdas, era un edificio de 22.000 metros cuadrados, con aspecto de castillo medieval, que albergaba a alrededor de 900 reclusos bajo el control de 200 empleados.
Funcionaban 23 talleres (de imprenta, carpintería, herrería, sastrería, zapatería, talabartería, panadería, albañilería, plomería, pinturería, etc.) organizados como en la vida real, con maestros, oficiales y aprendices, que les daban la imagen de una gran fábrica. Estaban obligados a trabajar de ocho a diez horas y recibían un salario por su trabajo. También recibían beneficios de orden físico, moral e intelectual, como mayor frecuencia de visitas, posibilidad de usar bigote, hacer ejercicios físicos o no llevar número, y hasta la promesa de reducir la pena. Además, los internados recibían instrucción escolar y moral. El penal fue demolido en 1962, y en su predio se construyó la actual plaza Las Heras.
Bibliografía:
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Salessi, Jorge, Médicos, maleantes y maricas, Higiene, criminología y homosexualidad en la construcción de la nación argentina (1871-1914), Beatriz Viterbo, Buenos Aires, 2000
Savater, Fernando Las preguntas de la vida, Ariel, Barcelona, 2001
Tobal García, Carolina, Revista Argentina de Educación Maternal “LA MUJER Y EL NIÑO” dirigida por Josefina Marpons (Buenos Aires, 1935)
Twain Mark, Cartas de la Tierra, Galerna, Buenos Aires, 1977
[1] En el número 4 de la primer Revista Argentina de Educación Maternal “LA MUJER Y EL NIÑO” dirigida por Josefina Marpons (Buenos Aires, 1935)
[2] Psicología: Su inscripción universitaria como profesión, Una historia de discursos y de prácticas,
Eudeba, Buenos Aires, 1998
[3] en Historia natural de las funciones psíquicas, Psicología Genética, volumen especial de los “Archivos de Psiquiatría y Criminología” (Buenos Aires, 1911)
[4] como lo hace Jorge Salessi en el capítulo II, La simulación de José Ingenieros, de su ensayo Médicos, maleantes y maricas, Higiene, criminología y homosexualidad en la construcción de la nación argentina (1871-1914), Beatriz Viterbo, Buenos Aires, 2000
[5] “Niso y Euríalo eran gays” puede oírse en una conferencia acerca de Virgilio a cargo de Susana Braund en relación al libro IX, verso 176 de La Eneida {Stanford on itunes}: resulta tan incongruente oír esto como si se dijera que Ricardo Alfonsín es jacobino. Dicho sea de paso: Ricardo Alfonsín confirma en cierto sentido las teorías genéticas y desde la perspectiva genetista además nos sitúa en antes de la invariante conservadora de objeto permanente (porque esperamos encontrar la personalidad del ex presidente allí donde la vimos por última vez: ¡en su cara!).
En la Antigüedad Grecolatina no existía el rótulo de “homosexual” como en la actualidad. Borges escribe en “Nuestras imposibilidades” (Sur, Buenos Aires, Año I, Nº 4, primavera de 1931): “Añadiré otro ejemplo curioso: el de la sodomía. En todos los países de la tierra, una indivisible reprobación recae sobre los dos ejecutores del inimaginable contacto. Abominación hicieron los dos; su sangre sobre ellos, dice el Levítico. No así entre el malevaje de Buenos Aires, que reclama una especie de veneración para el agente activo-porque lo embromó al compañero. Entrego esa dialéctica fecal a los apologistas de la viveza, del alacraneo y de la cachada, que tanto infierno encubren”.
José Ingenieros en su póstumo “Tratado del amor” se ocupa de la lógica del deseo y dice a lo largo de una atrabiliaria filípica en la que fustiga contra el matrimonio: “Si a una mujer o a un hombre que deseara comer una manzana le impusieran como condición comer exclusivamente manzanas hasta la muerte, no aceptaría hipotecar de esa manera su porvenir”. Esto va en la línea de no circunscribir las categorizaciones a un acto, no clasificar a una persona por así decirlo como “manzanafágica”. Lo cual en los términos de Piaget sería propio de la época de las “colecciones no figurales” en las que no se sabría responder a la pregunta ¿qué hay más, amapolas o flores?{ejemplo de Crónica TV: Mueren tres personas y un boliviano} Tal vez el ejemplo de las amapolas sea un error por parte de Piaget, dado que su estilística resulta opiácea y además, dado que las sustancia denominadas “opiáceas” exceden largamente al producto de la amapola, por lo que estaríamos ante un elemento singular que cataloga figuradamente una colección. Pero ¿podemos asimilar el José Ingenieros severo vigilante de la ley al José Ingenieros que escribe “en esos temperamentos de coerción social exalta el amor y engendra las pasiones, que son siempre una lucha desesperada contra los convencionalismos de la domesticidad”?.
Leamos la siguiente cita para advertir que el mismo José Ingenieros que en su criminalística clausuraba toda posibilidad de regeneración como consecuencia de la presión social exterior, postula aquí la construcción social de la ignominia: La deshonra por infidelidad del cónyuge es un sentimiento de humillación análogo al de ser víctima de un robo. La sanción social del ridículo ya existía cuando era costumbre que el marido vendiera, alquilara o prestara sus esposas; se compadecía al cornudo como a un pobre diablo que dejaba escapar de su chacra un caballo o una gallina. Además, la infidelidad de la mujer demostraba falta de respeto a su amo; por eso el cornudo era considerado un hombre poco respetable. En realidad poco hombres se afligirían de ser cornudos, si no mediara la sanción del ridículo; contados son los que se ofenderían de serlo si absolutamente no se supiera. Ello no puede sorprender si se piensa que muchos son felices aunque se sepa y bastantes viven de sus preciosos ornamentos.
Esta negación del costado biológico del padecimiento de una víctima de adulterio si fuera formulada hoy podría llevar a que siguiendo el lema de Didier Eribion de transmutar la vergüenza en jactancia se hable de la cornamenta como elección sexual o se proponga la Marcha del Orgullo Cornudo
En la siguiente cita de Ingenieros vemos nuevamente su vuelco tardío hacia una concepción cultural de lo ilícito y hasta un llamamiento a la transgresión: “Las mujeres casadas tienen con frecuencia una abnegación de esclavas que las lleva a guardar fidelidad a sus maridos infieles; tan rigurosa es para ellas la sanción social, que viven intimidadas, con el consuelo de llamar virtud a su terror. Son muchas, con todo, las que logran amar fuera del matrimonio y evitar que se sepa, lo que les resulta menos difícil de lo que suponían, cuando se deciden a probarlo”
[6] Ingenieros José, El hombre mediocre, Losada, Buenos Aires, 1961
[7] citado por derechopenalonline: http://www.derechopenalonline.com/derecho.php?id=15,261,0,0,1,0
[8] En 1910 Mark Twain redactó una parodia a “El paraíso perdido” intitulada “Cartas de la Tierra” (Galerna, Buenos Aires, 1977) donde aparecen ideas muy similares a las de Ingenieros en lo que hace al carácter congénito y las conductas estereotipadas de los hombres-cabra y los hombres-tortuga. Podríamos recordar que en “Historia de la estupidez humana” de Paul Tabori se citan casos de juicios penales a animales, que en Martín García se fusiló a una yegua acusada del delito de “traición” por servir a unos presidiarios a fugarse y que recientemente en Alemania se falló a favor de dos esponsales recién divorciados la división de un bien particularmente disputado: un gato, al que se condenó a pasar tres días en casa de la mujer y cuatro en casa del hombre. La extensa cita de Twain merece la pena, sin embargo, por comulgar con Ingenieros en la sugerencia de leyes diferenciales y por esbozar una importancia de lo sexual que parecería anticipar a Freud:
“Tomemos dos extremos de temperamento: la cabra y la tortuga. Ninguna de esas dos criaturas hace su propio temperamento, sino que nace con él, como el hombre y como el hombre, no puede cambiarlo. El temperamento es la Ley de Dios escrita en el corazón de cada ser por la propia mano de Dios, y debe ser obedecido, y lo será a pesar de todos los estatutos que lo restrinjan o prohiban, emanen de donde emanaren.
Muy bien, la lascivia es el rasgo dominante del temperamento de la cabra, la Ley de Dios para su corazón, y debe obedecerla y la obedece todo el día durante la época de celo, sin detenerse para comer o beber. Si la Biblia ordenara a la cabra: “No fornicarás, no cometerás adulterio”, hasta el hombre, ese estúpido hombre, reconocería la tontería de la prohibición, y reconocería que la cabra no debe ser castigada por obedecer la Ley de su Hacedor. Sin embargo cree que es apropiado y justo que el hombre sea colocado bajo la prohibición. Todos los hombres. Todos de igual modo. A juzgar por las apariencias esto es estúpido, porque, por temperamento, que es la verdadera Ley de Dios, muchos hombres son cabras y no pueden evitar cometer adulterio cuando tienen oportunidad; mientras que hay gran número de hombres que, por temperamento, pueden mantener su pureza y dejan pasar la oportunidad si la mujer no tiene atractivos. Pero la Biblia no permite el adulterio en absoluto, pueda o no evitarlo la persona. No acepta distinción entre la cabra y la tortuga, la excitable cabra, la cabra pasional que debe cometer adulterio todos los días o languidecer y morir; y la tortuga, esa puritana tranquila que se da el gusto solo una vez cada dos años y que se queda dormida mientras lo hace y no se despierta en sesenta días. Ninguna señora cabra está libre de violencia ni siquiera en el día sagrado, su hay un señor macho cabrío en tres millas a la redonda y el único obstáculo es una cerca de cinco metros de alto, mientras que ni el señor ni la señora tortuga tienen nunca el apetito suficiente de los solemnes placeres de fornicar para estar dispuestos a romper el descanso por ellos. Ahora, según el curioso razonamiento del hombre, la cabra gana su castigo y la tortuga encomio. (…) Durante veintitrés días de cada mes (no habiendo embarazo) desde el momento en que la mujer tiene siete años hasta que muere de vieja, está lista para la acción y es competente. Tan competente como el candelero para recibir la vela. Competente todos los días, competente todas las noches. Además quiere la vela, la desea, la ansía, suspira por ella, como lo ordena la Ley de Dios en su corazón. Pero la competencia del hombre es breve (…) Después de los cincuenta su acción es de baja calidad, los intervalos son amplios y la satisfacción no tiene gran valor para ninguna de las partes; mientras que su bisabuela está como nueva. Nada le pasa a ella. El candelero está tan firme como siempre, mientras que la vela se va ablandando y debilitando por las tormentas de la edad, a medida que pasan los años, hasta que por fin no puede pararse y debe pasar a reposo con la esperanza de una feliz resurrección que no ha de llegar jamás
[9] Tomado de El origen del hombre, epígrafe de “Los dragones del Edén” de Carl Sagan Especulaciones sobre la evolución de la inteligencia humana, Grijalbo, Madrid, 1978
[10] Ingenieros, José, Principios de Psicología, Losada, Buenos Aires, Sexta Edición, 1919
[11] En “Aplicaciones y ventajas”, página 207 de Ingenieros, José, “Criminología”, Daniel Jorro Editor, Madrid, 1913 se aclara:
El criterio que va penetrando en todo el Derecho Penal en formación, y en todos los regímenes penitenciarios, se aparta de esa preocupación por la responsabilidad penal para atender a la defensa social adaptada a la temibilidad de los delincuentes. Esta nueva situación de hecho, contribuirá a disipar las preocupaciones jurídicas que impedían un estudio integral de la psicología criminal, al substraerle los autores de delitos que presentaban perturbaciones intelectuales.
[12] Las preguntas de la vida, Ariel, Barcelona, 2001
[13] No hay alusión a animales en José Ingenieros que no sea peyorativa: incluso para la metáfora aquí empleada los “tentáculos” son “nefastos”. El comienzo de La simulación en la lucha por la vida nos muestra un copo algodonoso moviéndose que resulta ser un gusano, comparación que no presupone un título de gloria para el comparando: “Entre el gusano disimulador de su cuerpo bajo un copo de algodón y el delincuente disimulador de su responsabilidad jurídica tras una enfermedad mental, debía lógicamente existir un vínculo: ambos disfrazábanse para defenderse de sus enemigos, siendo la simulación un recurso defensivo en la lucha por la vida”. Para reencontrarnos con la diferencia entre cómo veía Darwin a los animales y cómo los veía Ingenieros, bastará con recordar la última obra del naturalista, que data de 1881, The Formation of Vegetable Mould, Through the Actions of Worms, With Observations on Their Habits: demuestra que el número de lombrices y su velocidad de trabajo justifica el atribuirles el arado subterráneo que potabilizó la tierra en todo el globo, permitiendo el crecimiento del mantillo vegetal que oxigenaría el planeta haciendo posible el surgimiento de las formas de vida superior terrestre: “Puede dudarse de que existan otros muchos animales que hayan desempeñado un papel tan importante en la historia del mundo como el de estos animales humildemente organizados”.
Es interesante que Darwin se refiera a la organización más o menos humilde de un organismo a expensas de considerar su tamaño. Hoy sabemos que Paul Broca, el craneólogo, se equivocaba al ponderar el peso del cerebro de Couvier; hoy sabemos que Einstein poseía un cerebro incluso más pequeño de lo normal y que en la cantidad de conexiones neuronales reside el aspecto antropométricamente operativizable de la inteligencia. Esto no rige aún para el acervo popular: nadie dice en lugar de “no le llega agua al tanque”, “tiene en el tanque demasiado separada la estructura molecular del hidrógeno y el oxígeno”. Tampoco se habla de tener poca cohesión en la argamasa dulce de la caramelera. El síndrome de Down es un cromosoma de más: el saber popular expresa “juega con varios jugadores menos”. Se oye decir, por ejemplo: “Fulana tiene la cabeza muy abierta” . La explicación del chiste del gallego que indignado al oír que el ser humano utiliza solamente un cuarto de su cerebro se pregunta ¿y el otro cuarto qué? no se fundamentaría sobre la base de que es incapaz de sumar correctamente fracciones, sino en que tendría una refutatoria autoconciencia de poseer solo medio cerebro.
Para el saber popular rige todavía otra no dilucidada antropometría fisicalista: la del tamaño de otra parte del cuerpo, la que le permite decir a Woody Allen “el cerebro es mi segundo órgano favorito”. Solo combinando los trabajos de Freud “Las teorías sexuales infantiles” y “El sepultamiento del complejo de Edipo” podríamos conjeturar que la envidia de pene comienza siendo no ontológica, sino cuantitativa, dado que las niñas suponen que el clítoris ya les crecerá.
Cabe agregar que Freud, si bien discriminó genitalidad de sexualidad, fue tachado de pansexualista en el sentido de pangenitalista al atribuir a toda forma puntiaguda en los sueños una inequívoca simbología fálica: Ingenieros, con su paradigma delicuescente soñaba con poder leer en un rostro las hereditarias marcas de la delincuencia, Freud haciendo eje en las pulsiones sexuales como motoras de toda sensomotricidad, soñaba con una piedra de Rosetta que retradujera con idéntica universalidad al respetable caballo que burló la censura preconciente. Así la expresión “mi reino por un caballo” cobraría un significado falocéntrico.
El crítico literario Harold Bloom en un reportaje de la revista Paris Review, refuerza, skinneriano, el concepto que expresara en el prólogo a “El canon occidental” respecto de la raigambre shakespeareana de Freud llegando a afirmar que Shakespeare vuelve a Freud innecesario. Ingenieros, para definir la noción de “simulación” y diferenciarla de la de “imitación” de Gabriel Tarde, escribe: “El actor dramático que desempeña en la escena un papel de homicida-Otelo, pongamos por caso-no imita a Otelo, pues ello significará dar muerte a la actriz que hace de Desdémona; el actor simula matar". Cabe puntuar en este recorrido a) que Otelo es una representación social construída en su época de “moro” con rasgos llamativamente africanos: una demostración de la erección lingüística de las etnias desdeñables y b) que en la obra el celoso personaje sin “desdemonizar” a Desdémona exige a Iago “ocular proof”, que es precisamente lo que le exige a la criminalidad Ingenieros.
Shakespeare, según sus biógrafos, inició su carrera precisamente con una carrera, teniendo que correr para salvar su vida desde Stratford a Londres porque había osado burlarse con su facilidad para la aliteración de la hija del granjero contiguo llamada Lucía, a la que apodó “piojosa” (lousy Lucy). De modo que la materia verbal de una humilde liendre sería la responsable de la redacción de “El rey Lear”, obra en la que se pregunta “¿un ratón puede vivir pero Cordelia está muerta?. Leamos la cita de Bloom, que nos revela una concepción redimible de la criminalística, mediante el insight al que se llega por la palabra:
Edmund es el villano más notable en todo Shakespeare, un manipulador tan fuerte que hace que en contraste Yago parezca menor. Edmund es una conciencia sardónica y sofisticada que puede envolver a todos los demás que están en escena en King Lear . Es tan sucio que hacen falta Goneril y Regan juntos para enfrentarlo...Ha sido herido de muerte por su hermano; está allí tendido en el campo de batalla. Le avisan que Goneril y Regan están muertos: uno mató al otro y después se suicidó, todo por él. Edmund reflexiona en voz alta y dice, extraordinariamente (todo en cuatro palabras): "Entonces Edmund era amado". Uno lee con sobresalto esas cuatro palabras. Y en cuanto las dice, Edmund empieza a reflexionar en voz alta: qué significa que, aunque los dos eran monstruos de las profundidades, ambos me hayan amado tanto que uno de ellos mató al otro y se mató después. Razona en voz alta. Dice: "Uno emponzoñó al otro por mí/Y después se apuñaló". Y de pronto agrega: "Anhelo la vida", y después, sorprendentemente, agrega: "Algún bien quiero hacer / a pesar de mi propia naturaleza" y de pronto barbotea, después de haber dado la orden de que mataran a Lear y a Cordelia que no lo hagan: "Avisad a tiempo " Pero no llegan a tiempo. Cordelia ha sido asesinada. Y después Edmund muere. Pero su cambio es sorprendente. Se produce cuando se escucha decir, verdaderamente atónito: "Entonces Edmund era amado", y a partir de allí empieza a cavilar. Si no hubiera pronunciado esas palabras, no habría cambiado. No hay nada como eso en la literatura antes de Shakespeare. Eso vuelve a Freud innecesario.
Walter Benjamín en La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica deploró que las reproducciones copiosas nos depriven de una mística unicidad irrepetible: si su campo hubiera sido la biología, seguramente habría deplorado que la ameba se autoclone y postularía la ausencia de un aura que sí tendría el motochorro que acecha en una salidera. Sarmiento, en cambio, artífice de numerosos cambios, ignoraba la mutabilidad potencial de las especies y para dar a entender que Rosas era un incorregible y eterno animal convirtió a la que fuera su Residencia Presidencial, su Quinta, en sede del Jardín Zoológico. Irónicamente en 1833 en dicho ambiente se había registrado la entrevista entre el “Restaurador de las Leyes” y cierto joven seminarista que necesitaba permiso por carecer de visado para esperar en Buenos Aires al vapor, oriundo de Montevideo, que lo conduciría al Beagle…
[14] Ingenieros, José, La simulación en la lucha por la vida, Talleres Gráficos Shenone Hermanos&Linari, Pasco 735, Buenos Aires, 1920
[15] Peter Bruckner y Alain Finkielkraut establecen en su ensayo La ingratitud una diferente diferencia entre los animales y los humanos: un gato, explican, siempre reconocerá a otro gato, mientras que a la humanidad no siempre parece resultarle sencillo reconocer a un semejante como parte de la misma especie {como diría el “Pipita” Higuaín de él mismo y sus hermanos en relación a cómo jugaba su padre al fútbol, el hecho de que descendemos de un mismo tronco}. En “Pedro el Desgreñado”, libro un de pedagogía popular alemana contemporáneo a Ingenieros (Struwwelpeter: http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/a/a4/H_Hoffmann_Struwwel_09.jpg ), se enseña a los niños a no burlarse de los negros en virtud de que a ellos tampoco les agradaría ser negros y los negros no tienen la culpa de haber nacido así ¿qué más quisieran que ser blancos? El castigo consiste en la aparición del mago Merlín con un gigantesco frasco de tinta china que los convertirá por un día en negros.
Podríamos discriminar el recorte de las discriminaciones en nuestro recorrido entre identidades congénitamente “dignas de ser linchadas” e identidades “linchables” en razón de determinada conducta.
John Watson homologaba al ser humano con los animales en aras de convertir la psicología en ciencia dura pero negando toda conducta hereditaria: en su noción de mente como caja negra podemos ver la huella heredada de la noción de tabula rasa del empirista "nato" David Hume, que negó no solo la herencia, sino la causa (si bien la reemplazó por la “sucesión”, palabra cuya mala inteligencia podría, a nuestro juicio, confundirse con cierta índole de herencia: el juicio por sucesión). Mediante condicionamientos descubrió que los niños no poseen un temor innato a ciertos animales: no probó introducir en el gabinete del laboratorio para ver si los chicos se asustaban a personas de color, pero las conclusiones las sacaría mucho más recientemente un tocayo suyo: uno de los Premio Nobel por descubrir la doble hélice de ADN, James Watson, sorprendió a la comunidad científica mundial al declarar en octubre de 2007 que los negros son menos inteligentes que los blancos, pese a nuestro anhelo de igualdad a priori: http://www.timesonline.co.uk/tol/news/uk/article2677098.ece [16] Cohen Leonard, “Flores para Hilter”, Visor, Barcelona, 1979
[17] Ingenieros, José, Tratado del amor, texto ordenado por Aníbal Ponce, Ramón J. Roggero y Cía, Buenos Aires, 1950
[18] Citado en “La Nación”, “De 1910 a 2010”: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1257550
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