"Ni aunque me lo diga Einstein" is the new "ni ebrio ni dormido"

 Yo trabajaba como agregado cultural de la embajada polaca de Washington. Ese fue un período difícil para mí; estaba decidiendo si rompía o no con el régimen comunista polaco. Einstein era, por supuesto, un exiliado en Estados Unidos, y yo lo busqué como autoridad. Un día, en vez de ir directamente de Nueva York a Washington, me desvié y fui a Princeton. Por supuesto, sabía que Einstein vivía allí. A pesar de mi sentido de la ironía, mi naturaleza buscaba a alguien a quien reverenciar, a quien alabar. El pelo blanco de Einstein, su rompevientos gris en el que llevaba abrochada su lapicera, sus manos y su voz suave, se adecuaron a mi necesidad de una figura paterna, un líder. Era una persona absolutamente encantadora, cálida. Se opuso a que me convirtiera en emigré. Me respondió en un nivel emocional, diciéndome: "No puede romper con su país, un poeta debe aferrarse a su país natal. Sé que es difícil, pero las cosas tienen que cambiar, no seguirán como hasta ahora". Era optimista y creía que el régimen pasaría. Como humanista, suponía que el hombre era una criatura razonable, aunque mi generación veía al hombre más bien como un juguete de los poderes demoníacos. Así que salí de su casa de Mercer Street y me alejé en el auto un poco atontado. Todos nosotros anhelamos la más alta sabiduría, pero finalmente tenemos que confiar en nosotros mismos.

(de Nobel a Nobel, p. 183, Czeslaw Milosz, Confesiones de escritores, poetas, Los reportajes de the PARIS REVIEWEditorial El Ateneo, Bs. As, 1997)

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