"El jockey", otra machiruleada que salió para el Ortega (por Camila Alfie)


Pudiendo hacerse comedias como "División Palermo" no se comprende que el director de "El Ángel" se aboque a imitar a Aki Kaurismaki sin tener su caurisma. Esta exhuberancia de imágenes cuya iteración non seqitur deshilvanada se escuda en que es arte visual poética muestra que el varón heteropatriarcal CIS sigue creyendo en espejitos de colores y agarrando un tomate creyendo que es una flor.

El Test de Bechdel con el que pondero cada experiencia narrativa que debo reseñar nos recuerda hacer las tres preguntas de rigoeur: ¿Hay al menos dos mujeres con nombre propio? ¿Esas mujeres hablan entre ellas, al menos una vez? ¿Esa conversación, es sobre algo que no sea un hombre?

"El jockey" no sale bien parada al responder estos interrogantes ni lo saldría si la enfrentamos al test de Henry H. Goddard, que acuñó el término inglés "moron" y logró un hito en la historia del antisemitismo al impedir el ingreso a los EEUU a los judíos no por haber matado a Cristo o ser una raza científicamente inferior, sino por ¡idiotas!.
Para contar una historia de excesos Luis Ortega no tiene mejor idea que ser excesivo. Dios le impida tener que hacer un documental sobre el abono orgánico más recomendable.
Sin que la cuestión feminista se plantee en momento alguno, la camarilla de privilegiados ha escogido para el Óscar a esta poética cinematográfica digna de David Hume, porque hace trastabillar la noción de causa: -¿qué necesidad?
Que las actuaciones son soberbias no lo puede discutir nadie. Todo es soberbio. Es la soberbia la que ha guiando los pasos de este machito engreído.
Pudiendo ver la Capilla Sixtina, leer poemas de Wisława Szymborska o escuchar a Debussy ¿es imprescindible asistir a una producción cinematográfica del vástago del ex gobernador al que los tucumanos expulsaron acordándose de Bussi?
Burda, camp, con la horrorosa escena de Susana Gimenez en la ducha diciendo "haceme Shock, ey", "El Jockey" juega por momentos a ser una película de David Lynch, se adentra en las trémulas sordideces de un Polanski,amaga con levantar vuelo montada en el Pegaso de las imagenes oceánicas de un Godard pero el realizador resulta un pegaso de tagado.
En definitiva: una comedia que hace agua por los cuatro costados, no me reí en ningún momento. Pretenciosa, con una propuesta inefable de romper con el código de lectura del espesor narratológico estandarizado en la civilización. Solo hay una cosa peor que el mansplaining: cuando ni el hombre te la sabe explicar

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