Es excelente la segunda temporada de "Porno y helado"
"Porno y helado" se llama así por un hit que compusieron a modo de consuelo y para rimar con "fracasado" y "pelado". Equivale a aquella resignación tan citada: esperábamos putas y champagne y terminó siendo masturbación y soda.
La segunda temporada de "Porno y helado" parece el partido Argentina-México que teníamos que ganar y ganamos. No con holgura, no con facilidad, pero a partir de ahí no nos paró nadie.
La colonia rollinga es un capítulo tan desopilante como estructura para el arco narrativo que si los primeros capítulos con Picki Valeroso (Favio Posca) -el catorceavo Auténtico Decadente-nos remitían al mejor Nick Hornby-el de "Julieta Desnuda"-aquí estamos en la versión argenta de La Colonia de Kneller de Edgar Keret.
Para perfeccionar mi analogía futbolera: ver la segunda temporada de "Porno y helado" es como ir a ver jugar a Maradona. Resulta que en alguna publicidad, no creo que de Talent, con tapado de zorro, no recuerdo de qué (de modo que no era una buena publicidad) se decía que las generaciones venideras iban a hablar de esta generación como nosotros hablamos de la que en el Renacimiento fue contemporánea de Leonardo Da Vinci. Por equivocada y rara la idea se nos incrustó y quedó: a ningún argentino le importa menos El Diego que Leonardo, ese intento de agigantarlo para un público para el que ya era mucho más inmenso tenía algo deforme, como aquella enfermedad, el gigantismo.
Pero además, ver un cuadro o ver pintar a Da Vinci sería una seguridad. Yo que soy tan viejo y al mismo tiempo tan afortunado que lo pude ir a ver, les cuento que ir a ver jugar a Maradona no era ir a ver una película en la que siempre ganan los buenos. Podía terminar cero a cero, lo podían lesionar, lo podían echar y podía jugar mal, errarse goles de puro comilón, por hacer la individual. No era garantía de show. Podía hacerle cuatro goles a Gatti o por cancherear hacer que le atajen el único penal que tuvimos. El hecho de que fuera Maradona no garantizaba que la meta, solo nos frutraba más que si la tiraba a las nubes un tronco.
"Porno y helado", como Maradona haciendo sus lujos para compensar la infancia de pobreza, despliega numerosos recursos deslumbrantes pero no sabemos cuánto van a durar ni si le va a volver a salir. La protagonista, que rescata al protagonista entrando en Lobos a los productores de salchichas "Satispancho" explicando -Yo hablo rollinga-se enamora de un chorro: citan entonces una escena de "Nueve Reinas" y la deforman gloriosamente. A continuación otra índole de chiste brillante: es desafiada a robarle al que está cargando la caja de caudales: lo hace, pero no una bolsa con dinero, sino su billetera. Consiguen tocar para el recital de quienes acaban de recibir una nueva pierna, pero para eso tiene que tocar dicha temática el nuevo repertorio. Aparece la mejor canción compuesta hasta el momento y nos frustramos más que si secuestraran a nuestro ídolo porque nos la silencian los celos: sabe conmovernos e intrigarnos ¿qué más sabe hacer esta serie con tantas baterías de herramientas y guitarreos apiolíneos?
Sabe desplegar en un minuto de reloj la mayor frustración en el capítulo que remite a "El bar" de Alex de la Iglesia: no la falta de comida o de cigarrillos (de agresivas advertencias "Si fumás sos un hijo de puta"): carecer de contenido de Instagram o Tick-tock como para reaccionar. El gag dura un minuto nada más, como si nos estuvieran robando de palabra, pero de pronto nos muestran un arma láser, mirá lo que tengo.
Como si estuviéramos bailando con la más fea porque a caballo regalado no se le miran los dientes y de pronto se nos revela...bueno, ya me entienden.
Es solo un minuto, con lo que en otra serie se podría desarrollar todo un episodio.
¿Qué más sabe hacer "Porno y helado"? En la cena de novios la cámara se asoma a la ventana y el paisaje que se ve es París: humor surrealista, psicodélico, al mejor estilo Monthy Python.
¿Algo más?
Se separa del amado chorro que le robó el corazón pero antes le da un beso. Cierra la puerta del coche y se dirige a tocar con su banda, que se llama "Los débiles mentales". Algo muy útil cuando Pablo es tironeado por las dos gladiadoras, la rollinga que le dice "sos uno de los nuestros" y nuestra Cecilia (Sofía Morandi) lo devuelve a nuestro mundo pegándole el grito: -¡Sos un débil mental!.
Piroyansky vuelve y la rollinga dice: -si, medio débil mental sos, pero simpático igual.
Vuelve al auto. Le levanta la remera y le besa el pecho, esos pectorales sexies que nunca antes fueron tan fácil recurso para desnudar la potencia del deseo femenino y para invertir el clásico chiste masculino. Ahora sí se va, cierra la puerta, pero vuelve otra vez: vuelve a levantarle la remera ¿un último beso al pechito que la erotiza? ¡No! ¡le saca una foto con el celular para ulteriores insuflamientos erógenos solitarios!.
¿Qué otra serie le pone el pecho así a las realidades de la calentura?
El adornito de Mar del Plata -presente griego-rompe a hablar, todo el bar canta cual coro griego una pavada con buena coreo.
El locutor del noticioso responde a las preguntas que le hacen al televisor.
Esta serie saca de la galera modalidades de humor puro que rápidamente se vuelve a guardar como haciendo jueguito para la tribuna.
Borges dice que Proust es de un realismo apabullante y llega a veces a ser tan aburrido como la vida misma.
Esta serie no es una ametralladora a lo ¿Dónde está el piloto? pero nos muestra que si hubiera querido serlo, pasta le sobra.
Quien se interne a disfrutarla va a pasear por un bosque con olor a vos que te cagaste, de diversos follajes y niveles de chiste.
A veces logra sorprendernos cuando menos nos lo esperábamos no sorprendiéndonos en absoluto.
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