No es cualquier verdura


 Harun Al -Rashid solía visitar el mercado en el que se desarrollaban sus negocios disfrazado de hombre pobre.
Borges nunca volvía a releer lo que ya publicaba, si no era para reescribirlo y decir que se limitó a corregir y pulir detalles.
La mezcla exacta entre Borges y el califa, el productor de cine Albert Broccoli visitaba asiduamente las salas de cine en las que daban la película que acababa de lanzar para mezclarse entre el público, escuchar sus risas y comentarios y disfrutar como un chico del film.

El que más disfrutó fue el único que hizo que no perteneció a la saga Bond desde que la empezó, la película Chitti-Chitti Bang Bang, una encantadora comedia infantil que convirtió en musical llevándose prestado a los talentos de la Disney con la complacida anuencia de un admirador distiguido: el propio Walt.
De ahí que se le ofreciera también a Dick Van Dyke ser Bond.
El film que menos disfrutó en una sala semivacía fue una joya olvidada "Los juicios a Oscar Wilde" que decidió distribuir por su cuenta antes de enterarse de que la Legión de Censura prohibía publicitarla, lo que lo llevó a una bancarrota desesperada, antes de Bond.

Quizá debamos agradecer que el gusto literario de Broccoli no sea el de un erudito catedrático. Su primer socio tampoco era crítico literario pero consideró las novelas de Bond una basura. Durante muchos años Broccoli se quedó con eso, hasta que mencionó como un deseo en el lecho de muerte económica que desearía llevar a la pantalla grande a James Bond. El dueño de los derechos no se la había podido vender a nadie y quiere convertirse en socio.

Se convierten en grandes amigos. Ahora tenemos que agradecer no que una mala novela mueva tanto a un visionario, sino todo lo que vio en ellas y sus lectores no sospechábamos. Un ítalo-americano como Cóppola se encarga así de devolver el orgullo nacional a unos ingleses desplazados por EEUU dejando intactos todos los atributos británicos del personaje, por pura generosidad. A su amada Calabria y al Sueño Americano le debía mucho. A Londres, nada. De hecho, como nota de color podemos recordar que Cary Grant trató de evitar la víspera de su boda que la novia, su segunda esposa, acepte.

Continúan la labor de regalarnos aventuras inspiradoras y un interés por la precisión del detalle a pesar de la inverosimilitud general, su hijo adoptivo Michael y Bárbara, la inesperada hija que tuvo después de que los médicos le comunicaran a su primera mujer que no podría tener hijos.

La grandeza, la majestuosidad, la ambición desmesurada de las películas de Bond están en Broccoli, que supo siempre apostar a lo grande, con adicción al trabajo y enorme respeto por los talentos. Uno de los suyos fue siempre generar una atmósfera laboral idónea para los más capacitados y dejarlos trabajar. Su lema al supervisar un film se limitaba a "no dejemos que lo arruinen".
Si Bond fue tal éxito en Gran Bretaña porque restituía un sentido para su patriotismo, el lujo en Bond puede ser interpretado como una necesidad compensatoria por la pobreza que pasó el prematuro vendedor de semillas de brócoli.


Mucho se ha escrito de la biografía de Fleming, el asesor de presidentes tras su incursión en la Marina, oriundo de una familia bien acomodada, mujeriego, inspirado en dos personas que conoció-una de ellas el famoso agente triple y playboy, "Triciclo"Dusan Popov.

Pero el Bond del cine tiene elementos de Broccoli que ya aparecían en sus películas con Alan Ladd, "Paratrooper"o "El caballero negro": nos recuerda la etimología alemana de la palabra "Experiencia" (Erfahrung): travesía. Mujeres hermosas que consiguen ser más sensuales con seis kilos de ropa encima que en las que hacen desnudos, paisajes desconocidos y asombrosos, aventuras que mantienen en vilo.
No nos consta que Broccoli haya heredado el don de su madre, que lo llevaba a la cama para contarle fascinantes historias en italiano para antes de dormir.
Lo que le tenemos que agradecer es que haya sido un tan agudo y hasta visionario escuchador de historias.



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