El día en que le robé el gato a Borges


 Recuerdo que tuve una época de la que hoy me avergüenzo.

No conseguía trabajo y tuve que salir a robar.
Una vuelta pasa el insigne maestro Jorge Luis Borges, de quien por aquel entonces yo no había leído nada más que "Instantes".
No me pareció tan inteligente como decían: le arranqué el gato de sus manos y no alcanzó a reaccionar.
Lo llevé a toda velocidad una veterinaria para tratar de venderlo.
Me dijeron que lo iban a poner en consignación.
En una jaulita.
Si alguien lo quería comprar, porque se parecía al famoso gato "Beppo" de Borges, entonces me daban la plata.
Comprendí mi error.
No iban a tardar en descubrir que robé al felino del autor de "El oro de los tigres".
Encontré al merecedor del Premio Nobel apoyado en un elegante bastón y casi roncando en su banco en la Plaza San Martín. Me acurruqué a su lado y ronroneé.
De pronto Georgie despertó, me acarició la cara, se sobresaltó y preguntó con una voz gutural: -Beppo¿qué pasó, Beppo, sos vos?
Entonces le dije que era yo, que era Beppo, que había pecado en mi pasado, me había hecho amigo de lo ajeno y los dioses me habían convertido en gato. De tanto estar con un hombre honorable que transmitía sus férreos principios éticos empecé a mirar a los ojos a mi falta, empecé a sentir un remordimiento muy meritorio y al parecer los hados quisieron devolverme a la forma humana, cosa que según dijo Buda en su discurso en el Parque de las Gacelas hace dos mil años pasa rara vez, es como si una tortuga solo cada sesenta años asomara la cabeza, no hay muchas probabilidades de que justo se inserte en el anillo.
Le dije: -Ahora tengo la suerte de ser humano, pero el deber de seguir siendo su gato, Borges. Prometo dejar acariciarme, desparasitarme y le ruego en el alma que en cuanto a castrarme...
Borges citó algo de un mudo pez y a Empédocles de Agrigento.
Dijo que conocía muchos casos de reencarnación.
Que de ninguna manera seguía yo comprometido a ser su mascota.
Que fuera con Dios, que Sócrates decía que el que ya conoce el bien no puede reincidir en el mal camino.
Le agradecí y fui corriendo a la veterinaria, donde nadie había comprado a Beppo.
Vi a Borges tomandose la cara frente a la Torre de los Ingleses, apoyándose en su bastón y moviendo levemente los brazos como si estuviera recitando versos.
Entonces me acerqué furtivamente para devolverle su preciado gato, cuyo nombre saluda un cuento de Stevenson.
Borges citaba enese momento a un bardo galés:
Yo he sido la hoja de una espada,
Yo he sido una gota en el aire,
Yo he sido una estrella luciente,
Yo he sido una palabra en un libro,
Yo he sido un libro en el principio,
Yo he sido una luz en una linterna,
Yo he sido un puente que atraviesa sesenta ríos,
Yo he viajado como un águila,
Yo he sido una barca en el mar,
Yo he sido un capitán en la batalla,
Yo he sido una espada en la mano,
Yo he sido un escudo en la guerra,
Yo he sido la cuerda de un arpa,
Durante un año estuve hechizado en la espuma del agua.
No interrumpí el recitado, esperé a que concluyera. Entonces dejé que la palma del ciego rozara el pelaje de Beppo.
Borges se sobresaltó mucho.
Tomó a Beppo con un brazo y lo llevó a la altura de su pecho.
Lo palpó, acarició su cuello y hasta lo olió.
Mientras me retiraba sigilosamente llegué a escuchar cómo le dijo al oído: -Ustedes los peronistas sí que son incorregibles...

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