Rubén Szuchmacher, el demiurgo de los dos mundos conciliados
Rubén Szuchmacher hizo honor a su apellido, que en idish significa "zapatero", al ponerse en nuestros zapatos y ahormarlos para que todo camine y cada puesta pueda desplegarse con llegada rotunda al público, ocupándose de que sus muy escogidos elencos no cayeran en divismos, sino que funcionaran como un solo hombre. Para compensar esto, en un solo hombre como Rubén, el dicho "zapatero a tus zapatos" resulta una antinomia porque no podemos reducirlo a una específica especialidad ni minimizar el caudal oceánico de su sed de conocimiento por la música, por la literatura, por la psicología, por la militancia política, por los sutratos materiales muy terrenales que hacen a una puesta y su apuesta a conjugar la más purista ortodoxia para respetar el espíritu que animó a un autor, con una transliteración en la que esa obra es vista desde el prisma de otro autor, que ilumina y actualiza aristas hasta ahora nunca iluminadas.
Dos citas de divergente raigambre me franqueó al estrecharme su amistad, "desde hoy, un amigo más" y "es el comienzo de una gran amistad", Catita y Casablanca, y esa posibilidad de hilvanar sin que choquen autores y obras de diverso género y diversa época es una de sus marcas de fábrica, uno de sus sellos.
Feroz crítico de las derechas en Argentina y en el mundo, su espíritu crítico no trepidó en pronunciarse, aún como judío, decididamente en contra de Netanyahu, sin que esto lo cegara para observar críticamente sus propias filas, las de la izquierda, para denunciar acartonados dogmatismos, siempre apostando a la venturosa combinatoria del hemisferio cerebral lúdico que todo parece poder abarcarlo y comprenderlo y el analítico, estratega y perfeccionista. Una impensada pero armoniosa mixtura nos ofrece siempre, un maridaje creativo y original, incluso en el sentido de originario y orgánico, más que el de un vanguardismo que, se sabe, puede impactar mucho por un breve tiempo, pero envejece rápido.
Rubén, en cambio, nunca envejeció, ni siquiera lentamente. Con los años no se achanchó su omnímora voracidad como lector, no bajó la fiebre de su incansable capacidad de trabajo, ni tampoco empezó a perder su prodigiosa y hospitalaria memoria tan pletórica de erudición como de jugosas anécdotas.
Se suele establecer una cartesiana línea divisoria entre los artistas románticos con gran vuelo poético y los realistas, incapaces de alcanzar las cumbres del espírtu, pero pragmáticos. En Rubén nos vemos forzados a desmantelar la dicotomía. Acaso por el trabajo tan concreto de su padre, ninguna de las dimensiones de una obra le es ajena: ni el aspecto del presupuesto, el costo y la recaudación y los sueldos, ni la eficaz transmisión de la emoción al público, ni lo que detractores del autor de la obra han señalado. Cumple con el lema de Chesterton que una mente brillante y talentosa tiene que tener, cera para recibir, marmol para retener: tras copiosa documentació previa, llega el momento de dar un cierre a la preparación y portando toda la información en su sangre, Rubén organiza sabiamente esa combinatoria que en menos felices y afortunados genios resultaría un palimpsesto incoherente, un pastiche, algo tan grotesco como aquella puesta alemana de Nabucco situada en un campo de concentración .
Como declara el salmo 50 de Canto a mí mismo de Walt Whitman, todos los hombres somos muchos hombres y nos contradecimos porque nos habitan multitudes. Pero el talento de Rubén es tanto exterior para felicidad de los espectadores, como introspectivo: pone en escena interior a dialogar con armonía a su yo niño que sigue asombrándose sin perder la apasionada capacidad de sorprenderse, con el responsable tutor que dice hasta qué hora jugar. Como docente de alemán suelo personalizar los ejemplos mnemotécnicos y así, una pecosa recuerda la diferencia entre "ya" (schon) y "lindo" (schön) pensado la diéresis como pecas que embellecen. Otro alumno, fanático de los Beatles, piensa que George y Paul eran muy bonitos, pero John no es lindo.
Rubén conoce también esa minucias de la zanahoria que acicatea un indispesable masaje al ego para trascender los narcisismos y aprovechó de encender ese interés que luego comunicaría como universal en "El Cónsul", descubriendo que la ópera de Menotti en un momento toma de prisionero a un zapatero.
Con un humor dadivoso y receptivo a un registro muy amplio, Rubén es capaz de poner "Cosi fan tute" pero al mismo tiempo no ignorar la cumbia que recomienda, en caso de que nuestro tutor sea zapatero, zarparle la lata.
Cuando muera este talento, este coloso, vamos a estar hechos pomada, decir que no fuimos dignos ni de estar a la altura de atarle los cordones. Aprovechemos que tiene cuerda o soga para rato para sorber su sabiduría, no dejemos que solo nos quede la magia, oigamos la explicación del truco. Su filosofía de resemantización permanente es un retrucar creativo ejemplar, muy digno de ser imitado. Todo el día pensamos en Milei con amargura. Rubén también, me apresuro a aclarar. Pero es como tener a Borges y no visitarlo, no acercarnos a su amigable cercanía para aprender a aprehender aunque sea una homeopática, infinitesimal dosis de esta medicina artística que el mundo siempre y tanto necesita...
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