El Renacimiento: glorioso chamuyo de típico italiano versero


 Giorgio Vasari, mediocre pintor, es famoso por haber escrito el primer libro de historia del arte e inventado la noción de "Renacimiento", mintiendo que desde Grecia hasta su contemporánea Italia se produjo un paráte.

Celebra la escultura sita en Padua, Gattamelata, de Donatello (1453) atribuyéndole una gracilidad e independencia que el jinete de Bamberg (1225) ya exhibe.
Actualmente es Alemania-incluso con su actual crisis económica, energética y política-el país más pujante de Europa. En Berlin se dice despectivamente que Munich es la ciudad más al norte de Italia. La italianidad es para los alemanes el sinónimo de la pereza, la inconstancia, el caos y la jungla.
Casi lo mismo que fue para Tácito la Germania. Julio César, cansado del vandalismo y el robo hormiga de estos bárbaros, armó en solo 11 días un puente con el que atravesó con sus legionarios el Rin y demostró el poderío de Roma. Tras 14 días de recorrer la tierra de estos atrasados, volvió a Italia y destruyó el puente.
El 8 de mayo es el día para mí del re-nacimiento de mi amado primogénito, que heredó mi natural tranquilo, mis pestañas bien arqueadas , ese temeramento sereno hermoso, y emuló mi sentido del humor.
La historia del arte es fascinante. La jocosa Gioconda solo se hizo importante a los ojos del mundo cuando un argentino llamado Valfierno, acerca del cual escribió una novela Martín Caparrós, decidió robarla del Louvre para copiarla y vender las copias que pintó. Tras pintar las cuatro copias, devolvió al ladrón el original. Cada mañana el mundo desayunaba leyendo en el diario que la Mona Lisa seguía desaparecida. Finalmente cuando el ladrón en Italia trató de venderla, el presunto comprador llamó a la policia y lo arrestaron condenándolo a todo un año de prisión. Ese cuadro-que Leonardo consideró inacabado y dejó en su última residencia, el castillo francés-pasó a ser el más famoso del mundo. Es el retrato de lo que Oscar Wilde llamaría una mujer sin importancia. Leonardo había dejado inacabados muchos proyectos y había descubierto que la misteriosa sonrisa le salía bien: la hizo para Madonnas y para cortesanas. Tras la Revolución Francesa, dejó de ser colección privada y pasó al Museo del Louvre. Por un breve tiempo, la increíble grandeza de Napoleón incluyó su ojo clínico para la estética: sintió que La Mona Lisa era muy grata y durmió en su cuarto con ella por años. A Napoleón debemos también los primeros soldados judíos aceptados en una nación como patriotas, descifrar los jerogríficos egipcios y la primera estatua a Copérnico en Polonia, que no se le había ocurrido hacer a los polacos.
Si hubiera que situar dentro de alguna filosofía a Giorgio Vasari, sería Hegel. Al erigir una historia de la filosofía que casualmente considera que el Estado Alemán es la cúspide de lo Real que es lo Racional.
Desde la correspondencia entre Kepler y Galileo, los entrecruzamientos entre alemanes y tanos son múltiples.
Benigni aliviana los campos de concentración, según los alemanes, mientras que el mundo se apresura a galardonarlo por considerar que muestra agravado el horror al confundirnos emocionalmente con gags de Pierre Richard y frases de cuentos de hadas.
También la música encuentra la rivalidad entre Italia y Alemania, entre Vivaldi y Bach, entre Verdi y Wagner.
El Imperio Romano inicia su decadencia por culpa del surgimiento de una religión que es politeísta pero con un poliamor limitado al trío. Nietzsche marca el Renacimiento del guerrero épico romano desde una Alemania luterana que reniega del feble cristianismo, cuya compasión termina siendo sensualista y su apuesta a una vida más abundante una romantificación del pobrismo.
En nuestra vida diaria ponemos en itálicas los modos de acabar en negritas: la seducción suele poseer aún sin genes mediterráneos el guitarreo y verso de la lira clásica. Lo alemán es Kant, que recomienda ni siquiera cuando un asesino de bebés nos pregunta donde está el bebé, mentir.
Está bien entonces que Vasari haya inventado con su fantasía un disparate sin rigor en el que los humanos creemos. ¿Cómo creer en cambio a un discurso teutón que solo dice estricta y rigurosamente la chata verdad?


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