Trabajos de amor perdidos
En Amazon Prime puede verse "Meet Cute", ópera prima tanto de la guionista como del director, que pasó sin pena ni gloria por ser presentada como comedia romántica.
La película es más bien una alegoría de la depresión, pero también podemos clasificarla junto a aquellas que en lugar de vampiros, extraterrestres o superpoderes, se valen de una máquina del tiempo.
Hace poco tuvimos la gema británica "About time", que es, desde ya, infinitamente más recomendable.
El guión aquí no se centra en la proeza de poder viajar en el tiempo, sino en la depresión de la protagonista y reflexiona acerca de la naturaleza del amor, su condición intrínsecamente alienante, tóxica, codependiente y mágica en el más psicoactivo de los sentidos.
En la de Adam Sandler con la chica de "ET" sufriendo amnesia anterógrada y en la de la marmota con Bill Murray vemos también la misma cita repetida con uno de los de la pareja sabiendo todo lo que va a decir el otro. Lo que no vemos es un caracter salvático del flirt, una condición providencial de la cita.
Hace poco ante los nervios de una Amada, le dije "bueno, después de todo estamos negociando garchar, no una operación a cielo abierto": acá sí es una operación a cielo abierto.
Se podría haber hecho una comedia espectacular con este argumento. Confundir al comienzo al espectador y hacer de la protagonista una posible mitómana como la Goldie Hawn que brilla con Steve Martin en "Tu casa es mi casa". El film coquetea con esa posibilidad al sumarle mentiras a la relatora de lo sobrenatural.
Pero el foco está puesto en otra cosa. En una posesividad no solo de la persona, sino del momento exacto de una persona.
EEUU ha asimilado de modo deformado, simplificado, pansexualista y burdo a Freud, pero es determinista amoroso. "Eterno resplandor de una mente sin recuerdos" permite borrar la memoria del otro, como la peor maldición judía, pero aún alguien olvidado, nuevamente desconocido, se enamora de la misma persona.
Hay instantes en que sí se bordea una sátira de los pucheritos y escenitas que pudo haber sido desternillante: la protagonista tras un año de repetir la misma noche se harta de su Príncipe y lo quiere cambiar. Le molestan cosas que son virtudes, como guiño al espectador de que la variabilidad emocional no se detiene en objetividades. Este inconformismo nos remite a "Al diablo con el diablo" y todas las versiones de un hombre que no logran conquistar.
Para disfrutar del film sin tener interés en explorar otras posibilidades narrativas, basta con asumir sobreentendidos: existe la posibilidad de viajar en el tiempo, existe el tiempo de la infancia que permea nuestro futuro éxito, la rutina se metaforiza como un literal mismo día que el perfeccionismo obsesivo cincela con no poca sinceridad.
No sé si recomendarla o no, porque el alcance de mi disfrute cinéfilo es excesivo y en este caso ni la crítica profesional ni la de los espectadores la ha querido ungir en profunda y conmovedora.
Si la vas a ver, no esperes risas. El tema que se cuestiona en algunas reseñas de la falta de química entre los actores no perjudica realmente el fin principal de ver todo únicamente desde los ojos de la protagonista.
Si no, no se entiende por qué él no viaja cada día un día antes en el tiempo con ella.
Para mí merece ser vista con la clave interpretativa de Harold Bloom para Shakespeare, como film en el que el actor al pensar en voz alta cambia de filosofía de vida, al modo de Shirley Valentin.
Sin duda cuando nos acostamos con la persona que deseamos infernalmente no necesitamos recurrir a imágenes de archivo de otras personas. Aquí recurren para mí las simpatías y diferencias con tantísimas otras obras porque no es la mejor película jamás filmada. Las actuaciones son sólidas y creíbles y de no haberlo sido, el guión sería notado en sus flancos y falencias.
"After Life" es una joya coreana en la que el más allá, el Paraíso, consiste en un momento especialmente feliz: en clave de comedia y con la misma idea "The Kids in the Hall" rodaron su "Happy Candy".
Leibnitz abominaría de la posibilidad de depurar de imperfecciones al mejor de los mundos, ya desde su metáfora de las dos bibliotecas.
Al tener como más objeto que sujeto al objeto del afecto de la protagonista, sentimos que nos interpela a nosotros, nos reprocha que no le sigamos la corriente. Nos recuerda que el amor es acompañar en el fantasma de su neurosis a la persona que no necesita ser verosímil para que la querramos verdaderamente.
Creo que un aurea mediocritas favorece la posibilidad de que sin pathos desgarrador, el espectador fantaseé mientras la ve en cómo haría él en ese caso, en cómo podría tomar otro giro el argumento, en si realmente diríamos las mismas cosas el mismo día, como para creer en un sentido hegeliano de la Historia, cosa que nos haría al menos, creer en la historia...
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