Paz a todos los hombres, guerra a todas las mujeres
Hitler toda su vida resolvía cualquier discusión sacando un arma del bolsillo y amenazando con suicidarse. Su desprecio por la vida bien entendido, empezaba por casa. Tardó en aceptar que estaba absolutamente perdido: se suicidó a los 56 años.Napoléon murió a los 51 años en la isla de Santa Elena, aunque se suponía que tenía que morir en la isla de Elba.
Alejandro Magno, increíblemente, el mayor de estos conquistadores, murió a los 31 años.
Casi no hay quien no admire a Alejandro. Robert Graves para enaltecer a su admirado Lawrence de Arabia lo homologa a Alejandro, el Grande. No se lo puede considerar mezquino: dejaba que sus soldados tomaran agua antes que él. No se lo puede considerar abusador de su inmensa curiosidad intelectual: cuando su ejército descubre el río Ganges y que el mundo es bastante más ancho de lo que creían, le exigen poner fin a esa campaña de éxistos ininterrumpidos por ocho años y volver a casa. Alejandro accede.
Tal vez mentar la mera cifra de una edad en diferentes épocas sea estúpido. En tiempos de Macedonia o Babilonia nadie llegaba a los ochenta años tampoco.
No sé del todo a qué conclusión quería llegar.
Que los grandes guerreros no reservaban nada para cuando se jubilen.
Que el talento militar individual surge como el artístico refutando las negaciones marxianas del genio más que colectivo.
Que la humanidad tiende a la guerra por la agresividad animal que Freud le explica a Einstein, pero solo espasmódicamente: la mayoría queremos evitar conflictos urticantes y llegar a acuerdos fructíferos. Por eso los guerreros ganan: porque la mayoría quiere la paz, lo más rápido y menos indoloramente posible.
Es muy injusto mencionar en una misma línea a Napoleón a Hitler, salvo en el Reino Unido.
Napoléon era un renacentista que impulsó las ciencias y las artes, durmió junto a la Mona Lisa y mandó a levantar un monumento a Copérnico, ni bien conquistó Polonia y se enteró de que no había. Napoleón dejó que los judíos formaran parte del ejército. Hace poco Oscar Samoilovich escribió que Hitler habría contado con seis millones de leales soldados-en la I Guerra Mundial en efecto los judíos fueron patriotas alemanes. Pero ¿qué judío querría que hubiera triunfado Hitler?
Alejandro Magno también favoreció las artes y las ciencias. Estaba llamado a ser un San Martín, que accedió enfermo a cruzar los Andes y liberar América, cuando sus cansados soldados le pidieron dejar de conquistar Asia y volver a casa a gobernar. Eso lo mató. San Martín nunca gobernó.
Tenía una razón poderosa para empezar a escribir esto, pero justo recibí un llamado y ahora me olvidé.
Supongo que estudiar las grandes victorias militares de la historia nos sirven para recordar que todo en nuestra vida es de alguna manera una guerra contra nuestros problemas. Creemos no ser soldados por haber zafado del servicio militar o dedicarnos al home office. Pero somos parte de un ejército. Y olvidarlo es perder un importante sentido de pertenencia. Si no estamos a la vanguardia de recordarle a toda hembra apetecible nuestro cañón de carne, seremos reduidos a carne de cañón...
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