El día en que por una vez, Freud se apartó del pueblo
Freud se ofendió cuando ganó el Premio Goethe por lo bien que escribe. Se autopercibía científico, no escritor. Desde el esquema del peine vemos su esfuerzo por entramar al inconciente inobservable con cálculos de Newton.
Sin embargo, su gran amplitud de miras y su insaciable curiosidad intelectual lo llevaron a darle la razón al saber popular en muchas ocasiones. Las histéricas fingen, decía el populacho. Freud con el descubrimiento de la fantasía traumática explica que pueden haber no sido violadas pero creer que sí pero también da la razón a esta maliciosa imputación popular de querer hacerse el enfermo, sin llegar al extremo de LA SIMULACIÓN DE LA LOCURA de José Ingenieros hablando del beneficio secundario de la enfermedad.
Los sueños son una insignificante regurgitación del cerebro durmiendo decía la ciencia. Freud, el demagogo, da la razón a la Biblia y a David y a lo que la gente cree que son de importantes los sueños.
Solo se aparta decididamente del saber popular en su conceptualización del trabajo, cuya etimología deriva de un instrumento medieval de tortura, el tripalium.
Esto escribe en una poco conocida nota al pie para la segunda edición de EL MALESTAR EN LA CULTURA: “Es imposible considerar adecuadamente en una exposición concisa la importancia del trabajo en la economía liberal. Ninguna otra técnica de orientación vital liga al individuo tan fuertemente a la realidad como la acentuación del trabajo, que por lo menos lo incorpora sólidamente a una parte de la realidad, a la comunidad humana. La posibilidad de desplazar al trabajo y a las relaciones humanas con él vinculadas una parte muy considerable de los componentes narcisistas, agresivos y aún eróticos de la libido, confiere a aquellas actividades un valor que nada cede en importancia al que tienen como condiciones imprescindibles para mantener y justificar la existencia social. La actividad profesional ofrece particular satisfacción cuando ha sido libremente elegida, es decir, cuando permite utilizar, mediante la sublimación, inclinaciones preexistentes y tendencias instintuales evolucionadas o constitucionalmente reforzadas. No obstante, el trabajo es menospreciado por el hombre como camino a la felicidad. No se precipita a él como a otras fuentes de goce. La inmensa mayoría de los seres sólo trabaja bajo el imperio de la necesidad, y de esta natural aversión humana al trabajo se derivan los más dificultosos problemas sociales.”
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