El knock out más inteligente de la historia
Minuto cincuenta y uno: contra todos los pronósticos Cassius Clay, que ahora es Muhammed Alí, tras técnicas dignas de Nicolino Locce y aguantar contra las cuerdas, noquea al campeón. 
En ese piña final hay incluso el mérito de resistirse a seguir pegando para que la caída en elípsis tenga la coreaográfica elegancia ininterrumpida del fin.
De nada valdrá que Muhammed Alí explique que aprendió a provocar verbalmente en  mil nueve setenta y uno de Georgeous George y era solo una autroafirmación, una bravata.
Frazer y Foreman, de los más grandes boxeadores de la historia, guardarían un gran rencor hacia Lousianna Lip, el bocón de Lusiana, quien hablaría maravillas de ellos: mis ancestros en África sintieron sus golpes.
Como toda grandeza, trasciende a su marco específico: aunque no nos importe el boxeo, vemos en esa piña el símbolo de muy otras victorias. Y un alegato a favor del minimalismo. 
En lo personal, estoy a favor de considerarla la mejor pelea de box de la historia y el más admirable campeón de peso pesado. 
Myke Tyson tivo que hacer como el ajedrecista Miguel Najdorf una serie de mediáticas y espectaculares victorias. Pero si tenemos que inventarle una mitología griega con el boxeo a nuestros hijos, Muhamed Alí sabe esperar, bailar, aparentar estar contra las cuerdas y es astuto como Ulises, más que meramente noble como Aquiles. 
Solemos usar metáforas para enfrentar los desafíos de nuestra vidita. Usamos muy usualmente la del soldado. Pero la del boxeador es mejor. Porque realmente o cagamos a piñas nosotros al otro o nos llenan la cara de dedos. 
Será descerebrador y violento, pero es también íntimo. 
Y gran parábola emocional de cómo en nuestras luchas cotidianas realmente nos sentimos. 
Napoleón habla de sí en tercera persona, decimos escandalizados, mientras pagamos el boleto ante el colectivero que dice LO MEJOR QUE HIZO LA VIEJA ES EL PIBE QUE MANEJA.
Ni Ringo Bonavena, ni Martillo Roldán, ni Látigo Coggi ni Monzón fueron acabados maestros ejemplares, por nacionalistas que seamos, de este deporte que, como la tauromaquia, no debería existir.
A Cortázar le fascinaba, hasta tal punto que pidió relatar una pelea de box, con su erre gangosa y su desastrada pronunciación.
 A Borges le fascinaba y negaba que a los boxeadores se los terminaba flagelando con daños cerebrales. 
Su respuesta era que no tenían cerebro de todas maneras de buenas a primeras...
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