El Premio Nobel tiene una importancia representativa del todo absurda
El Premio Nobel nace del remordimiento del inventor de la dinamita por las terribles consecuencias destructoras de su genialidad.
No hay Premio Oppenheimer ni muchos otros siguiendo esa lógica. Bejamin Labatut, el genio de la novela chileno, ilustra mejor que nadie la cantidad de inventores brillantes que terinaron sirviendo de destructores.
Es rutina quejarse de que no hayan sido Nobel de Literatura grandes genios que lo merecían.
Particularmente nuestro patriótico reproche es que Borges es el segundo mejor escritor español en la historia después de Cervantes, pero porque no era comunista, no le fue otorgado.
Bob Dylan lo ganó.
Como Woody y como Marlon Brando ante el Óscar, no se presentó a recibirlo. No es que dijo como Darío Fo NO LO MEREZCO.
No es que prefirió como Sartre, rechazarlo, o como Bernard Shaw donar las coronas suecas.
Rara vez se critica al Premio Nobel por dárselo a imbéciles.
Ni siquiera el actual a la coreana desforestada mental despierta resistencia.
Hay muchos más casos de ganadores que no lo merecían que postergados que sí.
Y además tenemos el problema adicional de que solo hay Nobel de la Paz. Churchill merecía el Premio Nobel de la Guerra, pero le dieron el de Literatura.
Dylan es un caso aparte, siempre.
No es que no haya merecido el Nobel. Vemos en este tema en el que reivindica en su personal caso Dreifuss al boxeador Huracán un giro admirable hacia lo concretísimo tras habernos elevado a metáforas incomprensibles con números de montañas y oceános simbólicos. Es que o es un genio de una originalidad insondable incomprensible o un manipulador de un repertorio limitado de recursos folk sesibleros de inmediata decodificabilidad. No se puede ser las dos cosas a la vez.
Gabo llamó por teléfono a Neruda no para felicitarlo por el Nobel, sino para advertirle que ganarlo era una maldición.
Günther Grass se sintió feliz de ganarlo recién después de haber hecho una obra que lo justificaba y con la cual se podía retirar: sabía que como ya galardonado, cualquier cosa que escribiera iba a ser sopesada con una vara demasiado avara.
Hemingway lo recibe casi para tener la oportunidad de gritarle a Faulkner que no es menos que nadie.
Mario Vargas Llosa lo recibe con un espíritu muy cosmopolita, pese a iniciar su carrera como admirador de Gabo, el inventor del localista realismo mágico.
No todos los años hay igual calidad de talentos, no debería existir únicamente el anual Nobel como criterio de demarcación.
Freud estaba seguro de ganarlo. Einstein, que escribió con la rodilla de la mente hincada a Freud preguntado sobre el por qué de la guerra, incluyó en la cláusula para su divorció, dividendos de ese premio que también estab convencido de obtener y obtuvo.
La historia de la humanidad, no solamente la historia de la humanidad escrita por Eric Hobswahn, no se detiene necesariamente cada año para subrayar personajes o acontecimientos.
Ya Marx se burlaba de esa pretensión, con lo hegeliano y atado al tiempo que estaba: después de Napoleón o de César no viene otro grande, más bien viene su caricatura.
Después del contemporáneo siglo de oro, en el cual viven a la vez Gracián y Lope y Cervantes y Quevedo y Góngora, España no produce genio literario alguno.
Tendemos a decir que estos genios individuales se dieron en una época mágica, pero si somos marxianos, entendemos que condiciones materiales colectivas históricas hicieron posible a esos aparentes individuos.
Celebramos como grandes hitos de la humanidad a errores como el alunizaje y en nuestra incapacidad de ponderar con rigor los verdaderos méritos y su periodicidad, ineptos para calibrar, seguimos considerando que algo tan débil, arbitrario, sujeto a prejuicios geográficos y políticos como el Premio Nobel nos da la verdadera medida...
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