La filosofía en el toquetón


 Rubén Szuchmacher me aprecia y me dio a entender, si se quiere y uno entiende lo que quiere, que no tiene inconveniente en auspiciar mi nuevo canal filosófico con una presentación en la que oficia de garante y aval de la calidad cultural.

Pero un minón infernal accedió a lo mismo y mis inclinaciones y arrastradas son invariablemente para el lado de la vulva.
Le estoy preparando el guión de su speech y les pregunto qué les parece:
-Hola, quiero declarar oficialmente inaugurado a este canal educativo que coordina mi amigo, el profesor Martín Brauer que declaró con su humildad que era una inmensa fortuna conocerme, así que tuve que hacerle precio...Tiene un bocho brillante, que brilla por su ausencia de pelo
No dejen de escuchar a Eminem....ehh, perdón, quiero decir, a esta eminencia que en breve, estamos en la inminencia les va a habar de la inmanencia...Todo lo que sé de Heidegger se lo debo a él y consiste en saber que se pronuncia Haidegger como Hail Hitler...si estás oyendo esto y sos judío, lamento haber nombrado a Adolf Hitler pero tenés que reconocer que llegó primero, no es que a Israel se le ocurrió inventar el genocidio, plagiarios...Martincito ha querido muchas veces enseñarme Aristóteles pero me he rehusado terminantemente, dado que lo nuestro solo va a poder ser platónico.Se hacen descuentos a dos entes, su deontología es de antología. Le doy la derecha en eso de que Nietzsche fue recuperado por la izquierda. Me enseñó la filosofía del derecho de Hegel y como quedaban veinte minutos, la del revés también. Antes de conocer al profesor Brauer, yo era una tosca trosca y decía que se pueden meter la lengua bien en el medio del ojete, pero ahora ya digo ACERCA DE LO QUE NO ES POSIBLE HABLAR, ES MEJOR CALLAR, la gran Wittgenstein. Mi conocimiento de Sartre era la nada, así que él me enseñó el ser. Era muy bruta yo antes de conocerlo. Escribía HAIGA sin hache, pensaba que Sartre había escrito sobre el barril de petróleo EL SER Y LA NAFTA, pero es Diógenes el del barril. Epicuro era para mí un pedicura, porque era una burra yo, era propiamente el asno de Rotterdam hasta que derroterdamos con la luz del saber mi socrática ignorancia: yo ignoraba quién era Sócrates. Hasta que no conocí a Martín, heraclitoriano no les puedo decir lo que creía era, pero todo fluyó. Yo estaba en el desierto antes de conocerlo y él vino con su cantimplora de la concepción de la lora. Ahora Kant implora que descubramos lo que hay de cierto. Con su generosidad ominosa, le pagué por aprender sobre un solo filósofo español y me prodigó a Ortega y Gasset. No tengo adjetivos para describirlo, me falta el Epícteto adecuado, yo no sabía nada del inventor del hedonismo, que tanto utilizo, no sabía qué pícteto toca. No había leído a Marco Aurelio ni a Mongo Aurelio, ni siquiera a Aureliano Buendía, mejornoche. Esculapio era para mí elogiar a una verdura. Descubrí el escepticismo de Hume y no lo podía creer. Finalmente no me publicaron la tesis porque me trago las eses y pensaron que mi título LA POMODERNIDAD hablaba de otra cosa, no entendieron un pomo. Eso me dio un veneno que ni la cicuta, con perdón de la palabra. Como cuando el existencialista llamó a Camus Cammuky porque no lo veía con buenos ojos. Me tuve que conformar con la Teodicea de Leibnitz que hay y asumir que Dios por algo destruyó a las otras peores: la existencia misma pasó a ser la definición del bien supremo. Martín siempre me habla del devenir: de venir, traete un vinardo, me dice. Al principio pensó que yo podía enseñarle algo a él pero le dije que es mejor dejarlo librado a la imaginación. Además no entiendo qué parte no entiende de las tetas como para que yo se las tenga que enseñar, su interés es meta físico. Me quería enseñar todo en parábolas pero le dije que se vistiera y que Foucault es el verdadero pelado con polera. Me gritaba NO DESCARTES EL CÓGITO y me hablaba de que estaba harto del ser-a-la-mano. Su cabeza siempre hacia lo alto: ambas, la mía también, quiero decir. Me asombran las estrellas en el firmamento y la ley moral que me explicó que la tengo adentro. Ahora que aprendí con él por suerte solo tengo cinco libros de Adorno, antes a todos los libros los tenía de adorno yo. Me explicó el argumento de San Anselmo para demostrar la existencia de Dios: que yo pueda concebir a un ser infinito siendo finita muestra que el ser infinito existe y me metió esa idea en la cabeza, eso no me lo saca nadie y más finita era yo pero con los años me volví más dulcera. O sea que si siendo yo una mortal puedo tener la noción de un ser inmortal, es porque Dios me la puso. Martín en cambio siempre fue muy respetuoso, jamás osó insinuar nada de los Anales de Tácito si bien como a todo filosofo le interesa ver qué es lo que hay detrás. Los dejo con sus clases tan poco bíblicas, porque en la Biblia en el principio fue el verbo y en alemán va al final el verbo. Toda percepción está mediada por un entretejido de palabras, sin más palabras y sin entretejido, perciban a Martin porque ser es ser percibido.

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