El fracaso final de Buster Keaton y el acaso del fracaso como mensaje último
El primer film que hizo Buster Keaton para la Metro fue EL CAMERAMA.
Comparado con todos los films que hizo como productor independiente, es muy flojo. Comparado con el trabajo de cualquier colega, es brillante.
Guardiola le dijo a Messi que le iba a enseñar a correr solo en los momentos estratégicos y lo iba a hacer hacer más goles, lo cual fue cierto, a pesar de que la hinchada argentina que solo sabe de poner huevos y no de método, lo consideró un tibio pecho frío hasta que finalmente ganó la Copa.
Irving Thalberg le dijo a los Hermanos Marx que quitaría el ochenta por ciento de sus chistes ametralladora, les incrustaría una historia de amor y haría que sus películas vendieran diez veces más. Así fue. Pero ese mismo Thalberg fue la ruina de Keaton, quien al ser lapidado con la estatua de ser contratado por el gran estudio, fue apartado de su modalidad lúdica de improvisar escenas.
EL CAMERAMA es un film romántico que cuenta la historia de un enamorado dispuesto a todo para estar cerca de LA AMADA. Buster Keaton pertenece a una estirpe de moralistas cuya decencia no es la consumación erotómana, sino el amor cortés. Eso lo hace el mayor gigante del humor, la alusión, el cortejo, la dignidad de la renuncia, la delegación de la gloria a otros.
Esta película menor cuenta con escenas filmadas en la Nueva York real, una hermosa improvisación del beisball y un simio realmente brillante, pero merecería haber sido un fracaso.
Su éxito comercial convenció a la Metro de que el método de disciplinamiento triunfaba.
Imaginemos a Tom Cruise sobornado por Neflix para dejar de correr y permitir que lo haga un doble.
Buster Keaton era brillante, pero la Metro lo redujo a segundón, a partenaire, a resbaladizo comparsa.
Le negó hacer films sonoros sin argumento para hacerlo: Buster Keaton ha pasado a la historia como genio del cine mudo que no se adaptó al cine sonoro en un relato harto calumnioso. No solo tenía una excelente voz y hablaba muchos idiomas a la perfección. Había entretenido a las tropas hablando y había hecho de los carteles del cine mudo epigramas dignos de Oscar Wilde.
Chaplin se burla de la policía con autoridad ética pero Keaton rehuye del erotismo, de la emoción y de la moral: se burla de la policía para escapar, nada más.
Su fé en el humor puro no encajaba con género alguno y lo que suponía un ascenso codiciado, fue firmar su certificado de defunción.
La Metro lo contrató como asesor de otros humoristas. Hay muchísimas películas sonoras de Keaton que nadie elige recordar, porque en ellas no tenemos un artista singular con una visión de grandeza peculiar que prescinde de formas clásicas y clishés: au contraire, se lo contrata para que haga la segunda y sea el idiota, pero con una chica atractiva, con un mensaje, sin las alas de su unicidad. Se le pide que recree alas atléticas y circenses y no las que lo hacen el mayor humorista puro: el que avanza animalmente con -como lo decretó Lorca-ojos de avestruz.
Es como agarrar a un futbolísta genial como Paredes y hacerlo jugar en el Boca de Russo.
De pronto los propios ideales de Keaton, que lo hacían superior a Chaplin, lo carcomen, lo fagocitan: es demasiado modesto, no espera reconocimientos sensibleros porque abomina de las emociones baratas.
Todo lo que lo hace imenso conspira súbitamente contra él.
Siente que pierde contacto con sus hijos y los lleva a un viaje a México: su arpía esposa Nathalie lo denuncia como secuestrador. Pierde la custodia de sus amados hijos, siendo más talentoso como padre cariñoso que como ninguna otra cosa, le arrebatan todos los tableros de juego en los que era el mayor maestro de todos los tiempos.
Como Oscar Wilde, sus hijos adoptarán otro apellido.
Como la Metro, no estoy preparado para la grandeza. No sé digerir la ausencia de final feliz o sentido o enseñanza. Así que concluyo que se llevó al gran amor de su vida, lo único útil de la Metro. La mujer que supo comprenderlo, admirarlo, mimarlo y retornarlo a lo más suyo.
No sé si, como cree Hegel, hay un sentido de la historia. Sin duda hay un sentido del recuerdo. Recordamos a Buster Keaton como el mayor genio del cine mudo.
Si hoy nos mostraran obras de Sófocles coescritas con Sofovich para ganarse el puchero, preferiríamos el piadoso olvido. Y eso es lo que son todas las producciones sonoras de Keaton para la Metro.
Valiosas y logradas escenas si las hiciera otro, por ejemplo Jimmy Durante. Insultos y escupidas a lo sublime del demiurgo cuando las tenemos que comparar con él mismo.
El humor puro de Keaton es el caballo que abrazó el último Nietzsche: da cuenta de nuestros temores, de nuestros anhelos, de nuestra vileza para salir adelante. Se atreve a hacernos reír de lo más innoble que tenemos sin escudarnos en una mala infancia o una enfermedad social o bullying, sobreprotección, procrastinación, exceso de harinas, manipulación de los medios.
Es el más desnudo de los llamados a asumirnos humanos y a no temer fracasar: porque ser humanos es un fracaso...
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