La mejor road-movie de la historia se hizo en locomotora

Walter Benjamin fue un infiltrado entre los iluministas, cuyo romanticismo le hacía decir que hay que poner el freno de mano a la locomotora del progreso. El misticismo de Gerhard Sholem y su melancólica constatación de que la civilización se erige sobre la barbarie lo llevó a comprar a Paul Klee el cuadro Angelus Novus y a definirlo como el Ángel de la Historia que retrocede espantado frente a las atrocidades, dirigiéndose del presente hacia el pasado, el refugio de la edad dorada de la infancia mística. 
Si solo fuera por comparar EL MAQUINISTA DE LA GENERAL, si solo fuera por ver la primera voladura del puente sobre el río Kwai y una colosal épica desde el lado del enemigo en respuesta al éxito de Griffith EL NACIMIENTO DE UNA NACIÓN, no podemos felicitarnos de tener internet y celulares y muebles tan chiquitos, como los que no se ven en LA RUEDA, para vivir en un mundo en el que nadie renuncia a nada, excepto a la dignidad de la renuncia.
Revisitar la entonces más cara y la actual mejor película muda resulta la mar de elocuente. No necesitamos hacer abstracción de la época, meternos en el mundo de la gente de aquel entonces para que la historia nos atrape, nos haga reír, nos interpele y nos hable con una vigencia que ciertamente no tiene la palabra VIGENCIA.
Y es que si Shakespeare tiene su actualidad en hablarnos de los celos de Othello que son los mismos celos que siento del marido de Jennifer López hoy, Buster Keaton renuncia a la emoción con una apuesta estoica que deviene incluso mayor igualdad entre los sexos que la actual, al hacer de la mujer una bolsa de papas y un objeto que puede resbalar con la cáscara de banana igual que un hombre y al mojarle el culo y no hacer ningún erotic relief en ello.
Es el puritano de la comedia, nunca hubo antes ni habrá después un capocómico que renuncie deliberadamente a aprovecharse del suculento minón y las tensiones que despierta. La vida es en su mundo una milicia y no el desierto de los epicúreos llenos de apetito.
En la versión para Emecé, Borges termina su poema dedicado a la admiración por la eficacia bélica israelí: UNA SOLA COSA TE PROMETEMOS:TU SUERTE EN LA BATALLA. En la versión para Editorial Alianza, publicada ulteriormente, corrige una palabra, de ese poema a Israel que empieza diciendo que temía que acecharía la nostalgia del país del ayer y no la pujanza del país de mañana: UNA SOLA COSA TE PROMETEMOS: TU PUESTO EN LA BATALLA. 
Consultado en un reportaje, dirá que no se entendía que SUERTE es el modo de denominar al PUESTO en la jerga militar.
Buster Keaton empieza este film sin otro sueño que ser aceptado en el enrolamiento. Como maquinista de locomotora consideran que es más útil a la causa que como soldado y lo rechazan sin aclararle que es en virtud de sus virtudes. El cine mudo se basa en esas ausencias de aclaraciones. Podría llamarse CINE SORDO. 
La epopéyica gesta de raptar un tren, recuperar un tren, recuperar a la chica, alertar al ejército, en modo Popeye espinacado siempre está a punto de volverse gloriosa y siempre un espartano anticlímax nos libra de blandengues sensiblerías. 
Buster Keaton no solo renuncia a ser heroico: como antihéroe, a diferencia de Chaplin o de Woody, renuncia a ser simpático. 
Hace poco despedimos a una joven campeona que aprendió a boxear para defenderse porque la cagaban a palos. Hace poco elogiamos EL BOXEADOR ALIAS BACALAO que pasó sin pena ni gloria mostrando exquisitos y elegantes contrastes aristocráticos de un niño bien malcriado con su contraparte bestial. Hoy el elogio recae como renovado homenaje a LOCOMOTORA en tren de recuperar este viaje a un pasado que nunca exisitó, al MAQUINISTA DE LA GENERAL, film lineal en el que Buster opta por no llenar de manieristas gags que no dejaban de ocurrírsele, para no poner barreras a una vía para nada de evasión. El filme es un viaje a nuestros valores intrínsecos y un llamamiento a nuestra mayor lealtad que es despersonalizarnos y agradecer ser aceptados como parte de un esfuerzo sin cuartel en el cuartel. 
Buster Keaton se convierte en el mejor soldado antes de recibir con el orgullo de quien es nombrado Sir, su nombramiento como soldado raso. 
Ahora puede besar a la novia, que se había rehusado a verlo hasta que no tuviera su uniforme.
La uniformidad como ideal, el derecho a ser exigido y sacrificado.
Si esto es pochoclismo efectista, el elogio de la guerra en la novela de Henri Barbusse es el Circo Orlando Orfei.
Y lo más lindo es que la ficción que pinta tan llena de hazaña apenas nos da la medida de la hazaña en la vida real que fue para la evolución narrativa en imágenes de la historia del séptimo arte. 
Loado sea el mayor acróbata del ejército cinéfilo, por haber tenido la valentía artística de reivindicar la valentía militar.

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