La nueva puesta de Rubén Szuchmacher
Un suicida alemán, que solo lo fue por otro, Hitler, Walter Benjamin, menos famosos que el personaje Werther, llevaba consigo un cuadro de Paul Klee, Angelus Novus, al cual interpretaba como el ángel de la Historia que retrocede espantado del futuro hacia el pasado observando las atrocidades. Esta reconceptualización del tiempo articula la mística de Gerhard Sholem con el comunismo científico de Marx: la Revolución será redentora de los muertos del pasado, desplegará su justicia hacia atrás.
En esa tónica podríamos atesorar la brillante puesta en escena del WERTHER como una reconciliación entre el cine americano de los treintas y la década siguiente y su compentencia francesa. Si en el cine norteamericano campea el final feliz y todo termina con un beso, el francés es el arriesgado oscuro que se atrave a tomar al toro por las astas y dar cuenta de la realidad angustiosa de la existencia: en lugar del beso, todo termina con el suicidio. Werther, redentoriamente, hace del suicidio un beso: no es su suicidio un chantaje por despecho, sino el prometido descanso de la romantificación de la muerte, que bebemos en Schubert y describe Novalis.
Un rosado sofá freudiano es parte del despojado mobiliario casi japonés de austero, sugiriendo todo el mundo onírico y su decisiva determinación en la fáctica lucidez. Se nombra en la ópera de Messenet así como en la novela de Goethe que Werther traduce unos versos de Ossian.
Goethe no sabía que Ossian no era un poeta oriental antiguo, sino un escocés contemporáneo:es el futuro el que reinventa y redime el pasado.Winckelmann funda la arqueología con un error craso asegurando que la cultura griega no era realista y como pruba está, que las estatuas eran blancas. Pero no se trata más que de lo que el tiempo despintó. Así como se resignifica la frase sobre Gardel cantando cada día mejor que nace como sarcasmo por cómo el Gobierno con ayuda de Natalio Botana encubría informar sobre el asesinato en el Senado.
Suele decirse que el nacionalismo francés es un brindis y el alemán un alcoholismo: por eso está bien decir que esta ópera es el Tristán e Isolda francés, en el sentido de la exigencia al tenor y está bien decir, por el uso tan moderno del saxofón, que Messenet es el Puccini francés. Un nacionalista al estilo alemán querría para Francia decir que en realidad Messenet vino antes y que Puccini es el Messenet frances, pero decir eso es negar que Puccini es más grande, es obedecer a la cronología de un modo que la mente con sus viajes en el tiempo y sus resemantizaciones no hace. Nuestra mente se enamora de un pasado no correspondiente. Werther es la historia de un amor no correspondido que da lugar a que Goethe tenga un grupo de seguidores a los que no puede corresponder. Tampoco corresponde epistolarmente a Bettina von Arnim, quien mutila la correspondencia, y publica una novela epistolar que va a inspirar LA INMORTALIDAD de Kundera. Elizabeth Nietzsche, la hermana de Friedrich, habrá también de mutilar la obra que da a publicar, logrando que su hermano parezca nacionalista alemán y antisemita. Pero basta con leer con atención sutil frases como que hay más fuerza en Goethe que en Beethoven para entender de qué lado estaba el nihilista.
EL MUERTE ES UN SABIO ORIUNDO DE ALEMANIA, SU OJO ES CELESTE, TE DISPARA CON BALA DE PLOMO, CUESTE LO QUE CUESTE. Tod ist ein Meister aus Deutschland, Sein Auge ist blau, el trifft dich mit bleiender Kugel, er trifft dich genau: el más famoso poema alemán de la posguerra, el que contesta al dictuum de Adorno respecto de que después de Auschwitz no hay poesía, fue escrito por Paul Celán, otro suicida, con esta única parte rimada, que recoge para su biografía del cultor de la muerte, Heidegger, Rüdiger Safranski, autor por añadidura de la mejor biografía de Goethe hasta el momento.
Szuchmacher, de la cofradía SZ, tema que titula uno de los libros de Roland Barthes, deja que la música se abra camino, haciendo del escenario algo funcional a ella. Nada falta pero nada sobra, hay un minimalismo que minimiza el mal. El trágico final es malo, pero el diálogo final tan pleno de reconocimientos, redime desde el pasado, desde la agonía todavía viviente, al futuro, enterrado junto a los dos tilos.
Hemos mencionado a Nietzsche, que es uno de los alemanes que Francia a través de Bataille recuperará. Su insistencia en ver el sustrato fisiológico brilla en esta puesta, en la que la sorprano con gestos corporales acompaña el carruaje de la orquesta, dado que en la ópera francesa, es la música la verdadera guía, por encima incluso de las voces.
La vanguardia en el sentido benjaminiano, entonces, no necesita de futurismos. Vemos todas las actualidades del Werther sin necesidad de verter paralelismos con Lagomarsino, al facilitar Carlota las pistolas. La vigencia es obra de la plural emoción, la riqueza de la determinación teutona, matizada por la lengua gala.
Para regalarnos este lujo asiático, Rubén Szuchmacher apeló en cuanto a utilería a la más útil depuración nipona.
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