Borges engordó "El Aleph" antes que Pablo Katchadjian
Curiosamente, "el Aleph" fue dictado a Estela Canto y fue enriqueciéndose con agregados, pese a la tradición de Borges de empezar siendo barroco, gárrulo y desmesurado, como en sus poemas ultraístas, para cincelar y burilar en la correción suprimiendo. Es un cuento al que le va a agregando descripciones. El "vi el populoso mar" que nace como enumeración caótica whitmaniana va ampliándose en reescrituras y ulteriores mejorías, probablemente el único caso de expansión creativa en la historia de un perezoso Borges, que solía escribir arrebatado por la inspiración y coartar, cercenar, mutilar.
Basta con ver las sucesivas correcciones del poema "Final de año" cotejadas por Daniel Balderston.
Se suele atribuir la personalidad de Daneri a Neruda como anagrama imperfecto, dado que le ganó el Nobel que le estaba destinado justo cuando decidió recibir un premio de manos de Pinochet, parece deliberada jugada chilena. Y por el parecido con el "Canto General" y su burla. Se dice que siendo Beatriz Viterbo, Norah, la conquistada por Oliverio Girondo, Daneri es el autor de "El espantapájaro", tan barroco y arrogante.
Lo cierto es que hay un antes y después en Borges. Más bien es la burla a su yo romántico, vanguardista, ajeno a todo el tesoro del pasado, libre del amor a las formas clásicas. Después de "El Aleph", Borges es el Borges que amamos, o que odian quienes lo odiaren: es el Borges quintaesencial. El anterior va a ser retocado para las "Obras completas", subterfugio para no incluir toda la "Obra completa", reescribiendo en los sesentas los torpes poemas de los veintes. La fundación de Buenos Aires "mitológica" pasa a ser "mítica" y las "naos" pasan a ser "naves". Abrazar el clasicismo es ceñirse a toda la renovación que redescubrir la antigüedad permite con muchas más ventajas que inventar el paraguas, la dinamita o el agua caliente. Lo ayuda Bioy, mucho más admirador de Cervantes que Quevedo.
Algo que nace del chiste de trasladar la idea de eternidad, a un tiempo el presente, el pasado y el futuro al espacio, redunda en el cuento más profundo, todavía tímidamente acorazado con vueltas: hubo otros o Alephs, Daneri está loco o le hago creer que lo está.
Abrazar el argumento sencillo y depurar la complejidad temerosa, a la manera del último Kipling, será el Borges que conocemos. "El libro de arena" no va a incurrir en adjetivaciones como la "unánime noche". Los argumentos serán lineales y la voz narrativa, concisa. Borges se desembaraza de su caricatura, Daneri, como lo aconseja Lacan: librarse del padre, valiéndose de él.
"El Zahir" será su reductio ad absurdum de lo inolvidable: lo consuela de no poder olvidarse de una mujer que lo enamora, pensarla como a una mera moneda de diez centavos, igual a millones. Hubo muchos posibles Borges, multiplicados en "Revista Multicolor" de Botana y en "Sur" y en "El Hogar", antes de que se decantara con británica elegancia por la parquedad sucinta. Pudimos haber tenido un Borges sentimental, un Borges excesivamente enciclopédico, un Borges imitativo de Gomez de la Serna y de Quevedo y Lugones.
"Guayaquil" es una joya schopenhaueriana gracias a la evolución que supuso "El Aleph". Ni la ceguera, ni la desdicha amorosa arruinarían la voz finalmente encontrada para decir cada cosa. El único e inimitable Borges que hoy reverenciamos y no nos atrevemos a afrontar fue millones de veces imitativo hasta encontrarse. Y cuando se encontró fue, precisamente, en "El Aleph"
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