Nuestras almas a la noche


 Una de las más hermosas películas de Robert Redford es una reflexión acerca de la ternura de la intimidad en la vejez y es la única que está en algo tan nuevo como Netflix.

Jane Fonda, viuda, le sugiere pasar noches juntos, no por sexo, sino por companía.
Es una película que hace del amor al detalle y cierta elocuente parquedad una caricia al alma.
El alma está presa del cuerpo, como decía Platón, más que nunca en la segunda juventud. Sabemos todo, pero ya nadie nos presta atención. Organizamos nuestra vida de acuerdo a parámetros del siglo pasado. Viene un instagramer a casa y le hacemos una recorrida, como se solía.
Los millenials mismos han descubierto en sus cogederos de incontinente lujuria que algo tan egoista como el orgasmo no tenía nada que ver con construir intimidad.
A mí se me ofreció una candidata a que sea su jueves. La idea me agradó porque adoro la novela de Chesterton "El hombre que fue jueves": me decía que ella estaría con uno diferente cada semana y yo sería el jueves: vendría a casa con su yogur casero, si es que me gustan los lácteos, tendríamos sexo apasionado y yo no tendría que realizar todo lo que usualmente se requiere para conquistar sus favores: tener tatuajes, cadenas, músculos definidos de entrenar a diario en el gym: -soy una pizza precalentada que si no fuera por los seis hombres que te están dando flor de mano, no podrías conquistar.
Mi alma chapada a la antigua rechazó un gran placer sensorial por concebir más absolutistamente el gesto de entrega, con una ilusión de exclusividad.
Jane Fonda la rompe al ser aquí una joven atrapada en su edad y al tomar la clásica iniciativa que todas las novelas que nos educaron sentimentalmente creen que parte del varón. Ante una mujer que es pasiva, una porcelana, una delicada flor mancillable que no debe exponerse a nuestras brutalidades.
El tiempo suplementario que la ciencia nos ha ganado en tanto homo sapiens que solíamos morir pronto, es tiempo de remordimientos, reconsideraciones y resignación. Tenemos un cúmulo de memorias pero no siempre tenemos al compañero que ha compartido, no nuestro golazo en el partido de egresados, sino la publicidad de un producto que ya nadie conoce.
"Nosotros a la noche" explora la sutil sensibilidad de personas entradas en años sin que sea el diálogo algo rimbombante o pretencioso. Más bien el diálogo es la mostración de la timidez: solo diremos lo convencional, lo seguro. La intimidad no estaba en nuestros afiebrados genitales, sino en nuestra vulnerabilidad escondida. Nuestro orgullo nos ha hecho vivir una vida digna para el qué dirán. Nada es menos digno del qué dirán que nuestro corazón secreto, nuestros miedos, nuestras ambiciones locas, nuestra meceta de familiaridad con personas de la mayor confianza. Moriremos sin que nos conozca realmente nadie si no sacamos esa melancólica sinfonía schubertiana también afuera, más allá de las perfecciones de nuestros trabajos Bach, nuestra pasión Beethoven, nuestros navideños juegos mozartianos, nuestro romanticismo de Chopin. Somos las múltiples identidades que habitamos pero cuando no hay ante quién actuar ni interlocutor al que entretener, nuestra alma tiene su singularidad y se siente sola. Nos da muchos sentidos la vida, a través del trabajo y de los deberes domésticos y de la religión y de la familia. Pero estar acostado y hablar antes de dormir con alguien nos autorrevela un corazón desnudo secreto. El que también es quejoso, chismoso, envidioso y erige la fortaleza de un yo que hemos tenido que arquitectonizar. Porque ser individuos nos obliga al patriotismo de defender esta cara y estas falencias y estas capacidades y a querernos a nosotros mismos, cosa que miles de orgasmos no hacen, pero un solo elogio de un ocasional alumno pueden remontar.
No somos esquimales que veneramos a nuestros sabios ancestros: más bien los relegamos a geriátricos casi psiquiátricos. La sobrevida no es el ideal social, no pensamos en que haya sabiduría en quien no sepa chatear con la Inteligencia Artificial y crea que Marlene Dietrich es una belleza. Nuestro ideal del progreso se centra en la juventud. Una juventud que nace tras muy lenta evolución después del nacimiento. Somos el único animal que requiere tanto tiempo para aprender a caminar. Eso debería ayudarnos a entender que la llamada "vejez" es un florecimiento. Solo en nuestra especie.
No hay mayor calidad de amor que aquella que se despliega cuando las salvajes desmesuras son utopía.

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