Robert Redford, flor de hijo de Utah
Al salir de ver "Peligrosamente juntos" con mi madre, mi madre suspiró y dijo que era una pena inmensa que hubiera muerto un hombre tan buen mozo. Se me hizo un nudo en la garganta y le pregunté si era cierto que Robert Redford había muerto. Me dijo que lamentablemente fue víctima de una enfermedad que se acaba de descubrir, el SIDA. Le dije que era una enfermedad espantosa, que ya se había llevado también al gran Rock Hudson. Entonces se rascó la pera brevemente y rectificó: era Rock Hudson el que había muerto.
De manera que vengo preparando esta necrológica desde los años ochenta y Redford tuvo una larga y muy bien aprovechada sobrevida desde que mi madre lo matara.
En una de sus sobrevidas paga un millón de dólares a una bella mujer casada para que se acueste con él, increíble argumento que pasó por dilema ético, cuando todos nosotros, incluso los heterosexuales, nos acostaríamos con él, pagando.
Antes de haber entrado a la actuación estando en el medio y a fuerza de su hermosura, Bob conoció el alcoholismo tras la muerte de su madre, la redención con una esposa creyente, el máximo dolor al morir súbitamente su hijito.
"La dimensión desconocida", "Perry Mason" y "Alfred Hitchcock presenta" marcaron su bautismo de fuego. Sería "Descalzos en el parque" de Mike Nichols su primera película de las que vistas hoy nos regocijan, divierten, erotizan y atrapan. Su anonadante partenaire no tardó en enamorarse y estamos hablando de la más suculenta de sus performances, incluyendo la "Barbarella" de Roger Vadim, con desnudos: Jane Fonda. Primero la hizo en Broadway. "Butch Cassidy and the Sundance Kid" de 1969 da nombre al Festival Sundance, que fundará para alentar al cine independiente, el primer cine que decidió filmar cuando se volcó a la dirección.
Lejos de divismos mezquinos como la letra chica de los contratos de Marilyn que impedían que hubiera chicas lindas que la eclipsaran, actuar junto a Paul Newman lo embellecía más aún, sellando una gran amistad, que nos dará "El golpe". "Just the way we are" lo muestra junto a la entonces más popular que él, la locomotora de las taquillas, Barbara Streisand. Hoy si le muestro a mi hijo la película , me pregunta cómo un actor tan guapo pudo ser tan bagayero: pero en su momento, Streisand era la máxima diva, la mejor cantante y en virtud de todos sus talentos hasta vista como gran belleza.
"Todos los hombres del presidente", coprotagonizada por Dustin Hoffman cuenta la contemporánea historia del caso Watergate, uno de cuyos periodistas estrellas se casó con Nora Ephron, guionista de las mejores de la historia. El guión, en este caso, es de William Goldman, acaso el más completo guionista norteamericano de la historia, con quien hará "Un puente demasiado lejos" y fue dirigida por Alan Pakula. No es Quasimodo, no destiñe este Príncipe Azul en contraste con el gran actor del método.
"África mía" cosecha una cantidad de Óscars como para hacer dulce y Meryl Streep se le enamora por su parte. Su debut como regisseur le hace ganar el Óscar al mejor director: "Gente como uno" protagonizada por Donald Sutherland.
En 1992, para "El río de la vida", quiere a un actor joven que oficie de alter ego: trigueño, agraciado, con cara de bueno, simpático, con una visible estirpe moralista. Contrata a un ignoto que ahora sí nos resuena: Brad Pitt.
Otro film laureado es su adaptación al cine de la estafa de los premios arreglados en "Quiz show", filmado con exquisita cámara fija a lo Howard Hawks.
Hizo una aparición sorpresa en "The Advengers" y antes apoyó a Tom Cruise, volvió a actuar con Jane Fonda, hizo "Habana" de Sidney Pollack, se puso de novio con Sonia Braga, se puso a criar caballos pura sangre, construyó un rancho con sus propias manos y financió independientemente su fomento al cine independiente.
Hay una cualidad cinematográfica única en él: su hermosura no nos aturde. Nos gusta antropométricamente su frente inteligente, pero más oírlo hablar, con su dominio inigualable de plantarse ante la cámara. Antes de convertirse en director de cine, la índole de su actuación obliga a cada director al close up selectivo, convirtiéndolo en quien más influye en la escena.
Por vía matrilineal heredó el escepticismo complacido de lo que William Butler Yeats llama "la loca irlanda": su sonrisa trae consigo el guiño, no es mortalmente decente como la de James Stewart ni un festival de invitación hedonista como la de Cary Grant.
A sus ochenta y nueve años pasa a otro plano, un actor bellísimo, talentoso y sensible realizador, quien lograra entrarnos tan íntimamente, que sentimos que ha muerto un pariente...
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