Werner Herzog, un misticismo inmanente

Minuto 49: Herzog inventa una cita y se la atribuye a Pascal. Lo justifica convencido de que así lo habría dicho Pascal, no podría haberlo dicho mejor.
Una fuerza auténtica hace a Herzog creer en una fuerza auténtica, que nos despabila de rousseaneanos engaños Disney respecto de las bondades de la naturaleza. No se llama a engaño: suscribe a aquella Naturaleza roja en uñas y dientes de Tennison que hizo a William Turner atarse a la proa para experimentar al mar salvaje en su brutalismo.
Y un amor profundo hacia lo ancestral lo guía. No es un mero tecnófobo anticonsumista: cree en caminar como fuente de sabiduría. Cree en filmar poesía sin saber su significado. Ningún antropólogo nos podría haber mostrado mejor las pinturas rupestres. Hay religiosidad sin Dios en Herzog y amor a un amor a la verdad que trasciende el narcisismo artístico. Por eso puede trabajar con trabajadores griegos y hacerles repetir frases, con enanos y con actores hipnotizados. Una fuerza nietzscheana lo alimenta desde su rechazo al romanticismo. Desde su rechazo mismo a que su amado Hölderlin sea considerado parte del romanticismo.
Es el que nos señala la deseperación inaugural y prometeica de un caminante que hace camino al andar, a despecho de un mundo aparentemente funcional. No es que le interesen los perdedores: le interesa iluminar el caracter perdedor y épico de todo gran hombre.

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