Ethan Coen y una genialidad olvidada
Una maldición al peor estilo del triángulo de las Bermudas pesa sobre el personaje Sherlock Holmes.
Como el hartazgo de Quino con Mafalda, de Spinetta con "Muchacha, ojos de papel", de Paul Celán con "Fuga de muerte", poema al cual desechó de sus obras comlpletas.
Esa maldición hizo que una obra maestra absoluta de un artista no menos imperecedero y brillante que Conan Doyle, Billy Wilder, viera que su "La vida secreta de Sherlock Holmes" lo arrojara a la falta de financiación de próximos filmes.
Las versiones inspiradas en el detective abundan. "Elemental, Dr. Freud" postula un hermoso encuentro con el padre del psicoanálisis. Marty Feldman tiene una comedia hermosa y olvidada sobre Holmes. Spielberg hace un Holmes niño, Robert Downey Junior un Holmes karateka.
Will Ferrer, escogido por el casting de Woody para "Melinda, Melinda" y la hermosísima Rebeca Hall, escogida por el casting de Woody para "Vicky, Cristina, Barcelona" protagonizan una versión cuyo guión escribe uno de los hermanos Coen, Ethan, cuya perfección nunca es sincrónica y que requiere años para ser valorada en su justa medida.
Este film que puede apreciarse en Netflix nos muestra a un Holmes casi llevado al grotesco de Discépolo, emparentado al "Joven Frankestein" de Mel Brooks, guarangamente atreviéndose a matar a la Reina de Inglaterra, a bromear con ideales londinenses finiseculares, parodiar ideales norteameicanos y acercarse a los Hermanos Farrely con chistes sexuales y a "Padre de familia" con chistes de vómitos. Una ráfaga que parece haberle sido soplada al oído por Zucker Abrahams y Zucker de "La pistola desnuda" carece de todo escrúpulo para desvíos tan improcedentes como transgresores.
En su momento, ni la crítica ni el público respondieron.
Homenajes a musicales, alusiones a modernas tendencias, anacronismos, interpelaciones al espectador, un repetorio de recursos variados de formas de chiste pasaron abucheadas y hasta fueron escogidas como peor película del año.
Ahora que cada una de las partes se ha repuesto económicamente de este fracaso de taquilla, podemos asomarnos a verla como vemos una vieja película de los Hermanos Marx temiendo tener que hacer muchas concesiones a la época y a no reírnos. Y ahí descubrimos que es una genialidad.
Ametralladora de gags, homenaje irónico, brillante resiliencia en el sarcasmo, permanente afirmación de algo contradicha por los hechos, postulación de una filosofía de vida refutada por lo que convenía. Cuando Holmes por fin advierte el valor de las emociones irracionales queda imbecilizado por el enamoramiento y deviene inútil.
Una comedia que aprovecha que el espíritu carnavalesco que anima a la irreverencia tiene doble filo y arrasa con la solemnidad pero después, dialécticamente, con el mensaje en favor de la irreverencia.
La cortesía y los mandatos sociales de la corrección política nos llevan muchas veces a exagerar la obsecuencia y la amabilidad innatural.
En esta película tenemos la vuelta de tuerca al cinismo hecha con infinito amor, moviendose y girando contínuamente en una dirección u otra para interrelativizarlo todo: me burlo de este anquilosado personaje pero lo redimo, desnaturalizo una época pero la reconcilio con la nuestra.
Pocas veces me he reído tanto en mi vida como en la escena del telegrama de la fotopija...
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