La espinosa neurobiología filosofando


 Tras escribir "El error de Descartes", en el que este neurobiólogo desprecia el dualismo que separa emociones de razón, basándose en un caso de un cerebralmente lesionado que al ver afectada el área emocional (llamada, por su forma de almendra, como muchos otros órganos, "amígdala") no puede tomar decisiónes inteligentes, Antonio Damasio escribe un segundo libro elogiando a Baruj Spinoza, monista que exalta el papel de la emoción para la generación de pensamientos.

También Bernard Shaw, evidente discípulo del Nietzsche que retoma a Schopenhauer, consideraba que la ética debe basarse en los sentimientos, considerando que hay una "pasión moral".
Adorno y Horkheimer en "Dialéctica de la Ilustración" llegan a culpar a Kant y a Voltaire y a Diderot, que exaltan la inteligencia por sobre lo irracional, a favorecer el advenimiento de los campos de exterminio, inteligentísimamente diseñados para fines emocionalmente imbéciles.
Schelling, Fichte y el propio Hegel repitieron un concepto similar al que dijo Perón de los radicales, demócratas cristianos e izquierdístas. Podemos ser hegelianos, fichteanos o schellingeanos, pero todos somos spinozeanos.
Explícito en su inspiración es Deleuze, que retoma las nociones de emociones que potencian.
A Borges le interesó muy especialmente y le dedicó dos sonetos:
Spinoza
Las traslúcidas manos del judío
labran en la penumbra los cristales
y la tarde que muere es miedo y frío.
(Las tardes a las tardes son iguales.)
Las manos y el espacio de jacinto
que palidece en el confín del Ghetto
casi no existen para el hombre quieto
que está soñando un claro laberinto.
No lo turba la fama, ese reflejo
de sueños en el sueño de otro espejo,
ni el temeroso amor de las doncellas.
Libre de la metáfora y del mito
labra un arduo cristal: el infinito
mapa de Aquel que es todas Sus estrellas.
En El Otro el Mismo (1964)
Bruma de oro, el occidente alumbra
la ventana. El asiduo manuscrito
aguarda, ya cargado de infinito.
Alguien construye a Dios en la penumbra.
Un hombre engendra a Dios. Es un judío
de tristes ojos y de piel cetrina;
lo lleva el tiempo como lleva el río
una hoja en el agua que declina.
No importa. El hechicero insiste y labra
a Dios con geometría delicada;
desde su enfermedad, desde su nada,
Sigue erigiendo a Dios con la palabra.
El más pródigo amor le fue otorgado,
el amor que no espera ser amado.
En La moneda de hierro (1976)
El interés de Borges por Spinoza es idéntico al de Einstein por buscar una única ley, una fuerza fundamental, que los budistas llaman "la sed", Bergson "elan vital", Schopenhauer, algo torpemente para referirse a una fuerza ciega no teleológica "Voluntad" y Freud "sexualidad". Sorprende en plena época de psicoanalistas (que creen que las pulsiones sexuales nos hacen juguete de su inclinación) y cognitivistas (que con ayuda de la medicación recuperan el estoicismo de Epicuro según el cual podemos dominar los arrebatos de la emoción con interpretaciones y construcciones cerebrales) que este neurobiólogo oblitere la huella freudiana que trasciende la clínica para posicionarlo como filósofo.
Borges se sentía fascinado por Spinoza y su panteísmo, pero el panteísmo de Borges no es el de Spinoza. No es que Dios está en la Naturaleza, ese inmanentismo determinista que está tan reconciliado con el monoteísmo que no se entiende que los judíos lo hayan condenado a que nadie se le acerque a siete codos (siendo el codo, claro está, una unidad de medida muy judía). Es que un hombre es todos los hombres, el panteísmo de Whitman. Aparece en su "nuestras nadas poco difieren" que parece el colmo de la humildad, pero le permite apropiarse de cada hazaña y proeza: Borges pisó la luna no menos que Neil Armstrong.
La clonación nos permite emular cuerpos idénticos pero no culturizados: la Inteligencia Artificial adivina probabilísticamente qué diría una mente determinada: solo nos falta para poder reemplazar a todo humano una tercera entidad que nos de lo que sentiría ese cuerpo, esa mente.
En 1674, a pesar de publicar en latín, la publicación de Spinoza es condenada a la lista negra, incluso en la tolerante Holanda.
Es difícil clasificar a Spinoza como rebelde: Jesús se consideró judío ortodoxo, Lutero quiso purificar el cristianismo.
Hoy estudiamos la historia de la filosofía de acuerdo a cómo Hegel la cuenta, sin incluir a Spinoza. Tampoco la religión lo reivindica: el Dios que está en todas partes no nos ofrece los consuelos psicológicos que las religiones nos ofrecen. La totalidad es la máscara de la nada. Es como cuando una chica que nos gusta nos dice "nos vemos en cualquier momento", que es la nada misma, mucho peor que "nos vemos en tres años, dos meses y cinco semanas que ando muy ocupada ahora, negrito".

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