La laringe del eslabón perdido
Así como Curvier llegó partiendo de un error producto de su teología a calcular la edad de nuestro planeta, Jean Baptiste Broncoespasm nos permitió posar la mirada en un fenómeno fósil cuya verdadera historia recién ahora pudimos reconstruir, dada la metodología posmoderna, de primero deconstruir para luego reconstruir.
Pero recordemos a este prócer de la biología injustamente ecplisado por el eclipse de 2028 que lo dejaría ciego, reduciéndolo a dirigir los partidos de Barracas en lugar de buscar el eslabón perdido.
Bastante perdido fue su paso por humanidades, pese a que estuvo tratando de convencer a quien quisiera escucharlo de que los libros de Lacan están estructurados como un lenguaje.
Su viaje en catamarán hasta la isla de Martín García donde reconoce especies como el mono mordedor furtivo, la mosca illex paraguayensis y el venteveo, también llamado "bicho feo" no por su mala apariencia, sino porque su canto parece enunciar fonéticamente dichos vocablos, despierta una fortísima pasión naturalista, combinada por el interés antropológico y comandada por una libido febril propia de su primera mocedad-la misma libido que lo demora en decidirse a estudiar Biología, porque le habían chusmeado que las de Psico estaban más buenas.
Su libro inicial, al que tuve el honor de prologar, no se apartaría de la ortodoxia en materia de estudios de animales que imitan a otros. A los consabidos ejemplos de las víboras que se mueven temeriamente como si fueran venenosas, los peces con pez anzuelo, la caracola del Ictus, el tortugo gigante de las Galápagos que finge ser un elefante durante la fiesta del pastelito de membrillo en Gurubuy-llegando a nadar 300 mil leguas para asistir al evento y generando la pregunta por la probable unión pangeana primigenia de Galápagos y Gurubuy, Broncoespasm suma la araña pollita, que imita al pene humano pequeño, a la urraca Fátima que imita urracas famosas, el organgután guazú oriundo de la cañada de Aztartek y la liana devoradora que ríe, conocida por los lugareños como ave que anuncia los embarazos humanos-un "avetest".
Las estrategias de camuflaje y mimetización son estudiadas con la minucia y el rigor que siempre caracterizaron al "Pocho", como le decíamos cariñosamente durante las excursiones ornitológicas en las que un grupúsculo de discípulos trataron de evangelizarlo en el marxismo (de ahí ese famoso dictuum "la mosca de la fruta es el Martín Pescador de los pobres"). No se discute la ley filogenética de recapitulación cruzada, que asegura que ninguna especie se imita a sí misma, por lo que la base desoxirribonucleica es otra por isomorfismos reticulares concomitantes a la violeta que se encuentren (recordemos, para no ir más lejos, el ostensible caso de anfibhiae carortidium que tan fácilmente podríamos asimilar al género de los marsupiales albinos, siendo-por su estructura molecular, la evolución de las branquias y la antigua pezuña devenida lengua-perteneciente a la familia de los batraciaii urgilamentirum).
A Jean Baptiste, como cuando fuera atacado por piojorum rastrerum, una vez que se le metía algio en la cabeza, no se lo sacaba nadie. Decidió ahondar en la imitación intraespecie aplicada al homo sapiens y halló que algunos pacientes imitan el síndrome del impostor, lo impostan, para tener algo de qué hablar en la sesión. El hallazgo en Santa Fé de la entonces denominada "cadera huesuda" como único resto de un ejemplar a deducir llamó doblemente su atención: como experto en fósiles, recordemos que conducía un Ford Taunus colorado, y como analista de los rituales comunitarios. En torno a los huesos hallados de la cadera huesuda se forjó un rito entre los lugareños que se asemejaba a la adoración al ave Ibis por parte de los egipcios. El Pocho, movido por sus frecuentes consumos de hongos alucinógenos, creyó estar ante su El Dorado, haber llegado a su Meca y de allí todas las famosas confusiones.
Escritos que se dicen empíricos, se autoperciben analíticos, se hacen pasar por hipotético-deductivos pero son puras especulaciones muy noveladas:
"La oreja de este animal que imitó al humano solo poseía el yunque y el martillo: su poderosa voz podía atravesar leguas para comunicar hallazgos de comida o una oportunidad inmobiliaria a la que hubiera que sí o sí ir con los dólares para reservar en el momento"
Broncoespas estaba seguro de que hallaría más ejemplares o testimonios de su presencia extinta, porque se sabe que un unicum no prueba nada o como dice el refrán "un Hirundo rustica no hace verano"
"Este hombre, Gregorio, es un animal" aparece en su Cuaderno Azul como observación bajo trance queriendo decir "El hombre es un animal gregario".
Poco a poco decidió resignarse a contar la historia única de su criatura, su "bebé" como él la llamaba, a la que apodó "Aturdidoris Pastorutti" pero solía referirse a ella, por el lazo social que le unía a la historia misma de la condición del género humano "Lazo Le". Recabando informaciones de los que aparentemente recordaban su paso y sus conductas, escribe que su encuentro furtivo con "La Afrodescendiente Sin Sal" -que los lugareños llamaban "La Negra Sosa" no fue una relación simbiótica, sino parasitaria y llega a comparar las palabras del cortejo "la única forma de terminar con los escupitajos de nuestras grouppies es que cantemos juntas" con la coacción para obligar a bailar y a cantar a los prisioneros del campo de concentración, tema que inspirara el poema de Paul Celan "Fuga de muerte", con el que se le clavó el último clavo al ataúd de la frase de Adorno "Después de Auschwitz no hay poesía" y que fuera la fuente secreta de "Dance me to the end of love" de Leonard Cohen.
Hoy sabemos que la cadera huesuda perteneció al linaje humano, provino de una corriente migratoria que atravesó el Adriático en tiempos de las glaciaciones y no presenta diferencias genéticas con su rival, si bien la compatibilidad perfecta solo se mostraría en una cruza y solo podemos especular cómo hubiera sido la cría, dado que a veces se manifiesta en el genoma la anemia del Mediterraneo y a veces el gran bombo tucumano.
Es cierto que para los tiempos en que este especimen se abrió camino, el ser humano como especie había perdido el oído. No podía distinguir sutilezas. Maravillosos audífonos con cargador manejables desde el celular no hacían más que mejorar el volumen pero no los matices del sonido. Los cantos de "Lazo Le" unían en un lazo cual boleadora las partituras e interpretaciones de Afrodescendiente Sin Sal. Y es cierto que todavía desconocemos el por qué. El oído humano no sufrió adapataciones nuevas. Así como ahora sabemos que la proliferación de celíacos es culpa de que el trigo contiene cuatro veces más gluten que antes, está esperando a su Einstein la explicación de por qué que ondas sonoras aulladoras resulten arruyadoras a las multitudes enfervorizadas.
Broncoespasm nunca logró hallar al eslabón perdido, como soñaba, pero si nos ayudó a dar con la pista de un ejemplar humano que tan poco ejemplar y tan poco humano le pareció, que nos descorrió el velo de un misterio que aceleró el progreso del campo de la reconstrucción en 3 d de tejido humano especulativo. Un avance que hoy permite operar sin necesidad de donante y conocer la voz a partir del ADN, desde la reconstrucción del organo fonador exacto.
El Pocho pudo así oír la "lacerante" voz de su largamente acariciado proyecto y desarrollar aquello por lo que sí es reconocido y de lo que nadie se burla, los tapones protectores para oídos enteramente confeccionados de cera. "La Cerante" sigue de hecho produciendo su fármaco, ahora presidida por Lucinda, su hija mayor.
No hagamos oídos sordos a nuestros sueños y sus sugerencias: pueden conducirnos a hallazgos inesperados, acaso divergentes del original o, como en el caso de Jean Baptiste, lo opuesto: cargas genéticas finalmente no divergentes.
El legado del Pocho podría sintetizarse en un mensaje que nos invita a tener vuelo como en una doble hélice para que nuestras conjeturas y contrastes nos saquen la jeta de traste: atrevámonos a explorar mentalmente los territorios más desconocidos, allí donde el diablo revoleó el poncho...
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